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¿POR QUÉ LLORAS?

magdalena

INCREDULIDAD

Te comparto una narración de las escenas del Evangelio que a mí me sirve. Estamos en la mañana del Domingo. De aquel primer Domingo. A Jesús lo descolgaron del madero con cierta prisa y lo dejaron en el sepulcro.
El sábado era sábado, que quiere decir descanso. O sea, nadie podía ir al sepulcro. Así llegamos al domingo en la mañana, muy temprano de mañana. Es más, todavía es de noche.

“Con lágrimas en los ojos, las tres mujeres preparan perfumes y aromas machacando en unos morteros nardo, orégano y áloe. Cuidadosamente los colocan en vasijas de barro. Cogen el manto y se tapan bien la cabeza y los hombros para defenderse del frío de la noche.

Trabajan en silencio y sus manos nerviosas muestran la impaciencia por llegar a su destino. Las tres se miran y, sin palabras, se entienden. Abren la puerta de la casa, cruzan el dintel y salen en dirección a la muralla de la ciudad. Las calles están dormidas.

“Impacientes, no pueden esperar más. Tienen prisa por llegar. Su Señor, su Amor, su Vida, su Felicidad reposa en el sepulcro. Ellas no pueden vivir sin Él. Necesitan expresar su cariño, necesitan una excusa para poder entrar y acercarse a Él. Al pensar en Jesús, acarician los tarros de aromas y ungüentos. Las lágrimas corren por sus mejillas.

“Atraviesan el muro de Jerusalén por una de las puertas cercanas al palacio de Herodes. Empieza a amanecer. Aceleran el paso empujadas por la esperanza de llegar. Sin abandonar el camino, una de ellas pregunta: ‘¿quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?’ 

Las tres conocían la dificultad, pero ninguna se había atrevido a plantear el problema. La piedra es enorme, pesadísima, supera sus fuerzas… ellas no podrán apartarla. ‘¿Quién nos quitará la piedra?”

[Jesús,] yo quiero acercarme a Ti como esas mujeres valientes, audaces, llenas de amor y poco calculadoras. ¿Quién me quitará la piedra de mi corazón? La pesada losa de mi egoísmo, de mi flojera, de mi pereza, de mi sensualidad… de mis pecados. ¿Quién me quitará lo que me separa de Ti?

SE HAN LLEVADO AL SEÑOR DEL SEPULCRO

“[Ellas] no se detienen. No abandonan el camino. Se dirigen hacia Jesús. Viven en el presente, el ahora… el futuro ya llegará. Los obstáculos se les aparecerán si el amor permanece. Y acarician los tarros de aromas y el amor, por su Jesús, les da alas… (…)

“Al llegar, se llenan de sobresalto. ¡La piedra ha sido removida! Por el suelo, espadas y restos de una hoguera que aún humea. Temblando se acercan al sepulcro. Entran en el vestíbulo del mismo y agachan la cabeza para pasar por la puerta baja que da acceso a la tumba.

¡El cuerpo de Jesús ha desaparecido! María Magdalena deja caer los perfumes y corriendo regresa a Jerusalén, llorando va a buscar a Pedro y a Juan: “Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20, 2).

(…) No hay quien consuele a la Magdalena. Da la noticia y vuelve al huerto donde se encuentra el sepulcro vacío. Ya no encuentra a las otras mujeres. Poco le importa; lo que la tiene descontrolada es que sigue sin aparecer el Cuerpo de Jesús…

“Busca en todas direcciones. Indaga para descubrir algún indicio que le indique dónde está (…) ¿Dónde se han llevado a Jesús? ¿Dónde está el Señor?

“Se derrumba y estalla en sollozos. Entra en el sepulcro. La luz de la mañana penetra en la estancia y le muestra, otra vez, que el Señor no está. Por el suelo vendas, tarros de aromas… Y se cubre el rostro con sus manos y llora. ¿Dónde está mi Jesús? ¿Quién me ha robado a mi Señor?”

Maestro, yo también lloro por las veces que estabas junto a mí y me hacía el ciego, el loco. Lloro por tantas comuniones en las que no te he dicho nada, por tantas ocasiones en las que me he olvidado de ofrecerte mi trabajo o de echar una mano al que me lo pedía.

INCREDULIDAD

“Dos ángeles, vestidos de blanco, sentados (…) Con acento de viva simpatía preguntan a la Magdalena:  “Mujer, ¿por qué lloras?”

(…) «¿Por qué lloras?» me pregunta la gente «¿por qué estás triste?» Yo no me atrevo a responder, pero a Ti sí [Señor]. Lloro porque soy demasiado egoísta, lloro porque no acabo de hacer las cosas bien, lloro porque no soy lo suficientemente humilde para volver a ti después de pecar. Lloro porque “se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.

“El ruido de unos pasos entre el follaje del jardín lleva a la Magdalena fuera del sepulcro. Sollozando sale al exterior. Las lágrimas en los ojos (…) no le permiten fijarse en el hombre que le habla: “Mujer, ¿por qué lloras?”  

Ella lo ve pero no lo mira. Es -piensa- el hortelano. ¿Quizá él sepa algo? ¿quizá él se lo ha llevado? Le diré que me lo devuelva y cargaré el Cuerpo y le daré digna sepultura. “Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”.

LA FE DE MARÍA MAGDALENA

Dios Espíritu Santo, dame el amor de esa muje para no detenerme ante las dificultades. Dame su locura de amor para pedir el Cuerpo de Cristo y cargarlo sobre mis hombros, dame su constancia para no parar hasta encontrarlo.

“Jesús, de pie, mira a María con infinito amor (…) “¡María!” 

La Magdalena creyó que despertaba de un sueño. Era su voz, su acento inconfundible, era el timbre varonil y hermoso de Cristo. Levanta la mirada y reconoce a Jesús:

“¡Rabbuni! (¡Maestro mío!)”

“Cae a sus pies, los abraza y los besa. Jesús ha premiado su dolor de amor”.

(Acercarse a Jesús 3, Josep Maria Torras)

Entonces, estalla de alegría y, por supuesto, después va con los apóstoles.

“Fue a anunciarlo a los que habían estado con Él, que se encontraban tristes y llorosos. Pero ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron”

(Mc 16, 10-11).

¡Quién nos diera tener el amor de María Magdalena! ¡Quién nos diera tener fe! Esa fe que les hizo falta a todos para creer en la promesa de la Resurrección. Esa fe que les hizo falta para creer en la noticia de la Resurrección. El Evangelio de hoy nos lo deja en claro: no creyeron. Por eso Jesús

“se apareció y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado”

(Mc 16, 14).

Jesús, no me reproches mi incredulidad… Ayúdame a vivir como quien cree firmemente que has resucitado y lleva la noticia de la resurrección hasta el último rincón de su vida y hasta el último rincón de la tierra.
Madre mía, Virgen Santa, tú sí tuviste fe, tuviste esperanza. La esperanza de toda la Iglesia descansaba en ti. Y el amor… no había más amor que el tuyo; no había amor más grande por Jesús que el tuyo. Pues pídele a Él que me dé las tres virtudes: fe, esperanza y caridad.

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