QUIÉN SOY YO
Joe Aldrich, en su libro Lifestyle Evangelism nos presenta la siguiente fábula:
“El Ángel Gabriel se acercó al Señor y le dice:
—Señor, sufriste terriblemente en manos de los hombres en la Tierra.
—Sí, -responde Jesús.
—Señor, ¿saben todo lo que los amaste e hiciste por ellos?
—Oh no -dijo Jesús- todavía no. En este momento lo saben solo unas pocas personas en Palestina.
El Ángel Gabriel estaba perplejo.
—¿Qué has hecho, entonces -preguntó- para que todo el mundo sepa cuánto los has amado?
Y Jesús responde:
—Le pedí a Pedro, Santiago, Juan y otros más que hablen a la gente acerca de mí. Y quienes reciban la información la comunicarán a su vez a otras personas, y de esta manera mi historia será llevada a los lugares más remotos de la tierra. Al final, toda la humanidad se habrá enterado de Quién Soy yo y de lo que hice por ella.
Gabriel frunció el ceño, escéptico. Conocía muy bien la pobre madera de que estaban hechos los hombres.
—Vaya… ¿Y si a Pedro y a Santiago se les acaban las fuerzas? ¿Si a las personas que vendrán después de ellos se olviden de hacerlo? ¿Y si la gente del tercer milenio no habla a los demás de ti? ¿No has hecho otros planes?
Jesús respondió:
—No, no tengo otro plan. Cuento con ellos».
NO HAY OTRO PLAN
Claro que este diálogo es ficticio, pero sí refleja una realidad que nos deja perplejos: es asombrosa la confianza que Dios pone en estas pobres criaturas. Con sus virtudes y defectos.
Son hombres limitados, instrumentos ineficaces para una tarea que les supera totalmente: llevar a todo el mundo la maravilla de un Dios que no nos abandona en el pecado, que se hace tan cercano a nosotros, que toma nuestra misma naturaleza humana y que nos propone un camino seguro para llegar al Cielo, para ser felices por toda la eternidad.
Y aunque este diálogo de Jesús con el Ángel es una fábula, coincide en la sustancia con lo que recoge el Evangelio de la Misa de hoy.
Porque Jesús llama a sus doce apóstoles, en quienes confía, a pesar de saber de antemano sus debilidades. Y confía tanto, que les da potestad de
«expulsar espíritus inmundos y de curar toda enfermedad y toda dolencia».
Eso si es confianza porque al hacerlo se convierten en representantes indiscutibles de Dios y, ¡vaya representantes que eligió! Nosotros sabemos de antemano cómo terminará esta historia.
Porque sabemos cómo los apóstoles van a dejar solo a Jesús en el Calvario (con excepción de Juan). Nos sorprendemos con la cobardía de Pedro al negar a su querido maestro ante la “presión social”; nos indignamos con el beso de Judas, un beso con el que traiciona a quien únicamente le hizo bien, y lo hace por unas monedas de plata.
JESÚS LO SABÍA
Y todo esto por supuesto que también lo sabía Jesús…
Aun así, sorprendentemente, eligió a los que quiso, y
«Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó».
Como en la fábula del inicio, elegir a estos doce parece una decisión temeraria de Dios, quien parece no tener un “plan B”.
Es que, así como en un casino “la casa siempre gana” (está todo pensado para que la casa no pierda nunca), así, en la historia de la humanidad, el tiempo siempre le da la razón a Dios.
Los criterios del Cielo no son nuestros criterios, eso es obvio, y lo dice el profeta
«mis caminos no son vuestros caminos»,/p>
pero el tiempo siempre le da la razón a Dios.
Y Jesús supo valerse también de las decisiones libres (buenas y malas) de cada uno de estos hombres, para obrar nuestra redención y que su Evangelio llegase hasta nosotros.
Si pudiésemos trazar unas cadenas (como una especie de “árbol genealógico”) de personas que han contribuido a que cada uno de nosotros seamos hoy cristianos, esa cadena se remontaría al menos a uno de estos doce nombres (incluyendo a Judas). Y eso Jesús ya lo sabía.
Ahora Dios quiere contar contigo y conmigo para seguir siendo eslabones de esa cadena hasta el final de los tiempos. Porque Dios no tiene un plan B.
SOMOS LIMITADOS
Por supuesto que Él sabe que no somos santos todavía, ¡que nos falta muchísimo! Y que no somos tan fuertes como podríamos ser. Sabe que nos caemos con una frecuencia asombrosa, y que tenemos que acudir muchas veces a su misericordia.
¡Él lo sabe! Y tiene en mente todas nuestras negaciones, hasta el último instante de nuestras vidas y sabe dolorosamente lo poco que hace falta para elegir otras cosas por encima de Él. Y, aun así, elige no tener un plan B.
A mí me parece asombroso, incluso conmovedor. No es un plan temerario, sino que es la amorosa Providencia divina que cuenta con que tú y yo, libremente, “porque nos da la gana, que es la razón más sobrenatural”, como decía san Josemaría, nos decidamos a decir sí a todo lo que nos pida Dios.
Aprovechamos el ejemplo de los apóstoles para pedir a Dios que, a pesar de las muchas miserias y pecados que tenemos, nos decidamos a recomenzar en el amor cuantas veces haga falta.
Un examen de conciencia bien hecho, un acto de contrición paladeado, y acudir al sacramento de la confesión. Porque la misericordia de Dios no se niega a nadie, pero en esta lista de apóstoles que leemos en el Evangelio de hoy, aprendemos que cada uno contó con la libertad de aceptarla o rechazarla.
Todos recibieron el mismo amor, la misma vocación, la misma oportunidad de recomenzar, pero la suerte final de uno de ellos fue muy desigual a la del resto.
Que la soberbia no nos aparte jamás de la Iglesia fundada por Cristo, ni tampoco de los sucesores de sus apóstoles.
Mira que el enemigo recibe el nombre de “diábolos” (que significa el dimisor) precisamente porque su táctica es siempre la dedividir apoyándose en nuestras faltas de humildad.
ELEGIDOS POR DIOS
Le funcionó con Judas Iscariote y cree que puede volver a funcionar con cada uno de nosotros cuando se nos va un pensamiento crítico contra el Papa o algún obispo o sacerdote; o contra alguien de nuestra familia o de nuestra comunidad.
En cambio, el camino seguro empieza por reconocer nuestra propia debilidad y que no nos queda otra que apoyarnos en la fortaleza de Dios. Y sólo así, nos mantendremos dentro del grupo de los “elegidos por Jesús” para llevar a cabo su plan de salvación para toda la humanidad.
Sorprendentemente para esto, Dios no te necesita ni a mí, para llevar el Evangelio a todas partes, pero quiere contar con nosotros.
Vamos a pedirle a nuestra Madre del Cielo, que nos ayude a agradecer tanta predilección de Dios. Que nos ayude a entregar generosamente nuestra libertad, en todo lo que digamos, hagamos y pensemos.
Eso es, y en eso consta el plan infalible y único de Dios.
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