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Seguro que te ha pasado que después de haberte peleado con un amigo, con tu novia, con tus papás, o si estás casado con tu esposa o con tu esposo, y te pasa por la cabeza el pensamiento de ‘si deberías pedir perdón’.

Tienes como ese angelito, que es la voz de tu conciencia que te dice: —Creo que deberías pedir perdón… Pero también tienes ese diablillo, que te dice: —No, debería ser ella quien me pida perdón a mí…

Siempre estamos valorando quién ha tenido la culpa, quién ha empezado, quién de los dos tiene que pedir perdón primero. Y si se te acercan a pedir perdón, dudas si lo vas a perdonar, pensando que ya lo has perdonado otras veces, es que ya me lo ha hecho muchas veces y ¿lo tengo que perdonar otra vez?

Esto es exactamente lo que hay en el Evangelio de hoy.

«Pedro le pregunta a Jesús: —Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?»

Es que, el perdón es de las enseñanzas más rompedoras de Jesucristo, la que más llamaba la atención a los fariseos, porque era una gran novedad.

En el Antiguo Testamento regía la Ley del Talión: ‘ojo por ojo, diente por diente’. Tú me haces y yo te hago, y así hasta el infinito.

Algunos rabinos, habían llegado a la conclusión de que se podía perdonar hasta tres veces. Y eso que era el pueblo elegido. Y si nos vamos al resto de las culturas, ¡qué perdón ni qué nada!

Por ejemplo, en la cultura ancestral japonesa, se aconsejaba sonreír al enemigo mientras no pudieras acabar con él.

Homero juzgaba, que reírse del enemigo era el más dulce de los placeres. Y Sócrates creía que el no vengar las injurias, era una cobardía propia de un esclavo.

PERDONAR Y PEDIR PERDÓN

O sea, que ya te puedes dar cuenta cómo estaban las cosas, hasta que vino Jesús, y en ese diálogo con Pedro, que se lanza como de costumbre, te hace ésta pregunta:

«¿Cuántas veces tengo que perdonar?¿Hasta siete?»

Tú, Señor, que no has venido a llamar a los justos, sino los pecadores, le respondes:

«—No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»,

que es un modo hebreo de decir ‘siempre’.

Y es que tú, Jesús, no le pones límites al perdón, porque tú, Jesús, has venido al mundo precisamente para salvarnos, para perdonarnos dando tu vida por nosotros. Que cuando Dios nos perdona, nos está dando su más grande amor. Esa es la misericordia del Padre.

Me gustaban mucho las clases de teología de un profesor en Roma, que nos decía:

“No es que el pecado de Adán y Eva hayan tomado por sorpresa a Dios, ni tampoco que tengamos este cuerpo que muchas veces parece el culpable de todas nuestras debilidades y pecados.

Decía que es al revés. Dios, al hacernos hombres de alma y cuerpo, nos dio una estructura que nos permite, a pesar del pecado, la posibilidad de ser perdonados, de recomenzar”.

Y decía: —Haciendo un poco de teología ficción, podemos decir, que al ver Dios que los ángeles no tuvieron una segunda oportunidad, quiso hacer una criatura que si la tuviera, no una oportunidad, sino muchísimas oportunidades de ser perdonado”. 

Y hacía este razonamiento. Dios me creó para amarle. Ese amor se ve trastocado por el pecado, pero Dios me redimió por medio de Cristo para otorgarme la posibilidad del perdón. Dios me creó para perdonarme. Y está esperando que hagamos lo mismo.

El oficio de Dios es dar amor a través del perdón. Y nos está llamando a nosotros a hacer lo mismo con los demás. Y sin embargo, qué difícil es para nosotros perdonar; y sobre todo, qué difícil a veces es pedir perdón. ¡Cuánta gracia de Dios nos hace falta!

UN REENCUENTRO

Perdonar de corazón, es una de las manifestaciones más claras de que el Espíritu Santo está actuando en un corazón.

En una ocasión me contaron, que se encontraron dos hermanos ya muy mayores en un curso de retiro. Coincidieron ahí. Y es que llevaban muchísimos años sin hablarse. Se habían peleado y no se habían vuelto a hablar.

Y fue la ocasión de buscar un momento para reencontrarse, perdonarse y abrazarse. Estuvieron hablando largo y tendido. Y lo más impresionante es que, a la semana siguiente de aquel suceso, uno de ellos murió.

¡Es impresionante! Y es como una manera muy bonita de dejar este mundo. Pues, lo último que hizo este hombre fue pedir perdón y perdonar.

Bueno, estamos seguros de que esos hermanos se pudieron perdonar movidos por la gracia del Espíritu Santo.

Una vez, me contaba un sacerdote la anécdota de una mamá que caminaba con su hijita chiquita, y que al pasar junto a una pareja enojada que se estaban gritando, la niña le agarró el vestido a su mamá, y le preguntó:

—Mamá, por qué las personas gritan cuando se enojan? Y la mamá le respondió bajito: —Porque cuando dos personas se enojan, sus corazones se alejan y se tienen que gritar para oírse.

Es una respuesta muy buena, porque describe muy bien lo que pasa cuando una persona ofende a otra. Los corazones se distancian, y para acercarlos es necesario el perdón.

La única manera de cubrir esa distancia es mediante el perdón. El perdón es tan necesario. Es algo muy valioso, pero muy delicado, porque cuando pedimos perdón nos quedamos con el corazón vulnerable.

En ese momento estamos esperando la respuesta de alguien que queremos. Y si en ese momento nuestra petición de perdón no es bien acogida, pues nos costará muchísimo volver a pedir perdón.

TENEMOS LA CAPACIDAD PARA HACERLO

A veces, escucho decir esta queja u otras similares: —Es que mi esposo o mi mujer; es que esa amiga, nunca me pide perdón. Y puede ser que, efectivamente, no sepa o no se sienta capaz de pedir perdón.

Pero también podríamos pensar: ¿Cómo acogemos nosotros el perdón que nos piden? Porque si cuando nos piden perdón, les contestamos con una ironía o aprovechamos para quejarnos más, entonces es muy posible que no le queden ganas de volver a pedir perdón.

Cuando alguien te pide perdón, te está diciendo que te quiere de la manera más auténtica… Te está diciendo que no quiere que tu corazón esté alejado del suyo. Te está diciendo que se fía de ti, de que tu corazón es suficientemente bueno como para acoger esa petición con amor y perdonarle.

Qué responsabilidad de corresponder con el perdón, con palabras o con gestos que digan: —Yo tampoco soportaba esa distancia entre nuestros corazones.

Es una manera muy bonita de decir que nos queremos, y todos tenemos esa experiencia que después de perdonar, nos sentimos más cercanos, nos sentimos más amigos.

Esta es la lógica del perdón. Volver a estar juntos. Ya no es importante quién tuvo la culpa, porque si no, nunca vamos a acabar o quien haya empezado, sino reducir la distancia entre corazones, volver a estar juntos.

Suena un poco cursi, pero es verdad, que mi corazón vuelva a estar en el tuyo. Y por eso, que nos pidan perdón, pues debería subirnos la autoestima, debería hacernos sentir muy importantes para la persona que nos pide perdón.

Porque quien mejor sabe querer, es quien peor soporta esa distancia entre corazones. Haya sido o no el iniciador del alejamiento.

Por eso, quien mejor sabe querer, busca tomar la iniciativa en el perdón, pidiéndolo o facilitándolo.

Tenemos el ejemplo tan bonito de la parábola del hijo pródigo: como el padre de la parábola espera a su hijo en el camino, con los brazos abiertos.

Por eso Tú, Jesús, eres también quien más te alegras cuando te pedimos perdón. Como Tú nos quieres mucho más que nosotros a Ti, también sufres más que nosotros nuestra distancia. Y cuando volvemos, te falta tiempo para venir a abrazarnos.

ES COMO OXÍGENO

Pues, vistas así las cosas, quién más sale ganando en la confesión eres Tú, Jesús. De ahí la alegría en el Cielo cuando un pecador se convierte.

El perdón crea un ambiente de confianza. El perdón es como el oxígeno del ambiente donde las personas se sienten cómodos. Y sin embargo, hay veces que hay ambientes poco tolerantes con los fallos de los demás, y son ambientes que crean tensión, que asfixian. Son poco ricos en ese oxígeno del perdón.

En cambio, el ambiente de la familia de Dios, el ambiente de las familias en las que Dios está presente, tiende a ser un ambiente rico en perdón. Donde uno puede sentirse a gusto, sabiendo que lo quieren como es, incondicionalmente, y que sus errores personales, no son un obstáculo insalvable para el amor.

Madre nuestra: ¡Ayúdanos a perdonar y a pedir perdón!

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