Jesús ha entrado en la sinagoga. Es sábado, cuando todos se reúnen. Está lleno de gente. Normalmente lo está porque se reúnen los sábados para la lectura de la Palabra de Dios (la Torá), pero hoy está especialmente lleno, porque ha venido el Rabí de Nazaret.
Había allí un hombre que tenía la mano seca, inmóvil, paralizada. Quizá estaba en un rincón, pero a Jesús no le pasó desapercibido. Lo ve en seguida.
San Marcos, en su Evangelio, nos pone en guardia, porque señala que algunos andan al acecho, quieren sorprender al Maestro haciendo algo que no está permitido para acusarle y desprestigiarle. Así que le presentan al enfermo, para ver si lo cura en sábado.
¿QUÉ PIENSAS SEÑOR?
“¿Qué debía pensar Jesús? ¿Qué piensa, cuando ve que los hombres pretendemos engañarle? Él conoce los corazones. En la escena que contemplamos, sabe lo que pretenden aquellos hombres, así que les hace una pregunta que va directamente al grano:
«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?». Como si les preguntara: «¿Es que el día del sábado no se puede hacer absolutamente nada?».
Hoy en día no es fácil encontrar por la calle a «escribas y fariseos»… pero sí a muchos que piensan que los cristianos no deben hacer en público absolutamente nada. Existe el empeño de encerrar la fe en la sacristía. Muchos andan al acecho, y les basta una palabra de fe en público para rasgarse las vestiduras. Pero tú pregúntale a Jesús: ¿es justo que me calle, que no haga nada?
PONTE DE PIE EN MEDIO
Muchos esperan nuestro testimonio de esperanza, de fe, de alegría. En la sacristía y en la plaza pública, en el trabajo y en el atasco mañanero para ir a la oficina, al colegio, a la universidad. Como el hombre con parálisis del evangelio de hoy, nuestros amigos nos miran esperando ver a Cristo. Que unos pocos (o muchos) anden al acecho no nos debe frenar”
(cfr. Fulgencio Espa, Enero 2016, con Él).
Jesús me quiere de pie. Y en medio.
Le dice al hombre que tenía la mano seca:
“ — Ponte de pie en medio. Y les dice: — ¿Es lícito en sábado hacer el bien o hacer el mal, salvar la vida de un hombre o quitársela? Ellos permanecían callados. Entonces, mirando con ira a los que estaban a su alrededor, entristecido por la ceguera de sus corazones, le dice al hombre: — Extiende la mano. La extendió, y su mano quedó curada”.
Yo me quería fijar en eso, Jesús me quiere de pie y en medio. De pie: porque no caben derrotismos. De pie: orgullosamente cristiano, orgullosamente católico. En medio: en medio del mundo, en medio de la calle.
EN MEDIO…
Como dice san Josemaría con aquellas conocidísimas palabras:
“en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir”
(Conversaciones, 114).
Hasta ahí sus palabras ¿y es cierto no? Ahí en las cosas cotidianas. En medio de una fiesta, en medio de una reunión familiar, en medio de la playa, en medio del bar donde te has reunido con tus amigos, en medio del cine donde has ido a ver aquel estreno que tanta ilusión te hacía, en medio de la universidad donde tus compañeros no comparten tu misma visión de la vida, en medio de las redes sociales, en medio del chat de la promoción del colegio, en medio de… En medio.
Es cuestión de ponernos en presencia de Dios y así llevarle con nosotros a todos lados.
LLEVARLE A TODOS LADOS
Escribía santa Teresa:
“Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad, y traerle siempre consigo, y hablar con Él, pedirle por sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con Él en sus contentos y no olvidarle por ellos; sin usar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad.
Es excelente manera de aprovechar, y muy en breve; y quien trabajare para traer consigo esta preciosa compañía, y de veras cobrase amor a este Señor a quien tanto debemos, yo le doy por aprovechado. Para esto no se nos ha de dar nada de no tener devoción –como tengo dicho–, sino agradecer al Señor que nos deja estar deseosos de contentarle, aunque sean pocas las obras. Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos los estados, y es un medio segurísimo para ir adelantando”
(Santa Teresa, Vida, 12).
Jesús, quiero tenerte presente siempre, quiero llevarte a todos lados conmigo, te quiero en medio de todo lo mío, mientras estoy en medio del mundo. Y ojo que este hombre tenía la mano seca: yo tengo mis defectos, tú también los tuyos… ¡No importa! En todo caso pueden ayudar a mostrar cómo Dios obra en nuestras vidas.
¿Te acuerdas?: al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos:
“— Rabbí, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?
Respondió Jesús: — Ni pecó éste ni sus padres, sino que eso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él”
(Jn 9,1-3).
Para que las obras de Dios se manifiesten. Tú y yo, con nuestra mano seca, con nuestros defectos o nuestra ceguera podemos facilitar la acción de Dios.
QUE LAS OBRAS DE DIOS SE MANIFIESTEN
Hay un libro donde se cuenta una bonita historia de un niño deforme, al que los mimos de sus papás habían convertido en un egoísta tremendo. Poco a poco se ha convertido en un auténtico tirano. Pero un día sobrevino el milagro; así es la narración: “Un día el chico decidió que le llevaran a Lourdes; quiere que la Virgen le cure. “Si pido con fe mi curación -dice- me curará. ¿Verdad, madre?”
Nuevos sacrificios de los padres hacen posible el viaje a Lourdes. La madre tiene miedo de que el milagro no se realice. Fue ella la que le acompañó. El egoísmo del hijo salta a borbotones a todas horas haciendo insoportable el viaje.
En Lourdes, ante la gruta, se renuevan los temores. El convencimiento del muchacho es grande: si él lo pide, la Virgen le curará. La madre teme la reacción del hijo si la curación no se realiza. Reza y llora.
Pasa el Santísimo. Los ojos de la madre van de un lado para otro hasta que se fijan en Dios y en el cuerpo contrahecho de su hijo. El sacerdote se ha detenido con la Custodia frente al enfermo. Dios bendice al pequeño. Los ojos de la madre se han cerrado en una oración. Los ojos del hijo se han abierto.
AHÍ SE OBRAN LOS MILAGROS
Continúa la procesión. El sacerdote que lleva al Santísimo Sacramento se ha alejado. La madre se inclina sobre su pequeño, le besa y le dice al oído: “¿Le has pedido la curación, hijo?”
Y el pequeño, con una alegría desconocida en él [responde]: “No, madre. Mira a ese niño, ¡qué cabezón tiene! He pedido que le cure a él, que está más necesitado”. La madre, con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto a la camilla para dar gracias por el milagro” Porque por fin el egoísmo de su hijo quedaba a un lado.
(Jesús Urteaga, Cartas a los hombres).
Ya te lo decía, tú y yo, con nuestra mano seca, con nuestras deformidades, podemos facilitar la acción de Dios. Ya nos curará a ti y a mí si conviene, pero más deberíamos pensar en el cabezón, en el otro. Ese que coincide contigo o conmigo, también con sus deformidades, en medio del mundo. Total, todos somos hijos de Dios e hijos de santa María. Todos en medio del mundo. Pero -¡ojalá!- todos muy cerca de ellos. Porque ahí es donde se obran los milagros.