“Subimos a Jerusalén para la fiesta, los caminos están llenos de gente y, a medida que nos acercamos a la ciudad, la muchedumbre es más numerosa. (…) Llegamos cerca de la Puerta de las Ovejas, por donde entran en la ciudad y en los patios del Templo, los numerosos rebaños de carneros, cebados en las estepas del Este y que sirven para la alimentación y para los sacrificios”
(Acercarse a Jesús, Cuaresma – Semana Santa, Josep María Torras).
La Iglesia sabe perfectamente qué Evangelio nos pone a leer en estas semanas. Se acerca la Semana Santa, la Pasión… y resulta que entramos a la ciudad Santa por la Puerta de las Ovejas (las que se sacrifican, especialmente en la noche de Pascua) …
Lo que no sabe Jerusalén, todavía, es que por esa puerta está entrando el Cordero… El que se va a sacrificar por nosotros en esa Nueva Pascua… la que nosotros vamos a celebrar en un par de semanas.
“Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina, llamada en hebreo Betzatá, que tiene cinco pórticos. En éstos yacía una muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos”
(Jn 5, 2-4).
Jesús nos sugiere ir a la piscina, Él
“va delante. Va descendiendo la escalinata de piedra que lleva a la gran piscina. El estanque excavado en la roca, rodeado de sus cuatro galerías y con aquel quinto arco que divide la piscina en dos mitades casi cuadradas; está abarrotado de gente. Es un lugar de dolor y angustia. La humedad y el sudor de las personas hace que el ambiente esté muy cargado.
Se oyen lamentos, gemidos, se pide ayuda a los curiosos. Alrededor de la piscina se dan cita todas las enfermedades posibles. Hombres cargados de llagas y pústulas, viejos agonizantes, que no paran de toser, cargados de fiebre, enfermos con movimientos anormales y temblores constantes, ciegos, cojos, paralíticos, sordos…
Jesús se ha parado un momento antes de descender los últimos peldaños y mira al gentío. Parece que la mirada se va ya deteniendo sobre cada enfermo y ahora sus labios se mueven en oración”
(Acercarse a Jesús).
LA PISCINA ES EL MUNDO
Hoy, por la pandemia y por muchas otras enfermedades, tanto del cuerpo como del alma, la piscina es el mundo y Jesús sigue deteniendo la mirada sobre cada enfermo -aunque tal vez algunos no se den cuenta-, pero sigue deteniendo la mirada sobre cada enfermo y sus labios se siguen moviendo en oración.
¡Este panorama afecta a Jesús! Dios no es indiferente. Si a nosotros nos conmueve el dolor… ¡a Él le conmueve más! ¿O será que alguno de nosotros piensa que tiene el corazón más sensible de lo que lo tiene Dios… más sensible que el mismísimo Corazón de Jesús…?
La piscina de Betzatá es el mundo y Jesús sigue deteniendo su mirada, se sigue conmoviendo…
En aquella esquina de Jerusalén
“los enfermos están esperando con sus familiares y amigos que el agua se agite para lanzarse al estanque. De vez en cuando un ángel del Señor desciende y cura a los primeros que entran en la piscina”.
(Acercarse a Jesús)
Lo del ángel, la verdad, es que era un “decir”. No se sabe a ciencia cierta qué ocurría. Lo cierto es que se movían las aguas y que quien se tiraba quedaba curado… Por poco que uno lo piense: ¡qué espectáculo!
Pero ojo, siguen existiendo ángeles que mueven las aguas para que otros se curen o, si lo queremos ver de otra forma: gente que introduce a otros a la piscina cuando se mueve el agua.
AYUDA A MI QUERER
No sé si lo supiste, pero te pongo un ejemplo de este tiempo que hemos vivido. El padre Giuseppe Berardelli, de Bérgamo, la zona más golpeada por el Covid en Italia, resulta que padecía coronavirus, estaba grave y renunció al respirador que había sido comprado por la comunidad parroquial que él atendía.
Renunció para salvar la vida de un paciente más joven. El padre Giuseppe tenía 72 años y casi 37 años de ser sacerdote. Esto es fuerte, pero es cierto. Para que demos gracias, para que aprendamos y para que nos encomendemos a este sacerdote santo.
Pero sigamos con la escena:
“Había ahí un hombre que padecía una enfermedad desde hacía 38 años. Jesús, al verlo tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres ser curado?”
Me parece que la pregunta de Jesús sobra… “¿Por qué preguntas Señor?” Y a mí me parece que Jesús nos responde: ¡Porque hay que querer! Y así, entonces
“El enfermo le contestó: Señor, no tengo un hombre que me introduzca en la piscina cuando se mueve el agua; mientras voy, desciende otro antes que yo. No tengo hombre”.
No tengo un hombre... “Nadie me ayuda. No tengo amigos, ni parientes que me acerquen al agua medicinal. Pero ahora Jesús está con él, Jesús le había visto y por eso nos ha dicho que bajemos a la piscina de Betzatá. Dios no abandona a sus hijos”.
“Le dijo Jesús: Levántate, toma tu camilla y anda”
(Jn 5, 5-9).
“El enfermo pone las manos en el suelo para tomar impulso, mira sus piernas inmóviles, incorpora el tronco y dobla las rodillas, apoya los pies y, con cierta prudencia, empieza a levantarse. Se pone en pie. Hace 38 años que no lo hacía. Busca a Cristo, pero el Señor se ha perdido entre la muchedumbre de enfermos.
Después, con los ojos llenos de lágrimas, comienza a andar con la camilla debajo del brazo. Y todos lo miran y él busca a Jesús, pero no lo encuentra ahí”.
(Acercarse a Jesús)
El milagro tiene lugar… pero el milagro no se da sin que la persona quiera, sin que colabore… hay que saberlo, este paralítico, todos aquellos enfermos de la piscina son imagen de la enfermedad interior: del pecado. ¡Eso es peor que cualquier enfermedad, incluido el coronavirus!
Dice el Evangelio:
“Después de esto lo encontró Jesús en el Templo y le dijo: Mira, has sido curado; no peques más para que no te ocurra algo peor”
(Jn 5, 14).
Y entonces tú y yo le podemos decir al Señor:
“Señor, yo también estoy tendido en tierra, en el mísero lecho de mi poltronería, de mi egoísmo, de mi sensualidad y de mi amor propio. Muchas veces la tristeza y el aburrimiento son mis compañeros porque sólo pienso en mí y en mi comodidad.
Acércate Jesús mío, mira mi vida y ordena a mi alma que se ponga a andar y abandone una vida vacía e inútil para cambiarla por una vida llena de buenas obras. Quiero, Dios de mi corazón, ser para otros consuelo y esperanza. No quiero que ninguno de los que están a mi lado pueda decir que no tiene a nadie que le ayude a superar su tristeza interior y su abandono espiritual.
Quiero estar siempre contigo Jesús, porque Tú me amas y yo quisiera saber amarte. Quiero tenerte siempre en mi corazón para tener más fuerza y lograr serte fiel en todo. (…) Si Tú estás conmigo, podré serte fiel”.
(Acercarse a Jesús)
¡Quiero querer! ¡Ayuda mi querer! Yo creo que todos le podemos decir estas palabras porque nos pasa y es una noble petición.
Para terminar, nos puede servir también pensar y encomendar, rezar por nuestros familiares o parientes que están alejados. Que nadie se sienta solo, pero también pensar en la gente alejada de Dios.
¿Cuánta gente está muriendo alejada de Dios? ¡Qué dolor el del Corazón de Jesús! Recemos para que se conviertan, aunque sea en el lecho de muerte. Eso vale más que la cura de este virus o de cualquier enfermedad.
Madre mía, dales esa conversión que necesitan.