PERDONARNOS
Cuando leemos el Evangelio es normal que algunos pasajes nos gusten más, que tengamos nuestros pasajes favoritos y en cada pasaje también algunas palabras o algunos modos de decir que nos gusten más. Por ejemplo, en el Evangelio de hoy te voy a leer las palabras que a mí más me gustan:
“su padre es misericordioso. […] no serán juzgados, […] no serán condenados, […] serán perdonados. […] recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica”. (Lc 6, 36-38).
Son palabras tuyas, Jesús, que me llenan de esperanza, porque nos estás diciendo cosas muy bonitas, cosas que se van a cumplir porque tu palabra se cumple; todo lo que dijiste se cumplió. Dijiste que ibas a resucitar y resucitaste. Tu palabra está por encima incluso de la estabilidad del cosmos.
“Este mundo pasará, pero tus palabras no pasarán” (cf Mt. 24, 35).
“[El] Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Su Padre es misericordioso.
Y “quién conoce al Padre sino el Hijo” (Lc 10, 22).
Realmente así es. Y es muy bueno que nos digas estas cosas, Señor, porque necesitamos de tu perdón. Somos pecadores. Leemos en la primera lectura una descripción de nuestros pecados:
“Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidades, hemos sido malos, nos hemos revelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas. No hemos hecho caso a los profetas tus siervos que hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes y a nuestros padres, y a todo el pueblo. Tuya, Señor, es la justicia, y nuestra la vergüenza en el rostro.” (Dn 9, 5-7).
Efectivamente, hacemos examen, miramos nuestra vida y nos vemos pecadores, nos vemos miserables, nos vemos limitados y necesitados de tu perdón, necesitados de tu ayuda, de tu misericordia. Pero tu misericordia no nos falta. Tu amor por nosotros es incondicional y eso es lo que nos llena de alegría a la vez. O sea, esa situación de pecadores miserables no nos oprime, no nos aplasta, sino que nos invita a mirar hacia ti, nos invita a pedirte perdón, nos invita a dejarnos querer por ti.
“Señor, la vergüenza es nuestra, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres, porque hemos pecado contra ti. De nuestro Dios -en cambio- es el tener misericordia y perdonar, aunque nos hemos rebelado contra Él, y al no seguir las leyes que Él nos había dado por medio de sus siervos los profetas, no hemos obedecido su voz.” (Dn 9, 8-9).
EL PERDONARNOS ES DE DIOS
Nuestro es el pecado, pero tuyo, Señor, el perdón, tuya la misericordia. Y es algo realmente que es tuyo, porque es propio de Dios perdonar. Encontré una cita de Santo Tomás que lo expresa de esta manera:
“A Dios le corresponde más por su infinita bondad, usar la misericordia y el perdón que castigar. De hecho, el perdón conviene a Dios por su naturaleza, mientras el castigo es debido a nuestros pecados”. (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.21, a.2, c)
Qué bien que tuyo sea, Señor, el perdón, que tú perdones por naturaleza. O sea que lo necesitas, necesitas -podemos decirlo así, necesitas, quieres, deseas. Podemos decir incluso que no te cuesta, aunque te ha costado toda la Cruz, toda tu Sangre, la Sangre de Dios hecho Hombre que borró nuestros pecados. Pero es que deseas.
Y tú mismo, Jesús, dices:
“Ardientemente he deseado beber este cáliz.” (Lc 22, 15)
“¡Cuánto me angustio mientras no llega ese bautismo con el que he de ser bautizado!” (Lc 12, 50).
Señor, Tú nos muestras con tus palabras de Dios hecho Hombre, cómo deseas llevar a cabo el sacrificio que perdonará nuestros pecados, que borrará nuestras culpas hasta el fondo.
De Dios es el perdón. Y así, incluso, no sólo lo dice Santo Tomás, sino también Fito Páez y así lo canta: “No olvides que el perdón es lo divino y errar a veces suele ser humano” (Fito Paez, “Al lado del camino”). También hay que cantarlo. Hay que cantarlo: Dios perdona. En cambio, nosotros…
Pero el perdón, ya deteniéndonos un poquito más, es algo de dos. Necesitamos dar y recibir; necesitamos pedir y dar. Y tú, Señor, nos quieres perdonar, pero para perdonarnos hemos de pedirte perdón. No puedes perdonarnos si no te pedimos perdón.
PEDIR PERDÓN Y DEJARNOS PERDONAR
En una ocasión preguntaba una persona: ¿Por qué Dios no perdona al demonio? ¿Por qué Dios no le abre las puertas del cielo? Y uno contra-preguntaba: Pero es que el demonio, ¿cuándo le pidió perdón a Dios? Dios no puede perdonarnos si no le pedimos perdón. Y ya que le pedimos perdón y Él nos perdona, hay un paso todavía más por dar, que es el perdonarnos a nosotros mismos.
Dejarnos perdonar es algo en lo que yo no había reflexionado y recientemente, leyendo un comentario a una parábola, me di cuenta que a veces también a mí en lo personal me cuesta eso:
Dios me perdona en la confesión y luego como que sigo recordando el pecado y diciendo: ¿por qué hice esto? ¿Cómo es que fallé? ¿Cómo es que soy tan miserable? Y como que a veces uno se regodea un poco en su miseria y en sus limitaciones, sin dejar todo eso ya en manos de Dios, en el pasado y poniendo medios para crecer en amor y en fidelidad a Dios.
Te acuerdas de aquella parábola en la que un rey perdona una gran deuda a uno de sus siervos porque él se lo pidió. Es más, el siervo ni siquiera le pedía que lo perdonara, sino le pedía una prórroga:
“Dame tiempo y te lo pagaré todo” (Mt 18, 30),
pero como pidiéndole que se lo perdonara. Y este rey lo perdona, tuvo compasión y lo perdonó. En cambio, este siervo al salir se encuentra con uno que le debía poco y lo estrangulaba. Le decía: ¡Págame lo que me debes, págame lo que me debes! Y lo metió en la cárcel hasta que le pagara lo que le debía.
INSENSIBILIDAD
Se pregunta un autor que leí recientemente: ¿Cuál es la razón de esta insensibilidad que le impide actuar como su rey? O sea, que le impide perdonar de verdad. El rey le perdonó y él no supo perdonar. ¡Pues qué insensible! ¿Cuál es la razón de esta insensibilidad? Quizá lo que le sucede es que no se ha dejado perdonar verdaderamente.
Le sigue pesando su deuda. No logra ser un siervo fiel a su señor, porque no ha descubierto el amor y la alegría de quien le ha perdonado. No logra olvidar la fortuna que debía, no le cabe en el corazón un regalo tan grande. Quizá teme que tanta bondad le persiga en el futuro. 10,000 talentos son sesenta millones de denarios.
Un jornalero tendría que trabajar 160,000 años para lograr alcanzar esa cantidad. Es inimaginable esa cantidad, imposible de pagar. Y Dios nos perdona. Nos perdona porque el pecado es algo mucho más grave, mucho más pesado. Pero Tú, Señor, lo perdonas de verdad.
Que yo me dé cuenta de la gravedad del pecado, pero también de la inmensidad de tu amor, que es capaz de perdonármelo, cuando cada vez que voy y te pido perdón, me lo perdonas. Pero ayúdame, Señor, a perdonarme a mí mismo también, a aceptar ese gran don que me das y a no estar pensando y no estar cargando culpas que tú ya perdonaste.
Es un gran don que se lo pedimos también a nuestra Madre la Virgen, que nos ayude a darnos cuenta del gran amor que Dios nos tiene, para que nosotros también sepamos después actuar con misericordia.
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