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P. Juan Carlos

6 min

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PERDONAR SETENTA VECES SIETE

Ama a los que te fastidian. A no ser que el Señor te indique lo contrario, no exijas que ellos cambien de actitud con respecto a ti. Los debes amar tal como son. Con esto reconoceré que amas al Señor (San Francisco).

SETENTA VECES SIETE

Setenta veces siete… Setenta veces siete… ¡Eso es un montón de veces! Y esa es la respuesta que le da Jesús a Pedro cuando le pregunta:

“¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga?”

Recuerda que no le pregunta cosas sencillas. Le pregunta sobre las ofensas. ¿Cuántas veces tengo que perdonar? Y Jesús le responde con una claridad impresionante.

“No te digo hasta siete veces”,

que ya son muchísimas,

“…sino hasta setenta veces siete”.

Y luego el Señor nos da esta parábola, que es una de las más bonitas que salieron de sus labios:

“Por eso el Reino de los cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzaba la tarea. Le presentaron a uno que le debía diez mil talentos.

Como no podía pagar, el rey le mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía para pagar la deuda”.

Esto que nos cuenta Jesús en esta parábola no es simplemente un ejemplo, es algo que los reyes acostumbraban a hacer cuando tenían unos deudores tan grandes. Automáticamente, al no poder consolidar esa deuda o poder de alguna forma disminuirla, pasaban a ser propiedad del rey. Y no son escasos los testimonios de que en la antigüedad el rey vendía reducía a la esclavitud a esas personas. Y esto es lo que el rey de la parábola hace.

“Sin embargo, el servidor al que iba a vender como esclavo se arroja a sus pies diciéndole Señor, dame un plazo y te pagaré todo.

El rey se compadeció y lo dejó ir”.

PERDONAR TODO

Y no solamente eso, sino que añade Jesús en la parábola:

“… y le perdonó la deuda”.

Todos empatizamos enseguida con este rey, que no solamente ha tenido misericordia, se conmueve con el siervo, sino que le perdona todo. Le deja ir cuando igual que cuando no le debía nada. ¿Pero cuál es la comparación que nos plantea esta parábola? Lo que sucede inmediatamente después.

Continúa el Señor contando:

“Al salir este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios”.

Una cantidad bastante pequeña. (Es como cien días de trabajo). Un denario era el salario del jornalero diario.

“Y tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ¡Págame lo que me debes! El otro se arrojó a los pies y le suplicó: -Dame un plazo y te pagaré la deuda.

Pero él no quiso, sino que le hizo poner en la cárcel hasta que pagara toda la deuda que le debía”.

PERDONAR SETENTA VECES SIETE
PERDONAR A TODOS

Y sabemos cuál es lo que continúa. Los siervos o los consiervos le relatan esto al rey, y el rey vuelve a llamar a ese siervo malo, y le condena… ¡le condena!

Porque el rey le había perdonado una cantidad impresionante, y el siervo no había hecho lo mismo con ese otro que le debía nada.

Si el rey -que es Dios- está dispuesto a perdonarlo “todo de todos”. Y te perdona a ti, me perdona mi.

Gracias, Señor, porque cada vez que voy a la confesión sé que me perdonas.

Cada vez que te pido disculpas por mis faltas, sé que me perdonas.

Depende de la dignidad del agraviado así es el tamaño de la culpa: si yo empujo a un chico joven, eso tiene una implicación. Pero si empujo al obispo, eso es más grave. Y si empujo al Papa, eso es mucho más grave aún. Y si empujo a Donald Trump, ¡seguramente me va a hacer desaparecer de la tierra!

Pero bueno, cuando le ofendemos a Dios, la culpa es muy grande. En cambio, las ofensas que recibimos de nuestros hermanos no son tan grandes. Y el Señor nos pide que perdonemos todo.

ENSEÑANZAS DE SAN FRANCISCO

Hay un texto que me gusta mucho de san Francisco de Asís que dice: “Hay unas preocupaciones o personas que te impiden amar a Dios. Pues bien, ama a los que te fastidia. A no ser que el Señor te indique lo contrario. No exijas que ellos cambien de actitud con respecto a ti: los debes amar tal como son”.

Y continúa san Francisco de Asís: “Con esto reconoceré que amas al Señor, y que me amas a mí, su servidor y el tuyo. Si cualquier hermano del mundo, después de haber pecado, cuanto es posible pecar, puede luego encontrarse con tu mirada, pedir tu perdón e irse perdonado.

Si no te pide perdón, pregúntale tú si quieres ser perdonado. Y aunque después de eso, pecara mil veces más contra ti, ámale todavía más de lo que me amas a mí. Y todo ello para llevarlo al Señor.

Ten siempre compasión de estos desgraciados, y cuando se presente la ocasión, haz saber a las personas de nuestra comunidad, tu firme resolución de actuar así”.

Este consejo da san Francisco de Asís a sus hermanos, a los frailes. Jesús, yo también quiero perdonar así. Enséñame a no poner medidas en el perdón. Enséñame a saber quitar de mi memoria todas las cosas que sean listas de agravios. Que me centre en lo tuyo Señor, en que para Ti es muy agradable que perdone a los demás.

 PERDONAR DE CORAZÓN A TODOS

Y si hay alguna cosa que me cuesta más, que me acuerde que a Ti te gusta mucho esto. Es un regalo magnífico para Jesús: Que perdones de corazón a todos. No lleves cuenta de los agravios que los demás te hacen. Abrir de corazón tu alma y otorgar esa mirada de reconciliación.

Perdonar qué difícil es a veces perdonar y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad de corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza. Esas son condiciones necesarias para vivir felices.

En cambio, cuando vamos recopilando todas estas cosas y, vamos esforzándonos para hacer que los demás noten nuestro descontento, pues nos vamos haciendo tristes.

QUE LA NOCHE NOS ENCUENTRE BIEN…

Acojamos lo que nos exhorta el apóstol que dice con claridad:

“No permitas que la noche los sorprenda enojados”.

Eso quiere decir que cuando tienes un roce, una diferencia, una discrepancia en el matrimonio o con tus hijos, que no permitas que la noche les agarre todavía con esa diferencia. Sino que estemos todos dispuestos a perdonar, a reconciliarse.

PERDONAR SETENTA VECES SIETE
UNA DECISIÓN PERSONAL

El perdón es fundamentalmente una decisión personal. Por eso nace de la voluntad, de la razón, de la inteligencia. Lleva un largo camino lograr que se instale en el corazón, y que se convierta en un sentimiento. Pero si se dan los pasos adecuados, irás transformando tu corazón.

Cuando uno tiene esa voluntad y, uno se da cuenta de que es lo mejor, y aplica las luces de la inteligencia, -aunque el corazón al principio no quiera perdonar-, poco a poco se va convenciendo.

Uno de los conflictos más frecuentes en que se encuentran los cristianos, que procuran vivir con coherencia el evangelio, es justamente ésta la dificultad de perdonar.

Y no es para menos. Es posible hacerse el distraído ante todas las invitaciones que Jesús nos va dando para perdonar.

¡Setenta veces siete! Es una respuesta que a todos nos puede dejar atónitos. Perdonar hasta las cosas grandes, las cosas duras, las cosas medianas y las pequeñas también: todo tenemos que perdonar. Porque es imposible ignorar esta obligación.

DEJAR ATRÁS LOS RESENTIMIENTOS

Vamos a pedirle a Jesús: Tú que nos escuchas en este rato de oración, te pedimos que nos ayudes a extirpar de nuestro corazón los resentimientos. Que no dejes que crezcan ahí esos malos sentimientos que nos hacen tener el corazón chiquito.

Que sepamos una y otra vez perdonar para estar vibrando Contigo Señor. Porque sabemos que te damos una alegría cada vez que perdonamos, y la alegría es más grande, mientras más grande sea el perdón.

Ponemos estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen, que nos ayudará también a perdonar igual que ella perdono a todos los apóstoles cuando abandonaron a su Hijo en la cruz.

Sólo san Juan se quedó con ella y sin embargo después le encontramos que les reúne a todos, porque todos perseveraban junto con la Virgen, esperando al Espíritu Santo en el cenáculo.

A Ella acudimos para que también nos ayude a perdonar con ese corazón grande.

 


Citas Utilizadas

Ez 12, 1-12

Sal 77

Mt 18, 21-19, 1

Reflexiones

Señor, que aprenda de las enseñanzas de san Francisco: amar a mis hermanos más de lo que me aman a mí  y tener siempre compasión de los demás. No guardar resentimiento en mi corazón.

Predicado por:

P. Juan Carlos

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