Hoy oímos en el Evangelio estas palabras:
“Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias…”
(Mt 15, 36).
Con esto el Señor está haciendo ese milagro de la multiplicación de los panes y de los peces.
Evidentemente, el Evangelio tiene una parte antes y una parte después, pero quería fijarme en esta parte donde Tú Señor nos preparas de comer.
Ahora que estamos ya en el Adviento y que nos vamos acercando (aunque todavía estamos al comienzo del mes de diciembre) a la Navidad, al menos en mi familia me parece que ya han pensado qué van a comer y han contratado la comida de la cena de Navidad, Nochebuena.
Efectivamente, es parte de la Navidad y es parte muy bonita pensar dónde la vamos a pasar, con quiénes -muy probablemente con la familia- y qué se va a comer.
Sin embargo, aquí tenemos esta realidad que Tú Señor pones el énfasis en lo que pasa en la santa misa que, de alguna manera, ha sido adelantada en ese milagro que hoy oímos en el Evangelio: que nos preparas la comida y vamos a comerte.
La idea es muy fuerte y es bueno recordarla: comemos a Cristo que se esconde en ese trozo de pan.
Esta realidad que Tú Señor te nos das como alimento nos cuesta entenderla, captarla, dimensionarla y queremos ahora pedirte que nos aumentes la fe para que nos demos cuenta, para que lo podamos valorar, para que te tratemos como Tú mereces: estando en nuestro corazón.
El hambre de Dios de nuestras almas te traga, te devora y nos llenamos de Dios y del Cielo.
PREPARACIÓN
Como toda comida, tiene una parte de preparación. Es distinto quien prepara la comida que está en la cocina y, efectivamente, desde su tiempo ha sido una labor magnífica.
Aquí el “cocinero” has sido Tú Señor y la cocina ha sido el Espíritu Santo. Es tu amor y eso es el Espíritu Santo que hace que Tú te puedas esconder en un trocito de pan.
Por otro lado, están los invitados que somos todos nosotros y que nos preparamos para ese banquete de otra manera porque no estamos en la cocina.
Entonces el invitado se arregla, hace un espacio en su agenda y se dispone ir a dejarse querer. Eso es lo que hacemos cuando nos preparamos ayunando; es decir, que queremos llegar con hambre.
Esto no solo es que respetemos el ayuno eucarístico (una hora antes de comulgar no tomar alimentos, salvo agua y medicinas), sino que realmente tengamos esa necesidad de recibirte Señor.
Necesito a Dios, necesito tu fuerza, necesito que entres y me cures, necesito sentirte cerca, te necesito.
Auméntanos la fe Jesús para que el ayuno sea para nosotros ocasión de verdadera experiencia de la necesidad.
Nadie va a una comida de alguien a quien quiere habiendo comido previamente, salvo que haya una razón médica, porque si no, no va a poder comer lo que le prepara el anfitrión.
Por otro lado, quien es invitado a una cena, se prepara arreglándose. No se viste de lo peor que tiene, sino más bien de lo mejor y entonces así es también recibido.
PONER MEDIDA
Vamos a procurar poner este cuidado también en nuestra ropa cuando vamos a la misa. No digo que vamos a ir de una manera exagerada, pero sí obviamente cuidando. No estoy yendo a cualquier sitio, estoy yendo a la misa, un banquete que Dios me invita.
Entonces el Adviento lo podemos entender como una gran preparación para este banquete y por eso, para cultivar un ayuno que no sea literalmente solo no tomar alimento una hora antes de comulgar, podemos vivir este tiempo con sobriedad.
Que pongamos medida en todo lo que vemos, lo que oímos a través de las pantallas, lo que también comemos, bebemos… Tú puedes tener una carga especial durante este mes y me estoy preparando para este banquete, no quiero llegar lleno, saturado, repleto.
También, en esa misma línea para ir bien vestido, acudir a la confesión, que es la manera de presentarnos no solo por fuera, dignamente presentado, sino por dentro también con el corazón bien dispuesto, con galas elegantes.
Mientras hacemos esto llenos de esperanza, con impaciencia, podemos ir entendiendo que la Iglesia durante este tiempo vaya repitiendo:
“Ven Señor Jesús”,
lo dice también el villancico.
Tenemos hambre de Cristo. Que esa hambre nos mueva realmente a recibirte Señor como te han recibido los santos. A cuidar con especial esmero cada comunión. A no acostumbrarnos nunca a valorarla.
Me viene hacia el final de esta meditación esa expresión de san Josemaría:
“¿Qué sería yo si no hubiera comulgado hoy?”
(San Josemaría. Camino punto 534)
Que yo también lo sienta Señor así, como una necesidad de tenerte cerca y de sentir tu fuerza.
Le pido a la Virgen santísima que nos ayude a vivir un santo Adviento que será la buena preparación para una santa Navidad.
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