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PASAJEROS EN TRÁNSITO

Pasiones

FE, ESPERANZA Y CARIDAD

Vivimos de fe, esperanza y caridad, las tres virtudes teologales que alimentan nuestra vida sobrenatural.

Vivir de fe es creer en Dios, confiar en Él. Confiar en su amor, de tal manera que todos podamos decir con total sinceridad: “Señor, me fío de Ti. Creo en tu amor. Sé que me amas con esa fuerza Tuya infinita y eterna”.

Y por eso esperamos, porque creemos en ese amor, el de Dios, por cada uno de nosotros. Podemos esperar con total seguridad, de que el Señor nos ayudará en todas nuestras necesidades.

A Dios no se le va una. Está siempre atento, aunque a veces nos parezca que esto no es así…

Renueva tu fe. Renueva tu esperanza de saber que, la gracia divina te sostiene, y por muy grande que sea la dificultad la que sea, Dios puede más.

Tantas veces que nos apoyamos en nuestras propias fuerzas, y cuando ya estamos agotados, cuando comienza a asomarse la frustración, e incluso la desolación, entonces quizá nos damos cuenta de que ha sido un tiempo de alguna manera perdido.

No hemos sabido recorrer esa etapa de nuestra vida, difícil… Esa etapa ardua, que exige estar más apoyados en el Señor…

“Queremos aprender a apoyarnos en Ti, Señor”.

Porque de esa manera, lo difícil se hace fácil. Lo insoportable, llevadero. Lo que podría ser motivo de tristeza, encontramos paz, unión y la fortaleza que nos viene de Dios.

UNIÓN CON DIOS

Fe, esperanza y caridad y el amor profundo del alma, que es mucho más que un sentimiento, es sabernos y sentirnos amados por Dios en Cristo. Y ese amor que ha infundido el Espíritu Santo en nuestros corazones, nos mueve a corresponder, amar a Cristo, amar a Dios Padre en Cristo, por el Espíritu Santo. Y ese amor, lógicamente, busca la unión.

Estamos ya hacia el final del tiempo litúrgico, y es lógico que la Iglesia escoja Evangelios en los cuales el Señor nos habla de las verdades últimas.

Concretamente el de hoy, Jesús nos advierte de esa realidad inexorable, que es su segunda venida, la Parusía, que será en gloria y majestad al final de los tiempos.

No sabemos cuándo Jesús vendrá de un modo ostensible y patente para juzgar a vivos y muertos. Lo confesamos en el Credo cada domingo.

Y entonces resucitaremos con nuestros cuerpos, sobrevendrá el juicio final, -son verdades de fe reveladas por Dios- no son intuiciones, ni opiniones humanas, ni argumentos inventados o desarrollados por la teología, sino que tienen su causa, su fuente en la Verdad Divina.

Dios nos ha asegurado que esto ocurrirá, la historia tiene un fin. Y luego, tras ese hecho misterioso del Juicio Universal, pasaremos a gozar de Dios.

Así lo esperamos por su misericordia: en los cielos nuevos y en la tierra nueva, de la que habla el Apocalipsis.

Que maravilla pensar en esta realidad definitiva, en este gozo infinito y eterno en cuerpo y alma, con Dios, los santos y los ángeles. Cuánto nos tiene que mover esta meta maravillosa, inefable, inimaginable, grandiosa. En un gozo que no es una sucesión cronológica de tiempo… No es que estemos miles de millones de años en lo mismo.

APROVECHAR EL PRESENTE

Al final, como dice Benedicto XVI en Spe Salvi:

“Resultaría insoportable, por muy bueno que sea el Cielo si fuera una sucesión indefinida de tiempo, resultaría insoportable. El Cielo no es tiempo. El Cielo es posesión en el eterno presente de Dios”.

Estas verdades enseñadas por Cristo de una manera tan clara y recogidas por los Evangelios, nos tienen que motivar a luchar, a aprovechar mejor el tiempo.

A no postergar la entrega, no postergues el amor de Dios. ¡No postergues a Cristo!

No postergues esas cosas que sabes que el Señor te pide a ti, a mí, a cada uno de nosotros. No digamos: —¡Después! ¡Mañana! Ya que el mañana me puede faltar… ¡Hoy, ahora!

Si escucháis la voz de Dios, no endurezcáis vuestro corazón, diciendo: —¡Después!

Que sepamos aprovechar el tiempo presente, que es el gran regalo que Dios nos hace, tal como viene, con todas sus circunstancias.

La realidad, tal como se nos presenta, tal como sale al encuentro de cada uno de nosotros cada día, es la situación óptima para amar.

No postergues el amor esperando que en otras circunstancias, en otras realidades, en una situación distinta, cuando se supere este problema, … Entonces yo procuraré crecer en el amor a Jesucristo y en la entrega a los demás.

Tu amor a Jesucristo y a los demás, encuentra su condición óptima en la realidad. 

Vivir así: Con los pies en la Tierra y con la cabeza en el Cielo, es la mejor manera de vivir, porque todo se transforma en algo valioso, lleno de sentido.

Esa conciencia profunda del alma cristiana de que el tiempo es el tesoro para comprar la eternidad.

ESTAMOS EN TRÁNSITO

El tiempo es la maravilla que Dios nos regala. Y así, entrar en esta dimensión de lo eterno, de lo permanente.

Con razón podemos hablar de los seres humanos en general, pero particularmente, nosotros los cristianos, de nuestra condición de pasajeros en tránsito.

No nos quedamos confundidos, desorientados en una escala intermedia, sino que vamos claros hacia la meta. Y mientras más clara sea esa conciencia, mejor y con mayor fuerza daremos los pasos que haya que dar para cumplir la voluntad del Señor.

Aprovechemos este tiempo final del Año Litúrgico para pedirle al Señor que nos aumente la fe, la esperanza y la caridad, para que ese bien futuro -que es el Cielo que Dios tiene preparado para los que le aman-, se haga de alguna manera también presente, un anticipo del Cielo.

Que por la vida interior, por la vida de oración, la penitencia, el ofrecimiento de los pequeños sacrificios, renuncias y contrariedades de la vida diaria, vayamos experimentando el amor, la unión con Cristo, y de alguna manera nos anticipamos entonces, al amor del Cielo.

La identificación con la voluntad de Dios es asomarse al Cielo, porque precisamente el Cielo es donde se cumple absolutamente la voluntad del Señor.

Se lo pedimos a María Santísima, nuestra Madre, que nos ayude a vivir con esta conciencia clarísima de pasajeros en tránsito.

Para que también nosotros nos encontremos algún día cuando el Señor nos llame a su presencia preparados para entrar, dispuestos a entrar en el gozo que Dios nos tiene reservado si somos fieles.

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