Hoy vemos a Jesús alegre. Hay quienes, incluso, se atreven a decir que:
“En esta ocasión por primera y última vez, vemos que se alegra. «En aquella hora» -dice san Lucas” (aunque hoy leemos a san Mateo)-“»se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo». ¿Por qué? Porque Su Padre celestial había escogido a los insignificantes, a los “pequeños” para revelarles cosas maravillosas que había ocultado “a los sabios y prudentes””.
(Frank J. Sheed, Conocer a Jesucristo)
No creo que sea la única ocasión en la que Jesús se alegra; hay más. “Pero está claro que te alegra Jesús. Y pensaba que se puede ser pequeño de muchas maneras pero que Tú te refieres a una en especial”.
Me llamó la atención también leer que:
“A la luz del Calvario -y de Getsemaní-, siempre presente en su pensamiento” (en el de Jesús) “esta gloria otorgada a los “pequeños” era capaz de alegrarle, un verdadero éxtasis de gozo que le hizo proclamar la más profunda verdad de su relación con el Padre:
«Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo»
(Lc 10, 22)”.
(Frank J. Sheed, Conocer a Jesucristo)
Tampoco creo que Jesús viviera constantemente pensando en Getsemaní, la Cruz y el Calvario que le esperan, pero me consuela pensar que, ante un día duro, cansado (tal vez por la torpeza de los apóstoles o la necedad de los fariseos o por la dureza de los corazones de quienes la escuchaban), esto le producía un subidón; se llevaba una gran alegría.
LA PEQUEÑEZ
Pero a lo que íbamos: ahí está en el Evangelio la pequeñez que alegra a Jesús, la del que se sabe y vive como hijo de Dios. “Porque significa que te ha entendido Jesús, porque Tú eres el Hijo. Entonces, si alguien se sabe hijo -un hijo muy pequeño-, delante de su Padre Dios, ha entendido todo.
Pero no solo entender intelectualmente, sino que lo ha hecho vida; lo hace vida…”
Hoy, a ti que escuchas, te animo a ser pequeño y darle así una alegría a Jesús. Es algo fundamental. Mira,
“si nos sabemos hijos de tan buen Padre, lo tratamos con familiaridad, con confianza y nos abandonamos en Él. Se iluminan así todas y cada una de nuestras acciones.
“Ayuda a comprenderlo observar cómo un niño trata a su padre, con qué facilidad captura su atención, le saca una sonrisa, goza estando con él o busca una caricia. Así también nosotros…”
(Michel Esparza, Amor y autoestima)
Entonces, nuestra lucha es confiada y alegre. Se descansa… se busca a Dios, nos divertimos con Él y se vuelve nuestro confidente y es nuestro consuelo… y de allí nace el atrevimiento, que es un atrevimiento confiado.
Por ejemplo, atrevimiento en la petición (decía san Josemaría):
“El Señor, al que queremos como hijos, ha hecho que vivamos en Su casa en medio de este mundo, que seamos de su familia y que lo suyo sea lo nuestro y lo nuestro lo suyo; que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!”
(San Josemaría, Es Cristo que pasa)
CONFIANZA
¡Qué confianza la de pedir la luna! Es la petición del niño pequeño que piensa que su papá se la puede dar. Todo lo mío es de Dios y todo lo de Dios es mío. ¿Le pido la luna entonces? Capaz me la da.
Algo así como a Santa Teresita del Niño Jesús, (que es un ejemplo de sencillez y de ser siempre niña ante Dios) que dice:
“Siempre había deseado que el día de mi toma de hábito, la naturaleza estuviese vestida de blanco, como yo”
(o sea el día en el que tomaba el hábito como monja carmelita).
Y entonces, tiene lugar la ceremonia en la que ella está muy contenta y luego vuelve a la clausura. Y cuenta:
“Lo primero que vi en el claustro fue a “mi Niño Jesús color rosa” sonriéndome en medio de flores y de luces.
Inmediatamente después, mi mirada se posó sobre los copos de nieve… ¡El patio estaba blanco, como yo! ¡Qué delicadeza la de Jesús! En atención a los deseos de su prometida, le regalaba nieve… ¡Nieve!
¿Qué mortal, por poderoso que sea, puede hacer caer nieve del cielo para hechizar a su amada…?”
(Santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma)
¡Increíble! Y más todavía si uno sabe que a ella le volvía loca de contento la nieve. Pues ahí está: pide y Su Padre Dios la consiente… ¡Qué atrevida! ¡Y qué consentida!
Pero el atrevimiento también se refleja en la lucha de quien se sabe pequeño:
“El primer dibujo de un niño, por ejemplo, es mucho más que un garabato a los ojos de su padre que lo mirará con atenta curiosidad y con más cariño.
Del mismo modo, nada de lo que hacemos es insignificante a los ojos de Dios. No pondremos el acento tanto en el valor de nuestro dibujo, como en el amor misericordioso con que lo mira”.
(Michel Esparza, Amor y autoestima)
con que lo mira Dios que es mi Padre.
DIOS NOS AMA
¡Por eso, ese atrevimiento del hijo pequeño es catapulta! Porque así nos lanzamos a las cosas, porque no hay peor dibujo que el que simplemente no se hace. No nos importa luchar, esforzarnos, sabiendo incluso que tal vez no nos saldrá del todo bien; que podemos fallar. Sabiendo que es poco lo que vamos a poder entregarle a nuestro Padre Dios.
“El valor de nuestros pequeños obsequios se multiplica por lo mucho que Dios nos ama. Ocurre como esa ayuda que un niño pequeño insiste en prestar a su padre para trasladar la compra del supermercado.
“Es obvio que no tiene la fuerza suficiente para cargar con mucho peso, pero basta con darle una bolsa sin apenas contenido, para hacerle creer que su colaboración ha sido tan decisiva como inestimable. El niño se siente importante y el padre se conmueve al comprobar su generosidad”.
(Michel Esparza, Amor y autoestima)
Pues así es Dios con nosotros y ni siquiera se trata de colgarnos medallas que no nos corresponden, sino simplemente de ser conscientes que colaboramos con lo que podemos -que en la mayoría de las ocasiones no será gran cosa- pero algo es algo y es algo que a mi Padre Dios le agrada, le alegra.
PINCELES
Me acordaba que en una ocasión:
“Una supervisora escolar visitó una institución educativa. Al recorrer uno de los pasillos vio una pintura que le llamó la atención. “¡Qué cuadro tan lindo!” -exclamó- “¿Lo han hecho los alumnos?” “Así es” -respondió una de las maestras.
Muy cerca del cuadro estaba un niño que irradiaba orgullo. Con sus hombros erguidos, parecía estar ansioso de que la supervisora lo tomara en cuenta”.
Entonces,
“»Y tú, ¿qué parte de la pintura hiciste?» y radiante de alegría, el niño contestó: «Yo lavé los pinceles»”
(cfr. K. H. Wood. Para el hombre moderno)
Pues nosotros lavamos los pinceles también. Pero qué bien, qué alegre lavarlos para mi padre Dios, para que Él pueda pintar el cuadro del mundo; el cuadro de la vida de las personas que me rodean.
Esto es ser niño, ser hijo, ser pequeño. Te animo a hacerlo hoy y cada día: un pequeño que es fuente de alegría de su Padre Dios.
Seguro que Santa María, nuestra Madre, está a su lado (al lado de nuestro Padre Dios) y sonríe orgullosa de los pequeños grandes éxitos de sus hijos.
Excelente meditación que nos ayuda a contemplar la alegría de Jesús, por los pequeños y sencillos.
Excelente meditación que nos ayuda a contemplar la alegría de Jesús, por los pequeños y sencillos.