Nos dice hoy el Señor en el Evangelio que la liturgia nos propone para la misa:
“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les contestó:
«A ustedes se les ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra; y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.
Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír, ni entender.
Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: Oirán con los oídos, sin entender, mirarán con los ojos sin ver.
Porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que Yo los cure.
¡Dichosos sus ojos porque ven y sus oídos porque oyen! Yo les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ven ustedes y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron»”
(Mt 13, 10-17).
EL SEÑOR PROCURA ENSEÑAR
Estas páginas, de algún modo, reflejan la experiencia misma del Señor, Él procura enseñar.
Recordemos aquella parábola que es subsiguiente a este Evangelio, de la buena semilla que, por diversos efectos, obtiene, según el tipo de recibimiento que se le da, el anuncio de la doctrina del Señor.
Los que escuchaban superficialmente, pero no la recibieron; los que la reciben, pero no tienen constancia, lo pierden todo.
Los que quedan agobiados por las preocupaciones y seducciones de este mundo y quienes, de manera receptiva, la reciben como la tierra buena y aquí la palabra da fruto en abundancia.
¿POR QUÉ LES HABLA EN PARÁBOLAS?
Este método, digamos así, de predicación del Señor, usando las parábolas, que llama a los apóstoles a preguntarle ¿por qué les habla en parábolas?
Como sabemos, las parábolas -en general cualquier comparación, cualquier analogía- se emplean para dar a conocer o para explicar algo que resulta difícil de entender, como son -precisamente- las realidades sobrenaturales que nos revela nuestro Señor.
Es muy conocido entre los astrónomos aficionados, una lámina de aspecto metálico, similar al papel de aluminio, que filtra los rayos solares y permite una observación segura del sol.
Para ver fenómenos (uno impresionante como el eclipse solar), hay que protegerse, hay que proteger muy bien la vista.
De modo semejante, las parábolas velan algo de la realidad sobrenatural para que pueda entenderse sin quedar cegado quien la contempla.
EL MISTERIO DE LA GRACIA DIVINA
Después uno puede preguntarse, en el modo en que el Señor predica, ¿por qué la revelación de Dios y su Gracia producen efectos tan distintos entre los hombres?
Es el misterio de la gracia divina, que es un don gratuito, además, pero tiene que ver también con la libre correspondencia humana esa gracia y cada quien responde libremente de modo distinto.
Las palabras del Señor revelan con todas sus fuerzas esa responsabilidad que tenemos tú y yo y todos los hombres de disponernos bien para aceptar la gracia de Dios y para corresponder a ella.
BENEDICTO XVI
“El Señor, sin embargo, pone una distinción entre los apóstoles y entre la multitud:” ¿Por qué? “Porque los discípulos del Señor, a los que ya se han decidido por Él -digamos así- les puede hablar del Reino de Dios abiertamente, en cambio a los demás, debe anunciarlo en parábolas, para estimular la decisión, la conversión del corazón.
De hecho, por su naturaleza, requieren un esfuerzo de interpretación, interpelan a la inteligencia, pero también interpela la libertad. (…) Atrae así a sus oyentes el Señor asegurando que, si se dirigen a Él, los sanará (Com. Al Evang. De Mat., 45, 1-2).
“En el fondo,”
el Papa Benedicto nos hace considerar que,
“la verdadera “Parábola” de Dios es Jesús mismo, su Persona que, en el signo de la humanidad, esconde y, al mismo tiempo, revela también su divinidad.
Porque de esta manera, Dios no nos obliga a creer en Él, sino que nos atrae hacia Sí con la verdad y la bondad de su Hijo encarnado”
(Benedicto XVI, Alocución a los fieles congregados en Castel Gandolfo, 16 de julio, 2011).
DIOS CONCEDE LA GRACIA
Dios nos ha hecho libres y quiere que vayamos a Él libremente. No nos ha hecho esclavos, porque el amor es libre siempre. El amor respeta siempre la libertad y, si somos libres, podemos también amar.
Dios concede la gracia y el hombre corresponde a ella libremente. Eso lo hace y lo ha hecho siempre como lo hace hoy en día con cada uno de nosotros.
De este modo ocurre que hay quienes, al corresponder con generosidad, reciben nueva gracia, llegando así a abundar cada día más en gracia, en santidad.
Por el contrario, quienes rechazan los dones que Dios nos da gratuitamente, se cierran en sí mismos viviendo en el egoísmo, apegados al pecado y llegan a perder la gracia de Dios totalmente.
ADVERTENCIA DE NUESTRO SEÑOR
Por eso, en estos versículos que hemos leído, hay una clara y gravísima advertencia de nuestro Señor por la que, con todo el peso de su autoridad divina, nos exhorta -sin quitarnos nuestra libertad- a la responsabilidad de ser fieles.
“Al que tiene se le dará más y al que no tiene, lo poco que tiene, se le quitará”.
Hay que hacer fructificar los dones que Dios nos va enviando y aprovechar todas las ocasiones, grandes, pequeñas, las cotidianas, fundamentalmente. Son siempre ocasiones de santificación cristiana que se nos ofrecen a lo largo de toda nuestra vida.
Queremos tener más gracia de Dios, pues correspondamos más.
Esa frase de que:
“Dios nunca se deja ganar en generosidad”
(San Josemaría),
es una realidad que experimentamos a diario, basta tener un poquito de vida de piedad y de vida sobrenatural.
No podemos ser más generosos que Dios nuestro Señor. Cuando le damos un poquito, Él nos lo devuelve a manos llenas y eso es lo que queremos, eso es lo que esperamos, eso es lo que el Señor quiere de nosotros.
Pongamos un poquito, entonces, de nuestra buena voluntad y nos encomendamos a la Virgen María para que nos ayude a ser como ella: tierra buena, donde la semilla de la palabra puede dar mucho fruto.