Para nuestro rato de oración de hoy Jesús, vamos a fijarnos en la primera lectura de la misa. Queremos hablar con Vos y siempre tu palabra nos da tema de conversación.
En el libro de Samuel se nos cuenta una historia que, en realidad, es el profeta Natán que le relata al rey David. Dice así:
“Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes.
El pobre solo tenía una corderilla que había comprado, la iba criando y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo; era como una hija.
Llegó una visita a casa del rico y no queriendo perder una oveja o un buey para invitar a su huésped, tomó la cordera del pobre y convidó a su huésped”
(2Sam 12, 1-7).
Al escuchar esta historia David, un hombre impetuoso, pasional, se indigna y dice que ese hombre tiene que morir (el hombre rico).
El profeta Natán le hace ver que ese hombre era él, porque David, teniendo muchas mujeres, se había quedado con la mujer de Urías y a este último lo había mandado al frente para que muriera en la batalla, quedándose él con su mujer.
Entonces, cuando le echa en cara el profeta, lo pone delante de su realidad, cómo él se había comportado, se arrepiente.
ENMENDAR
¿Cómo sigue la historia? Que David quiere pedir perdón a Dios.
“He pecado contra el Señor”.
Reconoce su pecado y Natán le dice que Dios perdona su pecado, que no va a morir, pero por haber despreciado al Señor con lo que hizo, su hijo (el hijo que tendría con la mujer de Urías) iba a fallecer.
David hace ayuno y reza para ver si el Señor se arrepiente de eso. Después, todo se va encaminando, digo yo, porque él puede reconocer su pecado, puede volver a encaminarse hacia las cosas que Dios le mandaba.
Con sus errores podrá seguir cumpliendo su misión y para que todo se encamine, hace falta esa humildad de reconocer.
Porque si se hubiera obstinado, si hubiera buscado excusas, si no hubiera querido ver las cosas como son, David hubiera seguido igual, habiendo cometido un homicidio, un adulterio, pecados graves, falta de justicia…
Ese llamamiento, a través del profeta, lo ayudó a enmendar, a reparar, a corregirse y a reconocer.
En ocasiones podemos caer en una situación así, puede ser que no con algo tan grave, pero que nos cueste reconocer nuestros errores.
O por ahí hay algo que nos parece demasiado grave, que nos cuesta aceptarlo, que nos parece que no tiene solución, que uno intenta, más bien, esconderlo o hacer como si no existiera y eso nos puede apartar de Dios, nos puede ir haciendo mal en nuestro interior, hasta enfermarnos incluso.
Por eso, qué buena lección -entre otras- que nos da esta lectura de hoy, para intentar ser transparentes y reconocer las cosas con humildad, también con valentía y con confianza en Dios.
EL DEMONIO MUDO
San Josemaría solía decir que todo tiene remedio, refiriéndose particularmente a la vida, de la relación con Dios, a la vida de hijos de Dios; todo se arregla.
Para arreglar las cosas, ¿qué hay que hacer? Hay que sacarlas a la luz, hay que hablar, hay que reconocerlas, hay que, en ocasiones, pedir perdón.
Nos advertía también -en el Evangelio a veces aparecen esos demonios que dejan a una persona sorda y muda- sobre “el demonio mudo”, el que hace que uno no quiera hablar, se quiera guardar las cosas.
Un peso en la conciencia que se quiera ir complicando, que quiera ir buscando excusas, tapando y, al final, haciendo cada vez que la situación empeore en vez de solucionarla.
Animaba, en cambio, a hablar: hablar en la confesión, hablar en la dirección espiritual, buscar consejo, pedir perdón… y que así, todo se arregla.
¿Por qué todo se arregla? Quizá haya consecuencias, no es que no pasó nada, a David, ese hijo murió. Pero todo se arregla porque Dios es misericordioso, porque Dios perdona, porque Dios comprende, porque Dios puede actuar en nuestra vida si ponemos delante de Él nuestra situación.
Si nos da miedo mostrar nuestra alma al confesarnos, pedir ayuda, busquemos la gracia, animémonos, seamos valientes, humildes.
Cualquiera puede equivocarse, cualquiera puede cometer errores graves y qué distinto es saber Señor que tu misericordia es más grande que cualquiera de nuestros pecados.
DIOS SIEMPRE NOS ESPERA
Hace poco salía en el Evangelio que todos los pecados, todas las blasfemias, serán perdonadas, menos el pecado contra el Espíritu Santo.
Sabemos bien que no es que haya algún pecado que Dios no pueda perdonar, que si uno lo cometió ya está, no tiene vuelta atrás, ya no hay perdón.
Dios siempre nos espera y nos perdona. Basta que nos mostremos arrepentidos, que lo reconozcamos, que busquemos su ayuda, que tratemos de reparar
Lo del Espíritu Santo es porque, justamente cuando uno se cierra al perdón de Dios, cuando uno no confía en su misericordia, cuando uno piensa que algo que hizo es imperdonable.
Por eso Señor, gracias por tu misericordia, por tu comprensión, porque siempre en esta vida nos das oportunidades de volver a empezar, de arreglar las cosas.
Que también nosotros, con esa conciencia, ayudanos Señor, sabiendo que Vos nos perdonás todo y que siempre podés, incluso, sacar bienes de los males que hayamos hecho.
DE LA MANO DE DIOS
Ayudanos también a dar ánimos y a encauzar a alguien que por ahí le cuesta, por algún hecho de su pasado, volver a tener esperanza, volver a luchar.
Que seamos también nosotros testigos de tu misericordia dando ánimo, dando esperanza, para que puedan desatarse los nudos, para que puedan soltarse las cadenas, para que uno no viva en esta tierra esclavo de sus hechos, aunque sí tengan consecuencias, que pueda liberarse, encaminarse y sanar.
Eso siempre lo podemos hacer de tu mano en esta tierra. Sí, siempre hay nuevas oportunidades, siempre podemos volver a levantarnos.
Vamos a pedirle a María, nuestra Madre, que por ella se va a Jesús y por ella se vuelve a Jesús: ayudanos Madre nuestra a no querer quedarnos las cosas adentro nuestro, sino a darles cauce.
También las cosas malas que tengamos que reconocer, pedir perdón y volver a empezar. Que, si nos apartamos de tu Hijo, que de tu mano sepamos volver rápidamente.