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OVEJA NORMAL, NO DE RAZA

JESÚS, BUEN PASTOR

En este quinto domingo de Pascua celebramos a Jesús Buen Pastor. Y el texto que leemos en la misa de hoy está tomado del capítulo décimo de san Juan.

Es interesante ver cómo san Juan dedica gran parte de su Evangelio a narrarnos, cómo decir, el ambiente adverso que rodeó a Jesús en Jerusalén, sobre todo ya hacia finales de ese tercer año de su vida pública.

Y cuando uno lee el capítulo octavo nos encontramos con toda esta discusión compleja, dura, contraria a lo que Jesús decía y hacía por parte de algunos fariseos. El tono de la conversación que nos trae san Juan es fuerte.

Por ejemplo, en el capítulo octavo hacia el final Jesús dice:

“Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios”

(Jn 8, 46-47).

La mansedumbre de Jesús aquí y a la vez su voluntad para moverlos a la conversión, pero se encuentra con corazones muy endurecidos.

LA MANSEDUMBRE DE JESÚS

Seguro que todos tenemos experiencia de esto, experiencia propia, cuando se nos ha endurecido el corazón y no hemos querido ceder y reconocer nuestros errores, y nos quedamos ahí inamovibles en nuestro juicio. Y también hemos tenido experiencia de corazones endurecidos que quizá nos han hecho sufrir.

Pero contemplemos a Jesús en su mansedumbre:

“Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? […] Los judíos le respondieron: ¿No tenemos razón cuando decimos que tú eres samaritano y estás endemoniado? Y Jesús respondió: Yo no estoy endemoniado, sino que honro a mi Padre”

(Jn 8, 46; 48-49).

Bueno, es bien impresionante -¿no es cierto?- ver esta manera del Señor de responder a los ataques que recibe. En ese mismo contexto -estamos en Jerusalén, en el Tempo- lo dirá un poco más adelante: Pero ¿por quién te tienes tú?

“¿Quién te crees que eres?” (Jn 8, 48).

El final de ese relato que, efectivamente, no encuentran ningún entendimiento con el Señor a partir de esa actitud cerrada:

“Entonces recogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo” (Jn 8, 59).

OVEJAS DEL REDIL DE CRISTO

Entonces, este es el contexto de lo que vamos a leer en el Evangelio de la misa de hoy: Jesús, Buen Pastor:

“Yo soy el buen pastor: el buen pastor da su vida por sus ovejas”

(Jn 10, 11).

Jesús Buen Pastor, es decir, el pastor que no solamente se preocupa, por así decir, de lo genérico, de que el asunto funcione, sino que da la vida por sus ovejas. Y ¡qué alegría poder decir, pensar y decir por la misericordia de Dios, de que somos ovejas de Cristo!

En contrario, estos fariseos o escribas del Sanedrín, que no son ovejas del redil de Cristo y no entienden nada respecto de Jesús, quedan como muy al margen del mensaje y, no digamos, del amor de Cristo.

Aquí encontramos un motivo muy grande de gratitud al Señor para decirle: “Señor, gracias. ¿Qué he hecho yo en mi vida para ser oveja de tu redil? ¿Qué he hecho yo para que me des tanto, para que me bendigas de esta manera tan sobreabundante?”,

Sobretodo, además, por una parte, porque no hay méritos y, por otro lado, porque hay tantas personas que no han alcanzado estas bendiciones de Dios.

DIOS QUIERE QUE TODOS NOS SALVEMOS

Es una bendición de Dios estar en la verdad de Jesús; es una bendición de Dios estar en la gracia de Jesús. Es una tremenda bendición de Dios amar los sacramentos, sobre todo la eucaristía y la confesión. Son bendiciones de Dios que quizás a veces nos olvidamos de reconocer y agradecer.

Entonces Jesús es el Buen Pastor de todos. ¡Sí! Está abierto a todos para que todos entren en su redil. San Pedro se encargará de decirlo en una de sus cartas:

“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”

(1Tim 2, 5).

El problema está en que los hombres no quieren, como le decía Jesús a Teresa de Ávila: “Teresa, Teresa, yo quise… Pero los hombres no han querido”.

Bueno, Jesús Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas y las ovejas que tienen, digamos, ese don inmenso de pertenecer al redil de Cristo, para que encontremos un motivo profundo de gratitud.

LA RELACIÓN DE JESÚS CON CADA UNO

También pensemos en que esta imagen del Buen Pastor y la relación con las ovejas, que las llama a cada uno por su nombre, Jesús lo dirá:

“El asalariado, el que no es pastor y al que no le pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor: conozco las mías y las mías me conocen”

(Jn 10, 12-14).

Con esta relación profunda decíamos, entre Cristo Pastor y cada uno de nosotros.

También nos tiene que llevar a pensar en que con Cristo estamos seguros. Y el lobo, los lobos que andan por ahí, la expresión de San Pedro también: tan cuam leo rugiens,

“el demonio que está como un león rugiente, buscando a quien devorar”

(1Pe 5, 8).

Hay mucho león suelto, hay mucho lobo suelto.  Pero si estamos unidos a Cristo, no tenemos por qué temer. Porque el Señor está con nosotros, nos cuida, nos protege, venda nuestras heridas, tiene toda la farmacopea para sanar nuestras enfermedades. Estamos seguros con Cristo, estamos seguros con este pastor que es la verdad misma de Dios, la bondad misma de Dios y la omnipotencia de su amor salvífico.

TÚ ESTÁS SIEMPRE CONMIGO

De modo que tenemos que, una y otra vez, volver a esta verdad fundamental: estoy seguro con Cristo.

Y en palabras del Salmo:

“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temeré, porque tú estás conmigo”

(Sal 23, 4).

La fuerza que tiene ese salmo compuesto por David mil años antes del Señor, nos tiene que llevar a meditar: la razón fundamental para estar tranquilo y no temer no es la ausencia de problemas o la posibilidad de que sobrevengan dificultades en la vida, sino que simplemente esto quia tu mecum es: porque tú estás conmigo, porque tú, Jesús, estás conmigo, porque Dios está conmigo.

Estas son las verdades fundamentales de nuestra fe que estamos invitados no solamente a conocer, sino a vivir, encarnar esta verdad. Quia tu mecum es: porque Tú, Señor, estás conmigo, no tengo nada a qué temer.

Y si temo es porque me falta oración, me falta asimilar esta verdad, esta maravilla del Buen Pastor que da la vida por mí, que la sigue dando por mí: que no fue el Buen Pastor, sino que es el Buen Pastor de cada uno de nosotros.

LAS OVEJAS INDEFENSAS

Y también es interesante considerar el hecho de que esta imagen del Buen Pastor se refiere a las ovejas, porque también podría haber sido, no se, un cuidador de caballos, por así decirlo.

La oveja es un animal bastante torpe, con todo respeto por ellas, pero es un animal bastante estúpido y sobre todo indefenso porque no tiene ni garras, no corre rápido, no tiene una piel gruesa, da igual defenderse; su balido es, cómo decir, miserable, más parece un llamado al depredador para que se la coma, a espantar a nadie.

Entonces es un animal especialmente indefenso, vulnerable. Y eso somos. Y, además, en general, bastante sucios, si uno ve una oveja en el campo casi siempre esta cochina.

Entonces reconocernos oveja de Jesús es reconocernos también frágiles, necesitados de su fortaleza, de su amor, de su visión de la vida. Jesús ve la vida desde arriba y tiene la visión del valle, y de las cañadas, y del río y de los pastos… Dejarnos guiar dócilmente por Cristo, no darnos de ovejas inteligentes, no darnos de ovejas que saben más que el pastor. Y más bien nos conviene pasar a ser y vivir como oveja regalona, la oveja regalona de Jesús, que quizás sea como la más disléxica, digamos.

Entonces eso nos conviene y nos conviene sabernos ovejas frágiles y a la vez fuertes, fortalecidas por esto que nos viene del amor del Señor. Y aunque haya lobos, y leones, y todo lo demás, estamos tranquilos, seguros, serenos.

SEGUROS EN EL SEÑOR

Y eso es muy atractivo para nuestro prójimo, las personas que nos rodean, que quizás muchos no sean cristianos. ¿Qué tienen que reconocer en un cristiano una persona -un hombre, una mujer? Que va seguro por la vida, no porque tenga la cuenta corriente del banco abultada, sino que va seguro por la vida, porque se sabe precedida por un amor.

Hay un amor que nos precede, un amor que nos acompaña, un amor y un cuidado que es incomparable, y eso nos llena de paz, de alegría, de confianza en Dios. Y si vienen dificultades, el Señor nos acompaña, no nos instala al otro lado de la quebrada… ¡no! sino que nos acompaña por la quebrada. No nos suelta nunca, e incluso nos lleva sobre sus hombros.

Pidámosle a la Virgen que nos ayude a ser más conscientes de esta maravilla de tener a Jesús, Buen Pastor, que nos cuida. Y que saquemos un propósito, por un lado, decíamos de confianza en el Señor:

aunque camine por cañadas oscuras, nada temeré, porque tú vas conmigo”.

 SER PASTORES DE LOS DEMÁS

También un propósito apostólico de ser también nosotros oveja de Cristo y pastor de los demás, que sepamos cuidar a los demás, que sepamos ayudarles en su camino hacia el Señor.

Cuando vemos a alguien que está más expuesto a las mordidas de los lobos, no nos quedemos pasivos, sino que recemos por esa persona, nos acerquemos con caridad, con comprensión y desde esa cercanía le ayudemos a recuperar el camino.

Así lo han hecho los cristianos a lo largo de los siglos: han puesto su foco en Cristo, su unión con Cristo y a partir de ahí han vivido alegres, confiados, contentos, seguros.

Y de eso viene un atractivo tremendo para los demás que se acercarán quizá a ti y a mí y nos digan: ¿de dónde sacas esa fuerza? ¿De dónde sacas esa tranquilidad? ¿De dónde sacas ese buen ánimo? Y les podremos decir: De Jesús que es el Buen Pastor de mi alma, el Buen Pastor de mi vida.

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