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TANGO

peregrinos

Me vine a predicar un curso de retiro en una casa que se encuentra al lado de la Laguna de Chapala, una laguna que es muy, muy grande y, además, como ha estado lloviendo, por fin se está llenando, había bajado mucho el nivel.

No solamente se está llenando la laguna, sino que, además, todo alrededor está verde, verde. ¡Es una maravilla! Muy agradecida la naturaleza que, en cuanto le cae un poquito de agua del cielo, ya se pone verde.

Justo me acordaba, con esta naturaleza y con esta vista tan bonita, que estamos leyendo en el evangelio de san Mateo esta semana, cuando Tú Jesús te subiste a una barca en el Mar de Galilea (que es más parecido a la Laguna de Chapala -un mar) y desde allí enseñabas a la gente en parábolas.

Hoy se nos propone la parábola del trigo y la cizaña, que dice:

“El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.

Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga, apareció también la cizaña.

Entonces fueron los criados a decirle al amo: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?’

Él les dijo: ‘Un enemigo lo ha hecho. Los criados le preguntaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’

Pero él les respondió: ‘No, al recoger la cizaña pueden arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la siega. Y cuando le llegue la siega, diré a los segadores: arranquen primero la cizaña, átenla en gavillas para quemarla y el trigo almacénenlo en mi granero’”

(Mt 13, 24-30).

Creo que todos coincidimos en que, a veces, parece que en este mundo hay más cizaña que trigo, porque el mal hace tanto ruido que imaginamos que la gente va sin rumbo, como vagabundos.

O buscando la felicidad que, en el fondo, es una búsqueda de Dios, pero están buscando en el lugar equivocado, donde nunca la van a encontrar.

Seguramente has visto cerca de tu casa algún vagabundo y es mucha pena de repente encontrárselos por las calles; personas sin rumbo. Tú y yo queremos ser peregrinos, no vagabundos.

Somos peregrinos porque, por gracia de Dios, sabemos de dónde venimos y a dónde vamos. Dios mediante, somos peregrinos de esperanza.

PEREGRINOS DE ESPERANZA

El jueves pasado celebrábamos a Santiago apóstol. Es muy famosa su historia y el camino que hizo para llevar esa buena nueva, ese trigo bueno, a lo que entonces se conocía como el fin del mundo, la Península Ibérica, allá en España y Portugal.

Ahora muchísima gente hace esa misma peregrinación en lo que se llama “El camino de Santiago”. Aquí en mi país tenemos muchas otras peregrinaciones también muy bonitas.

Pero lo interesante, sea cualquier camino, es ser peregrinos. Es como un estilo de vida y entender que así es un poco nuestra vida, que somos peregrinos de esperanza, que vamos hacia el Cielo.

El peregrino es un caminante siempre en búsqueda, siempre con la nostalgia de amar más a Dios, desde la mañana hasta la noche. Dice el Salmo:

“En el lecho me acuerdo de Ti”.

Así es un poco el peregrino: una persona que busca a Dios con sincero corazón; una persona que su corazón vibra con la añoranza del salmista:

“Oh, Dios, Tú eres mi Dios. Al alba te busco, mi alma tiene sed de Ti. Por Ti mi carne desfallece, en tierra desierta y seca sin agua”

(Sal 63).

Bueno, pues peregrinos de esperanza. Pero para hacer llegar este mensaje de esperanza, nos enfrentamos contra una cizaña que está dentro de nosotros, junto con el trigo, en nuestro corazón, que es el individualismo.

Eso que nos hace encerrarnos en nosotros mismos. Eso que impide que se lleven a cabo los sueños de Dios en nuestras vidas. Esos sueños de Dios que Tú tienes Jesús para cada uno de nosotros, pero que, a veces, no coinciden con nuestras ideas individualistas.

Por eso, tenemos un gran reto: superar el individualismo. ¿Cómo? Siendo más evangélicos, como Jesús que va a buscar a la gente, no espera que vengan. Jesús, para evangelizar, se acerca a donde está la gente.

Por eso nosotros, para evangelizar, nos queremos también -primero que nada- acercar a Jesús. Lo primero es vivir en gracia de Dios y, para ello, frecuentar los sacramentos, tener un trato personal, como lo estamos haciendo ahora con Jesús en la oración.

Así, poco a poco, vamos llenando nuestro corazón de amor de Dios, que es como una Laguna de Chapala, se va llenando, se va subiendo otra vez el nivel, porque uno transmite lo que ama; si llevamos en el corazón al Señor, nos saldrá con toda naturalidad.

Por eso, nosotros ahora Jesús en nuestra oración, queremos meditar sobre la belleza de la vida de la gracia. Es el trigo bueno, porque somos hijos de Dios, por la gracia de Dios.

ALEGRARSE

Trata de recordar, cuando de niño recibiste algún regalo que te emocionó muchísimo. Me viene ahorita a la memoria cuando tenía 6-7 años, yo estaba de portero y mi tío me echó un balonazo tan duro, que puse las manos y se me rompió la muñeca del brazo izquierdo.

La verdad, superó con creces el accidente, porque me regaló un “Tango del mundial” (así se llamaba aquel balón del mundial de España, me parece que era 1982; luego fue el Azteca en el ’86). Yo me acuerdo lo feliz que me hizo aquel balón. Tú trata de recordar tu “tango”.

La vida de la gracia es mucho más que un “tango”, es bailar con Dios; es el regalo más grande de Dios que nos hace sorprendernos muchísimo y que nos lleva a exclamar: “¡Qué suerte tengo!” No hay nada que yo haya hecho para merecer esta gracia, ni hay nada que pueda hacer para merecer una gracia tan grande, un tesoro tan desproporcionado.

Gracia viene del griego charis, que significa “alegrarse”. Es lo que le dijo el ángel a la Virgen María: “¡Alégrate!”

Cuando recibimos un regalo, nos alegramos, sobre todo, cuando éramos niños. Te pedimos Señor que sigamos siendo niños… en espíritu al menos.

“¡Alégrate! Que el Señor está contigo”

(Lc 1, 28).

¡Qué maravilla! No hay nada mejor en el mundo que estar en gracia de Dios, porque nos hace participar de la vida de Dios, nos enciende en el amor que Dios nos tiene y nos mantiene junto a Él. Nos da la esperanza que sostiene nuestro caminar. Irradia la luz de la fe en nuestra existencia.

Vamos a coger este cariño, este don gratuito de Dios, haciendo un poquito de examen. ¿Tú y yo amamos la gracia de Dios? Seguramente vamos a decir que sí, pero ¿cómo procuramos que esa gracia crezca en nuestras almas cada día? Por ejemplo, ¿sabemos responder a las llamadas que Dios nos hace?

VALORAR LA GRACIA DE DIOS

La semana pasada celebrábamos a una santa de Suecia que se llama Brígida; santa Brígida. Hay una oración muy bonita, pero que dura muchos años y que a mí me hace pensar ¿cómo hay gente que reza muchísimo?

Quizá también nos sirva para examinar cómo andamos en vida de piedad. ¿Sabemos valorar la gracia de Dios en nuestros corazones? ¿Somos creativos para buscar la confesión, para buscar la Eucaristía?

Para ser más rezadores por ejemplo ¿del rosario? ¿Para no repetir como pericos, pero sí tener esa sensibilidad de cuidar bien nuestra oración, la santa misa, nuestro rosario y luego de contagiarlo?

Vamos a terminar pidiéndole esto a Jesús: “Señor, ayúdanos a tomar más conciencia de este don tuyo y agradecerlo: la gracia de Dios. Ayúdanos a descubrir un nuevo mundo, como el mundo del mar que, cuando te metes a bucear, descubres un mundo nuevo.

Danos el darnos cuenta de que vivimos siempre sumergidos en este mar de vida divina, que nos debería de llevar a vivir con un espíritu muy agradecido, dándonos cuenta de que todo es gracia, todo es oro”.

Vamos a pedirle a nuestra Madre, a la Virgen: Ave María, llena de gracia, como ninguna otra criatura.

Ayúdanos Madre nuestra a valorar, a amar, a apreciar, a vivir con más docilidad, con más prioridad y también con mucha esperanza, como peregrinos de esperanza, toda nuestra vida, confiados siempre en la gracia de Dios.

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