“Pidan y se les dará, llamen y se les abrirá. Quien pide recibe, quien busca encuentra”
Dice el Evangelio de hoy.
El Señor nos hace ver a todos que Él puede darnos muchísimas cosas, pero si nosotros se las pedimos. En otras palabras, existen muchísimas cosas que son importantes y necesarias para nosotros, que sólo las podemos conseguir si se las pedimos a Dios.
Alguien podría decir: pero esas cosas son las cosas generales que Dios ya sabe y que nos las da. Dios nos ayuda a ser buenos, caritativos, santos, y nos ayuda para que al final de nuestra vida podamos llegar al cielo. Claro, efectivamente, Dios nos ayuda en todo. Pero Jesús no especifica nada cuando nos dice “ pidan y se les dará”. Nos dice que tenemos que pedir.
Y uno puede pedirle lo que quiera. La Virgen María le pidió, por ejemplo, que convirtiera el agua en vino. Y era algo que era para alegrar a los invitados de una fiesta. Y el Señor, pues, le hizo caso, e hizo el milagro, el primer milagro.
PIDAN Y SE LES DARÁ
Una persona que hace oración va mejorando en su diálogo con Dios, si hace oración. Es que la petición no es un monólogo, no es una exigencia nuestra. No le estamos preguntando a Dios simplemente por preguntarle algo o exigiéndole que nos consiga algo. Lo estamos amando.
Y amando le podemos pedir, como le pidió el leproso. Humildemente el leproso le dice: “Señor, si quieres puedes limpiarme”. Es una petición respetuosa; no es una tentación a Dios como la del mal ladrón que le pide: “demuéstranos y bajamos de la cruz, demuéstranos que eres Dios”. Le exigía prácticamente al Señor que hiciera el milagro, y el Señor no le escucha al mal ladrón.
En cambio al buen ladrón, sí le escucha, y él manifiesta su fe en su petición: “Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino”. Y el Señor escucha esa petición del buen ladrón, y le promete el paraíso: “En unos momentos estarás conmigo en el paraíso”, le dice.
Cuando uno se acerca a Dios para pedirle algo, se acerca con fe y con cariño. El acercamiento es un sentimiento también. Allí interviene el sentimiento. Queremos hacer lo que Dios nos pida. Tenemos esa voluntad,
“Yo quiero hacer lo que Tú me pidas”, le decimos al Señor. No le obligamos a que nos dé lo que le pedimos.
APRENDER A PEDIR
Uno también tiene que aprender a pedir. En el fútbol, un hincha de un equipo puede pedir al Señor el triunfo de su equipo. Hay gente que reza para que gane mi equipo. Y algunas veces vemos a los deportistas, cualquier deportista, rezar antes de la prueba, se persigna, o le pide al Señor o le pide a la Virgen.
O incluso pues un estudiante le pide al Señor antes del examen, para dar una buena prueba, hace su oración, no le pide que le sople la respuesta; le pide para que pueda rendir bien su examen con serenidad, que nada le perturbe. Y Dios también nos pide que pongamos todo el esfuerzo humano posible.
Como decía san Josemaría:
“Poner todos los medios humanos como si no existieran los sobrenaturales, y todos los medios sobrenaturales como si no existieran los humanos”.
Dios nos pide esforzarnos y tenemos que luchar pero también tenemos que recurrir a Dios para que nos ayude, para que nos fortalezca, para que nos dé las gracias necesarias para poder vencer, para poder llegar a esas metas que Él quiere.
ÉL ESTÁ A NUESTRO LADO
Muchas peticiones nuestras tienen su origen en un problema, en una dificultad, en algo que nos preocupa y nos hace sufrir. En esas circunstancias de dolor y sufrimiento, vemos, por ejemplo, a Jesús rezar cuando está en el huerto de los olivos. Es una oración impactante, Jesús en el huerto, sufriendo, sudando sangre; y por amor a nosotros está allí.
Y el Señor nos enseña que nunca se debe dejar de rezar. Aunque estemos abatidos por los problemas, aunque parezca que no hay solución, que todo es un fracaso, hay que seguir rezando, perseverar en la oración. Y el Señor sabe perfectamente, porque Él lo ve todo, sabe lo que nos está pasando.
Y en esas circunstancias difíciles, no podemos dejar tampoco de alabarlo a Él, porque está presente. Dios está a nuestro lado en esas circunstancias que nos cuestan, Dios está escuchando nuestra oración y nuestra petición. Y cuando nosotros le decimos al Señor: “sé que estás allí, te quiero mucho, lo alabamos” Esa alabanza purifica nuestra alma.
ALABANZA QUE PURIFICA NUESTRA ALMA
Esa alabanza nos desintoxica, nos alivia, nos llena de fuerza en medio de esos sufrimientos, de ese dolor, tenemos esa fuerza que nos da la alabanza a Dios. A veces nuestros problemas nos parecen demasiado grandes, y el Señor nos hace ver que está en la cruz sufriendo lo indecible. Dios sufre más.
Yo recuerdo, hace unos años, que una persona le dijo a san Josemaría que estaba sufriendo mucho por un problema, por una dificultad; y san Josemaría mirándolo le dijo: “te quisiera ver dentro de mi sotana para que vea lo que es bueno”.
A veces nos parecen nuestros problemas muy grandes y no lo son tanto. Miremos la cruz, a Jesucristo como sufre en la Pasión, y luego antes de morir, y nos fortalece. Mirar así a Jesús nos llena de fortaleza. Y siempre es bueno encontrar esos momentos, en medio de las dificultades, para conversar con el Señor.
Aunque estemos llenos de trabajo, de problemas que nos agobian, necesitamos parar y apartarnos un poco y dedicar un tiempo para la intimidad con Dios. Y cuando vamos a Dios, en el silencio de la oración, el Señor nos saca para que vayamos rápidamente a preocuparnos de los demás.
PRIMERO REZAR
O sea, a veces nos saca de ese problema, de esa dificultad y dice: “Mira, preocúpate de estas personas, estas personas que necesitan de ti”. Y siempre hay gente que necesita de nuestra ayuda, y el Señor nos hace ver eso. Y así también tenemos paz porque vemos que el Señor, a pesar de esos problemas o de esas dificultades que puedan haber, quiere contar con nosotros como instrumento suyo.
Para poder solucionar los problemas, primero rezar. Para solucionar los problemas de los demás, primero rezar. Y muchas veces tendremos que rezar por los que no rezan o por los que creen que rezan y no rezan. Y rezar es llevar el peso de la Cruz, el peso de las almas con sus problemas y dificultades. Rezamos también por el mundo entero, uniéndonos a Cristo que lleva el peso de todos. Hay que tener en cuenta que Jesucristo es rico en misericordia, y al estar nosotros junto a Él, nos contagiamos de sus sentimientos y nos hacemos corredentores, o sea, misericordiosos.
Llevamos con garbo el peso de la Cruz, y sufrimos con Él, dando lo mejor de nosotros para la salvación de las almas, con todo amor. Y un amor que va creciendo de día en día Porque el Señor es el que dilata nuestro corazón y nos hace cada día más misericordiosos.
FE, RESPETO Y AMOR
Pidamos al Señor que no continúen las guerras que hay hoy en el mundo, que los seres humanos se perdonen y que los países vivan en paz. Pidamos al Señor que se convierta la gente. Que se conviertan los delincuentes, los corruptos, los terroristas. A todos los que tengan odio en su corazón, que les llegue la palabra de Dios.
Y que el Señor toque los corazones para que hayan conversiones y cambios. Por eso tenemos que rezar, no dejemos de rezar con insistencia.
Todo lo que pidamos al Señor lo podemos conseguir. Todo lo que pidamos al Señor, pidamos con fe, con respeto y con amor, y con una gran esperanza.
Fijémonos en la omnipotencia suplicante, que es la Virgen María, que también es Maestra de oración, nos da esperanza y nos ayuda a rezar para llegar a esas metas que el Señor nos pide.
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