En un libro llamado “La felicidad donde no se espera”, Jacques Philippe habla de las bienaventuranzas. Ahí cuenta que de joven le costaba entenderlas y predicar sobre ellas.
Sin embargo, se ve que hizo todo un recorrido, porque llegó a escribir este libro donde afirma que son fundamentales.
En su obra recuerda aquello de que en las bienaventuranzas Jesús está haciendo un retrato de lo que es su propia vida.
“A mí la verdad es que me cuesta, Señor, comprender y vivir esto que Vos nos enseñás y que sale en el Evangelio de la misa”:
“Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo”
(Lc 6, 20-23).
“Dichosos los pobres, los que tenéis hambre; dichosos cuando os odien…” “¡Qué difícil Jesús! Todavía me queda mucho por aprender y profundizar.
Eso podemos hacer ahora en este rato de oración para que, con tu ayuda, alcancemos a comprender esta enseñanza tuya”.
ACTITUD DE POBREZA
En el libro que mencionaba, Jacques Philippe se detiene, sobre todo, en la primera de las bienaventuranzas:
“Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos”.
Habla de la pobreza como actitud fundamental para recibir los tesoros de Dios y también para darse generosamente.
No se trata de una pobreza material, la miseria hay que procurar remediarla más que fomentarla, sino de un desprendimiento interior en lo del corazón. En primer lugar, para poder recibir gratuitamente.
Pienso que todos hemos considerado la posición en que se encuentra un rico, un multimillonario que, aparentemente puede tener todo lo que quiere. Puede comprar cualquier cosa que se le ocurra.
En películas o libros aparece, en ocasiones, el potentado capaz de darse cualquier capricho o sorprender a otro con algún regalo exorbitante. Y lo hace porque tiene con qué, tiene algo para dar a cambio de lo que se le antoje conseguir.
También, en ocasiones, en esas historias se deja ver algo que ni todo el dinero puede comprar: la salud, tener una familia unida… son tesoros que van más allá de las posibilidades hasta del más rico, que puede que las tenga, pero no porque las haya comprado, sino que son un don.
Y el Reino de los Cielos es un don. El ser hijos de Dios, el ser perdonados, el recibir la gracia que nos permite amar con el amor de Dios, todo eso es un don.
Si no lo entendiéramos así, podríamos comportarnos respecto a ese Reino que Vos Jesús nos querés traer como si fuera algo que yo puedo ganarme, que yo me merezco, que lo consigo con mi esfuerzo, mis oraciones, mis limosnas…
DESÁNIMO
El peligro de querer ser justificados por lo que hacemos, creyendo que está dentro de mis posibilidades ganarme el favor de Dios y el Cielo. En lugar de sabernos pobres ante Dios, en lugar de pensar que en realidad es algo que es un don, que no es algo que se tenga que comprar, sino que es algo que Vos Señor nos querés dar.
La actitud de la pobreza ante el Señor es profundamente justa porque no tenemos reales méritos para recibir el perdón o que Él nos santifique o que nos haga participar de la vida sobrenatural.
Creer esto también nos podría llevar -si uno se lo cree en serio que yo no puedo alcanzar esos bienes que sí quiero- al desánimo, a tener un sentido de impotencia: “estoy ante algo que no puedo controlar a mi antojo”. (Y si pienso que sí, me estoy engañando).
Pero también nos podría llevar a una actitud humilde y esa es la verdadera pobreza de quien se deja bendecir y beneficiar… aunque no tenga cómo merecer tantos dones.
Esto es bueno, esto fomenta una respuesta de libertad, de recibir y de querer corresponder; no en un sistema de transacciones, de conveniencia, sino de gratuidad, de amor. “Gratis recibisteis” dice Jesús.
¿Acaso no se presentan así al Señor muchos de los que consiguen grandes favores en el Evangelio? “De tu parte Jesús piden piedad, piden compasión, no quieren presentar algo a cambio: quien busca una curación, otra un hijo endemoniado…
En los Hechos de los Apóstoles sí hay uno que pretende conseguir el favor del Espíritu Santo a cambio de un pago -Simón el Mago- y lejos de ser acogida su propuesta, causa el rechazo de los apóstoles (y en el fondo de Dios).
De ahí el término simonía: pagar por los medios que nos conceden la gracia (que es algo que no está bien).
POBREZA DE CORAZÓN
“¿Cómo podemos Señor fomentar esa pobreza de corazón? Quizá un modo sencillo de hacerlo sea procurando elevar muchas acciones de gracias a lo largo del día. Dándote gracias, Señor por todo. Considerándolo como regalos tantos dones que nos hacés porque Vos sos bueno”.
Qué feo cuando a una persona le hacen un favor o le dan algo y no lo agradece, lo da por descontado; quizás, incluso, se queja.
Qué feo si me ayudan y no digo gracias; si me quejo por una comida que me ponen delante… eso sería una falta de pobreza, sería pensar que yo me merezco todo, que no me dan suficiente.
“Esa no es la actitud para recibir tu amistad Señor, tus dones, tu Reino…”.
Y la contracara de ese recibir desde nuestra pobreza, desde nuestra incapacidad, es dar, ser capaces de desprendernos, de dar: es la generosidad.
“Gratis recibisteis, dad gratis”
(Mt 10, 8).
SABERNOS MÁS LIBRES
No se puede acabar nuestra vida cristiana en recibir, sino que fructifica en dar, en darse a los demás. Más alegría hay en dar que en recibir. Y eso también es pobreza, en el sentido de estar desprendido de los bienes, del tiempo, de ser el centro, de mis gustos…
Puede que cueste, por ejemplo, compartir o acompañar a alguien; escuchar o dejar el mejor lugar a otro… pero si vencemos esa tendencia a la avaricia de buscar solo lo mío, si somos capaces de confiar en que, si me olvido un poco de mí mismo para pensar en los demás, ya el Señor me cuidará.
“Entonces, enseguida comprobamos por qué nos decís “felices”, “bienaventurados” Señor, porque nos sabemos más libres, porque nos regalás Jesús una alegría sobrenatural.
No es difícil ver que sos Vos ese mismo Cristo quien va por delante en vivir esta pobreza. Recibís todo de tu Padre, te das del todo, actuás con plena libertad y, aunque tu vida sea de entrega y sacrificio, es una vida feliz”.
Que nuestra Madre, que supo vivir esa humildad delante de Dios, que permitió que el Todopoderoso obrara grandes cosas en ella, nos ayude a profundizar en esta y en cada una de las bienaventuranzas, comprendiéndolas y viviéndolas.