El Evangelio que nos propone la misa del día de hoy tiene un mensaje clarísimo. Porque con la imagen de hoy, Tú Señor nos invitas a perseverar en la oración, porque quien se cansa pierde.
La verdad es que, si nos ponemos en el lugar de uno de los protagonistas de esta parábola, nosotros también podemos sacar cuentas y llegar a la conclusión de que, con el importunar a Dios con nuestra oración de petición, tenemos mucho que ganar.
De hecho, tenemos todo para ganar y muy poco que perder. Ese es el mensaje de la parábola del día de hoy.
Importunar a Dios en la oración es tener muy poco qué perder. En todo caso, perdemos tiempo, pero tenemos muchísimo qué ganar, porque estamos pidiéndole a Dios, el Omnipotente.
Este episodio que leemos el día de hoy, a veces se llama: “la parábola del amigo inoportuno”. Como sabemos, es una historia que acaba bien; al final, este amigo inoportuno recibe lo que estaba pidiendo.
Como el mensaje del Evangelio de hoy me parece muy evidente, yo quisiera aprovechar para fijarnos más bien hoy en el otro protagonista de la parábola.
Escuchamos en el Evangelio de la misa de hoy:
“Y les dijo (Jesús): “Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo y que viene durante la medianoche y les dice: “amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”;
Y desde adentro, aquel le responde: “No me molestes, la puerta ya está cerrada, mis niños y yo estamos acostados, no puedo levantarme para dártelos”.
Les digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite””
(Lc 11, 5-8).
Para entender mejor la situación de la parábola, yo creo que es útil saber o, al menos suponer, que la casa de esta parábola estaba construida según la costumbre frecuente en aquella época.
Se solía cavar una gruta en una roca de modo que este fuese el fondo de la casa, la parte cavada en la montaña y luego se hacía una extensión de la casa hacia afuera de la montaña, con las paredes y con el techo.
De modo que, como te decía, en el fondo de la casa, en la gruta de la montaña, ahí se almacenarían los alimentos, porque es la parte más fresca de la casa. Por eso lo que dice el dueño de la casa en la parábola del día de hoy, tiene muchísimo sentido.
Es como si le dijese al que está llamando a la puerta: no es que no quiera, pero es que para sacar la comida que me pides tendría que atravesar toda la casa hasta el fondo, incluyendo la zona donde duermen mis niños.
LA PEREZA
Pero además le dice:
“no puedo levantarme para dártelos”.
Es decir, que también en aquella época aquellos hombres sufren lo mismo que nosotros los latinos: la pereza.
En el colegio en el que soy capellán desde hace muy poco, esto de la pereza es todo un tema.
La hora de entrada a la escuela es muy, muy temprano y es frecuente conseguir tráfico para entrar. No todos viven cerca y por eso el día para muchos de estos muchachos empieza muy de madrugada, ni siquiera ha salido el sol.
Por eso es por lo que en el confesionario no es raro que algún niño se acuse de pereza al levantarse, como el personaje de la parábola de hoy.
A esos niños yo les suelo decir: “Oye, ¿sabes que te tengo una muy buena noticia? La pereza no se te va a quitar nunca”. Por supuesto que el niño queda desconcertado: “¿Cómo va a ser esto una buena noticia?”
Pues sí, ya que, al conocer al enemigo, se nos ayuda a combatirlo. La pereza evidentemente es algo natural, es esa resistencia lógica a aquello que supone algo más de esfuerzo y mucho más si es un esfuerzo inesperado.
Algunos sienten la pereza más que otros. Pero la parábola de hoy nos enseña que, incluso teniendo motivos muy válidos para dejarse llevar por la pereza -se durmió muy poco la noche anterior, hace mucho calor, hay algo de malestar físico…-, si llegamos a conseguir un motivo más fuerte que la pereza, tenemos la batalla prácticamente vencida.
VENCER LA PEREZA
Eso es lo que aprendemos con el pasaje del Evangelio de hoy. Porque en el caso de la parábola, curiosamente el protagonista venció la pereza al levantarse y tenía motivos muy válidos.
De hecho, lo dice en la parábola:
“motivos muy válidos para no levantarse”.
Y venció la pereza con un motivo más fuerte, que curiosamente es el fastidio del amigo que lo importunaba y no lo dejaba dormir.
Por eso nosotros, si sentimos el aguijón de la pereza, siempre podemos encontrar un motivo más fuerte que es el amor a Dios.
Por ejemplo, al momento de levantarnos, cuando suena la alarma en la mañana es lógico que a veces sintamos la resistencia a salir de la cama de inmediato. Eso lo saben los fabricantes de teléfono. Porque cuando uno pone la alarma inmediatamente uno tiene la opción también de decirle: “déjame dormir diez minutos más”.
Pero siempre podemos ilusionarnos con la primera lucha del día, que sea la lucha para que el primer pensamiento del día sea para Dios. Aunque sea para quejarnos, para decirle: “Buenos días, Dios, no me quiero levantar, me siento como si me hubiese atropellado un camión”.
Pero acto seguido, que el segundo pensamiento también sea para Dios y decirle: “Pero por amor a Ti Señor, acá vamos”. Y entonces nos levantamos, salimos de la cama, nos ponemos de rodillas, si es el caso y empezamos el día.
MINUTO HEROICO
Esta batalla del primer pensamiento del día para Dios es lo que san Josemaría solía llamar el: “el minuto heroico”.
Se llama así porque, efectivamente, cuesta muchísimo. Se trata de luchar en realizar eso que se debe hacer sin retrasos, sin pereza.
Por ejemplo, escribe san Josemaría:
“El minuto heroico. -Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y… ¡arriba! -El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza”
(San Josemaría, Camino punto 206).
Pero esta primera batalla del día que se vence como te he dicho, con amor a Dios, la podemos librar también muchas veces durante el día, porque la pereza no nos ataca solamente a la primera hora de la mañana.
Pero vencer en cada uno de esos minutos heroicos que se nos presentan en el día, solamente es posible si tenemos un diálogo constante con Dios.
Y si nuestro corazón está inflamado en amor por Él que eso es lo que nos va a llevar a decir: “Señor, siento demasiado fuerte la flojera, la pereza, pero por amor a Ti, aquí vamos.
Por eso el favor que te pedimos Señor en estos minutos de oración contigo, es que inflames nuestro corazón. Para que nos salga cada vez con mayor naturalidad ese hablar contigo cuando sintamos el alfilerazo de la pereza.
POR AMOR A JESÚS
Porque así donde los demás ven dificultades, donde ven resistencia a hacer lo que hay que hacer o simplemente pereza, un alma enamorada de Ti, en cambio, lo que ve son oportunidades de amar, de repetir ese primer diálogo de la mañana: Señor, no me provoca, pero por amor a Ti aquí vamos.
Señor, no te pedimos que nos quites la pereza. Porque ya como que estamos asumiendo que la pereza no se va a terminar de ir nunca jamás en nuestra vida. Sino, lo que te pedimos es que nos des algo más fuerte que la pereza: el amor a Ti.
Con esto que te pedimos entramos en un círculo virtuoso. La pereza ahora se convierte en una oportunidad de oro para decirte Señor que te queremos y esto muchísimas durante el día, si es que la pereza nos tiene pisados a lo largo de la jornada.
El estarte diciendo y demostrándote continuamente con esos minutos heroicos que te amamos, a su vez nos afianza en el amor”.
Nos interesa muchísimo vivir así con este súper poder de cambiar todo lo que sucede, todo lo que nos acontece, que es un súper poder cristiano, de convertir todo lo que nos pasa en una ocasión de amar cada vez más a Dios.
Por eso, como les explicaba a estos muchachos del colegio, el saber que la pereza probablemente no se va a ir nunca. En realidad es una buena noticia, porque podemos aprovechar esa pereza para amar cada vez más a Dios, para decírselo muchas veces durante el día y para demostrárselo con ese vencimiento en tantos minutos heroicos a lo largo de la jornada.