El evangelio de hoy nos cuenta que:
“Un hombre plantó una viña, la dejó al cuidado de unos labradores y se fue de viaje. Cuando pasó el tiempo, envió a un criado para que cobrara el fruto de la viña. Pero resulta que, a este criado, le pegaron y lo votaron sin nada. Entonces, este señor envió a otros criados y a todas les pasó lo mismo: a todos les pegaron, los votaron. Este señor envía a su querido hijo, pensando que al hijo le iban a respetar y, sin embargo, no solamente lo maltrataron, sino que lo mataron.”
(cfr. Mc 12, 1-12)
Y pregunta el evangelio:
“¿Qué hará el dueño de la viña?
Y dice:
Vendrá, acabará con los ladrones y encargará a otros que cuiden su viña.”
(Mc, 12, 9).
Todos los seres humanos hemos recibido un encargo de Dios, nacemos con una misión, con un plan que Dios tiene para nosotros. Cada uno tiene que vivir ese plan, a cada uno le corresponde conocer ese plan y cuidar bien lo que Dios nos ha dejado.
¿Y qué nos ha dejado Dios? Dios nos ha dejado una vocación, nos ha dado una vocación. Es la razón por la que estamos en el mundo. Para cumplir con esa vocación, Dios nos entrega unos medios y esos medios son los que tenemos que cuidar para fructificar, precisamente, el talento de nuestra vocación.
Dios nos ha dado una familia y en una familia todo debe cuidarse. El cuidado es el trato que tenemos dentro del ámbito familiar, el trato que debemos tener con nuestros seres queridos.
EL CATEDRÁTICO DEL AMOR
Cuando hay amor, hay cuidado, no se atropella, no se maltrata, hay delicadeza, finura, porque hay amor, uno está feliz y está contento. Para conseguir ese buen trato tenemos que recurrir al que más sabe amar, al catedrático del amor. El que más sabe amar, además, está cerca, es Jesucristo.
Él viene precisamente y se acerca a nosotros, porque nos ama y quiere liberarnos de todo lo que nos esclaviza. Jesucristo es el que nos cuida. Jesucristo funda la Iglesia y en la Iglesia nos dan los medios que son los sacramentos, que el mismo Jesucristo instituye.
A nosotros nos toca cuidar esos sacramentos, cuidar la Iglesia, pedir por la Iglesia y valorar todo lo que la Iglesia nos alcanza. Porque la Iglesia sólo nos da cosas buenas: las cosas de Dios, lo que necesitamos para ser felices y para llegar a la meta que es el Cielo.
Los sacramentos nos ayudan a ser amigos de Dios, a ser piadosos. Ser piadosos es cuidar todo. Una persona piadosa es cuidadosa.
Y ¿todas las personas saben lo que Dios les ha dejado y lo cuidan? Tenemos que decir que no. No ocurre eso.
Es lo que acabamos de leer en el evangelio de hoy. Muchos son como esos labradores que maltrataban a los criados y terminan matando al hijo del dueño. Con Jesucristo hicieron eso; hicimos eso los seres humanos con Jesucristo.
Él vino con amor para liberarnos del pecado, para hacernos felices y luego llevarnos al Cielo. Pero, no lo recibimos bien y lo maltratamos: lo llevamos a la cruz, lo matamos.
Jesucristo nos da los medios para ir al cielo, para ser felices y maltratamos también esos medios. Es penoso decir que, muchos viven como si Dios no existiera o como si Cristo o la Iglesia no hubieran dicho nada para liberar al hombre, para rescatar al hombre.
PERSECUCIÓN A LOS CRISTIANOS
Es más, hoy, como en otras épocas, se persigue a los cristianos. Sólo por el hecho de ser cristianos. Se prohíben los crucifijos, las oraciones en algunos sitios. En algunos países no está permitida la enseñanza de la religión y se castiga cuando una persona dice la verdad, enseña la verdad, enseña la religión, enseña a rezar…
También, en otros sitios, se queman los templos y se difunden ideologías anticristianas que destrozan la familia, por ejemplo. En esta época hay ideologías que destrozan la familia y las buenas costumbres que nos enseñan la religión, para ir por los caminos que Dios ha previsto para toda la humanidad y en todos los tiempos.
La historia del cristianismo está llena de ataques, de los sembradores impuros del odio. Esos sembradores siguen las consignas del diablo, el demonio, que es el príncipe de la mentira; que siempre tienta y hay épocas en las que se mete en muchos corazones, en muchas cabezas. Esas personas, pues están haciéndole el juego el diablo.
Hoy, pues sigue activísimo creando conflictos, creando divisiones entre los seres humanos y disfrazándose. Porque así es el diablo, se disfraza de oveja buena, de oveja dadivosa, de oveja generosa, para que la gente no vea, para que, al contrario, piensen que es bueno lo que está haciendo. Cuando en realidad, pues el diablo es un lobo destructor.
¿Cuánto se está engañando? Y cuántos caen esas garras de los engaños, que son las garras del mal.
SER SENCILLOS
Jesucristo continúa su labor y quiere contar con nosotros también. El evangelio de hoy nos dice:
“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.”
(Mc 12, 10).
¿Con quién cuenta Dios? ¿Con la gente sencilla? Quizás, esa gente que no escogen los grandes de la tierra, esos los escoge Dios. Cómo escogió los apóstoles, que eran unos pobres pescadores, no tenían cultura y el Señor los escoge para extender la Iglesia por el mundo. ¡Qué gran misión tienen los apóstoles!
El Señor escoge también una mujer sencilla y adolescente que no tenía fortunas para que sea su madre y madre nuestra, la Virgen María. El Señor nos dice que debemos ser como niños en la sencillez e inocencia, para poder entrar en el Reino de los Cielos. Tenemos que ser como niños.
Vemos que los santos han sido personas sencillas. Por ser sencillas, tuvieron muchas dificultades y supieron vencerlas con la gracia de Dios. Han sido incomprendidos, quizás por los grandes de la tierra, ¿no? Como le pasó a Jesucristo, que las autoridades fueron los que lo llevaron a la cruz.
Igual, hoy, pasa en muchos países, quienes están en los grandes puestos, muchas veces, no siempre, son los sembradores impuros del odio y ahí están los santos.
VIRTUD DE LA HUMILDAD
Hoy hacen falta santos, hace falta muchos santos, para revertir todo eso, todo lo que estamos viendo en el mundo: las guerras que hay, las violencias en tantos sitios, las ideologías que destrozan la familia. ¡Cuánta maldad!
Somos nosotros llamados a poner los medios para recuperar los valores, las cosas buenas. Recuperar la familia, como decía el Papa san Juan Pablo II: Familia se tú, vuelve a tus raíces.
Nos decía san Josemaría: Dios da su gracia a los humildes. Necesitamos esta gran virtud de la humildad, que es la verdad.
En la historia vemos en las apariciones de la Virgen, cómo la madre de Dios aparece a personas sencillas: a Juan Diego, que era un campesino en Guadalupe; a Bernadette, una niña pobre y enferma en Lourdes; a los tres pastorcitos, en Fátima, que eran también campesinos que estaban allí. Eran niños, para los grandes mensajes de la humanidad.
“La piedra desechada por los arquitectos es la piedra angular del edificio.”
Dios se apoya en ti y se apoya en mí para que llevemos a muchos al cielo y es una gran misión la que tenemos.
Cuidemos esos medios que Dios nos da: los sacramentos. Cuidémonos con los medios, con los sacramentos, para poder tener un gran amor a Dios, un gran amor a la Virgen.
A ella le pedimos, a la Virgen María, que nos ayude a caminar como lo hizo ella, con esa fe y ese amor grande a Dios, Nuestro Señor.