Cada vez más cerca de Navidad
Te has preguntado alguna vez si uno puede pasar por una situación difícil, como en una enfermedad, sufrir una injusticia y ser feliz al mismo tiempo. Pues la respuesta nos la da, o al menos nos da una idea o la clave de esa pregunta, el mismo San Pablo en un pasaje de la Carta que escribe a los filipenses.
En la cual les dice:
“Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. El Señor está cerca”
(Flp 4, 4-5).
Este brevísimo pasaje nos puede ayudar a hacer esos 10 minutos con Jesús, contigo Señor, justamente porque estamos más cerca de la Navidad, más cerca de celebrar Tu nacimiento.
San Pablo dice estas palabras o escribe estas palabras a los filipenses mientras se encuentra en la cárcel, cautivo. Y esto es algo interesante cuando uno lee la Epístola a los filipenses, una Epístola preciosa, una carta preciosa, incluso diríamos, muy positiva.
En comparación con otras cartas, en las cuales San Pablo parece molesto. Como por ejemplo, la Carta a los de Corinto, porque en efecto, ha habido varios problemas en esa comunidad, varios descuidos con el Señor en la Eucaristía, malos comportamientos, y San Pablo escribe, por supuesto con la preocupación de un padre, un Pastor. Pero también, muy muy severo, muy claro.
Tiempo de espera y preparación
En cambio en esa carta a los filipenses, San Pablo está en la cárcel. Qué cosa tan terrible, ha perdido su libertad, se juega la vida, podría morir. Y decide escribirles, tomar la pluma y darles unas palabras de aliento.
Y pensaba que esto nos ayuda, el día de hoy, en este tercer domingo de Adviento. Estamos en el tiempo de Adviento, tiempo de espera, tiempo de preparación. Y que en la tradición de la Iglesia se llama: el “domingo gaudete”, porque en latín empieza así: “gaudete in domino” “alegraos siempre en el Señor”. Es este pasaje de la Carta a los Filipenses.
Y es verdad, es verdad Señor porque, tenemos que alegrarnos, tenemos que alegrarnos, porque te has hecho hombre como nosotros, has tomado nuestra carne, te has hecho uno más de nosotros, aunque no más porque eres Dios, perfecto Dios y perfecto hombre.
No perdamos la alegría
Debemos alegrarnos porque tenemos un Dios que nos ha salvado. Porque el verbo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, tomó nuestra naturaleza, se ha hecho hombre para salvarnos del pecado, que es el gran mal que azota nuestro tiempo.
Hay muchos males, por supuesto, podemos pensar en ese mal del narcotráfico, del terrorismo, esa pobreza por la que pasan tantas personas, tantos pueblos, tantas naciones. El mal que nos ha azotado durante este año, está pandemia.
Pues, es verdad, son males, pero el mal que más está en la raíz de todo ello y que causa más daño, es el pecado. El pecado de cada uno de nosotros. Y Dios, en su infinita misericordia, que nos ama tanto, ha querido poner fin a eso, ha querido abrir las puertas, darnos esperanza.
Por eso San Pablo, que está en cadenas, se acuerda de eso y les dice a los filipenses:
“Queridos hermanos, alégrense en el Señor siempre, se los repito, alégrense.
Porque el Señor está cerca.”
Dios está siempre cerca
Y tú y yo, tenemos a Dios cerca de nosotros, desde que hemos sido bautizados podemos vivir como hijos de Dios, podemos acercarnos a Él, como hijos. A ese Dios que ha querido hacerse hombre, que además ha querido quedarse en el sacramento de la Eucaristía. O simplemente podemos dirigirnos a Él como hijos, como Él nos ha enseñado con esa oración del Padrenuestro, podemos acudir a Él.
Y también, apoyémonos muchísimo en la intercesión de Nuestra Madre, Santa María. Que en estos días es una de las protagonistas, podríamos decirlo así, porque si nos imaginamos, María esperaría que por estos días nacería Jesús, su hijo, y cómo, con qué cariño pensaría en Él, con qué ilusión.
María y José, maestros de Oración
Y de pronto pues tiene que embarcarse en este viaje, junto a San José, (no nos vamos a adelantar a esas meditaciones de Navidad) pero si pensamos un poquito con la imaginación, pensemos y acompañamos a María. Vayamos en este tiempo de Adviento junto a María y junto a San José.
Especialmente que ahora nos encontramos en este año dedicado a San José, y aprendamos de Él a tratar a Jesús, aprendamos de José, aprendamos de María, a vivir cerca de Jesucristo.
Preguntémosle ¿cómo hacías tú María, cómo mirarías Tú a Jesús? ¿José, cómo lo harías con Él? Esas conversaciones en el taller, donde Jesús ha aprendido ese oficio por el cual luego le dirían ¿Éste no es el hijo del carpintero, este no es el carpintero?
Pues tenemos a María y a José, que nos puede dar una gran lección de lo que es vida de oración. Porque ¿Qué es la vida de oración o qué es la oración? Es hablar con Dios, es hablar de tu vida con Dios. O si quieres que tu vida sea Dios, que Dios está presente en tu vida.
La clave para estar siempre alegres
Y tal vez allí está la clave de qué podemos estar alegres, aunque podamos estar sufriendo una injusticia, alguna enfermedad, alguna situación dolorosa. Porque San Pablo, desde ese encuentro que tuvo con Jesucristo, cambió su vida.
Para él su vivir es Cristo. Y después de ese encuentro, a lo mejor no sabemos, tuvo otros encuentros, pero desde ese encuentro de camino a Damasco, hay un gran cambio y no quiere separarse de Él. Y lo vemos como predica, de aquí para allá.
Hay un cambio, en efecto, en su vida, el que era perseguidor de los cristianos, de pronto es un apóstol.
Pues ahora, en este Adviento, en esta preparación para la Navidad, pensemos como lo estamos preparando, como estamos allanando esos caminos. Que es lo que nos dice el Evangelio de la misa de hoy.
Allanad el Camino del Señor
Es el Evangelio de San Juan. Cuando Juan el Bautista, se empieza a hacer famoso, porque bautizaba en el río Jordán, empieza a predicar, y es tanta la fama que llegan unas personas a preguntarle:
“¿Quién eres tú ?
Y entonces él dice: Yo no soy el Mesías.
– porque algunos pensaban que era el Mesías o podría ser el Mesías –
Entonces le dicen: ¿Eres tú el Profeta?
Él responde: no.
Y le dijeron: ¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?
Y él le responde: Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor» como dijo el profeta Isaías”
(Jn 1, 19-23).
Esas palabras que san Juan cita de Isaías, son una ayuda para nosotros:
“Allanad el camino del Señor”
¿Qué es lo que tenemos que allanar? ¿Qué es lo que tú, yo, debemos cambiar? Para que Jesucristo tome posesión de nuestra vida, para que en tu vida y mi vida se refleje lo que es ser un hijo de Dios, lo que significa ser católico, lo que significa ser un discípulo de Cristo.
¿Señor, qué quieres que cambie?
Pidámosle ayuda al Señor, pidámosle ayuda también a María, a José y para hacer un poquito de examen. Y veamos:
“Señor, Jesús, ¿Qué quieres que yo cambie? ¿Qué es lo que debo allanar? A lo mejor debe ser ese orgullo, es como esa montaña grande, pero que no permite pasar.
Pues ese orgullo a veces no deja que la gracia de Dios actúa en nosotros. Pues pidámosle, Señor ¿Qué es? Puede ser el orgullo, puede ser la vanidad, puede ser, tal vez, la flojera para trabajar, para ayudar en casa. También ese egoísmo, pensar solamente en mí, en mis cosas.
Pues cada uno, hace es ese ratito de examen en la presencia de Dios o se puede quedar más rato hablando con Él, pero sobre todo, confiando en la ayuda de Dios.
Porque sea San Pablo, sea Santa María, sea San José, siempre supieron confiar en Dios. Que es Él, que eres Tú Señor, el que va a llevar a cabo esa obra de salvación en nuestra vida, pero que no haya nada que lo impida. Por eso, que allanemos esos caminos para la venida del Señor”.
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