Hoy celebramos la solemnidad del Corpus Christi. Nuestra fe en la Presencia Real de Jesús en la hostia. De que Jesús está presente con Su cuerpo, con Su Sangre, con Su alma y con Su divinidad, en el pan y en el vino consagrados.
¿Y DE DÓNDE SURGE ESTA FE?
Pues surge de los Evangelios. Leemos en el Evangelio de san Juan:
“Yo soy el pan de vida, dice Jesús. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí, no tendrá nunca sed. Yo soy el pan que ha bajado del cielo.
Los que escuchaban se opusieron a esto, preguntándose cómo este hombre cuyos padres conocemos, puede haber bajado del cielo. Pero Jesús insistió: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan, vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Ciertamente podemos comprender la consternación de los seguidores de Jesús, pues es difícil imaginar algo más desagradable para un judío del siglo I, que lo que Jesús estaba proponiendo.
A lo largo del Antiguo Testamento encontramos claras prohibiciones contra el consumo de la carne de animales que tuvieran sangre.
DIFÍCIL DE COMPRENDER
Jesús, sin embargo, insta a los judíos piadosos a que la coman, no sólo la carne sangrienta de un animal, sino su propia carne y sangre. Como era de esperarse, ellos protestan: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Llegado este momento, se le ofrece a Jesús la oportunidad de replantearse su enseñanza o de explicarles de una manera más metafórica.
Pero Jesús, en lugar de matizar su enseñanza, la acentuó aún más diciendo:
“En verdad, en verdad les digo que, si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. Pues mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
Para comprender la relevancia de esta afirmación en toda su extensión, tenemos que atender al griego del texto de Juan. El término que Jesús emplea aquí para referirse a comer no es fagein, una palabra mucho más esperable en este contexto, sino trovein, un verbo que describe el modo de comer de un animal, algo así como roer o masticar.
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Lo que Jesús les está diciendo es que ustedes van a masticar: Ustedes van a roer mi carne. En otras palabras, lo que Jesús enfatiza intencionalmente es la literalidad y el carácter físico de su invitación a comer su cuerpo, que era precisamente lo que la multitud rechazaba.
A continuación, leemos que los mismos seguidores de Jesús se plantean marcharse.
“Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron: Es dura esta enseñanza, ¿Quién puede escucharla?
(Pero Jesús no está dispuesto a contemporizar). Y…
Se voltea con sus doce apóstoles y les pregunta: – ¿También ustedes quieren marcharse? Y Pedro…
(confiando en el Señor, quizás no entendiendo las palabras, porque todavía no sabía cómo iba a ser esto, pero sí confiando y amándolo),
le dice: – Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Pedro habla por los demás. Pedro confiesa que lo que Jesús ha dicho sobre la Eucaristía es verdad. No saben cómo será, pero confían en que el Señor les irá haciendo ver.
PRESENCIA REAL POR SIEMPRE
Y así será, cuando en la Última Cena:
“Jesús tomó el pan, lo bendijo y se los dio, diciendo:
– Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes.
Lo mismo hizo con el vino. -Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre”.
Fue allí donde los apóstoles comprendieron que Jesús se quedaba verdadera, real y sustancialmente presente en el pan y en el vino Eucaristizados.
SANTO TOMÁS DE AQUINO
Santo Tomás de Aquino compuso como parte de su Suma Teológica un tratado sobre la Eucaristía.
Cuando lo terminó, no estaba del todo convencido de haber hecho justicia a este gran sacramento. Así que puso su tratado a los pies de un crucifijo en la capilla y rezó.
Una voz provino de la Cruz, diciéndole: -Has escrito bien de mí, Tomás. Y luego continuó. ¿Qué quieres como recompensa? Y Tomás de Aquino simplemente le contestó: -Nada, sino Tú.
¿Y qué es lo que encontramos al revisar el tratado de Tomás de Aquino? Pues un análisis sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía, describiéndola con el término técnico de transubstanciación.
TRANSUBSTANCIACIÓN
Él sostenía que en la consagración la sustancia del pan se transforma en la sustancia del Cuerpo de Jesús, y que la sustancia del vino se transforma en la sustancia de la sangre de Jesús.
Incluso cuando los accidentes del pan y del vino permanecen sin cambios, si los términos sustancia y accidentes nos parecen un poco filosóficos, podemos traducirlos simple y acertadamente por realidad y apariencia.
La realidad más profunda en las especies eucarísticas se transformaba en la presencia personal de Cristo. Incluso, si su apariencia permanecía inalterada.
EJEMPLOS QUE ILUSTRAN
Quizás para entenderlo, vamos a poner algunos ejemplos. Si nos fijamos en el cielo durante una noche clara, veríamos lo que parecen ser estrellas en su configuración actual.
Pero los astrónomos nos dicen, que lo que realmente estamos viendo, es un pasado distante, pues toma miles de años para que la luz de esas estrellas alcance nuestros ojos.
No estamos viendo las estrellas que se encuentran ahí en este momento, sino las estrellas que estaban ahí. Apariencia y realidad en este caso se encuentran divididas.
Imaginemos que conocemos a alguien y nuestra primera impresión, es que es una mala persona y, por tanto, concluimos que es una persona desagradable.
Pero alguien que conoce mucho mejor a esa persona, alguien que la ha visto en diversas circunstancias durante muchos años, nos podría corregir diciéndonos: Sé que parece que es así, pero no es así en realidad.
PALABRAS QUE TRANSFORMAN
Tomás de Aquino entendió que el cambio era consecuencia del poder de las palabras de Jesús:
“Éste es mi cuerpo y éste es el cáliz de mi sangre”.
Las palabras no sólo son descriptivas, también, bajo ciertas circunstancias pueden ser transformativa. Pueden llegar a transformar el modo de ser de las cosas.
Imagina que en una fiesta de disfraces alguien se te acerca vestido de policía y te dice: – ¡Estás arrestado! Pues, supones que se trata de una broma.
Pero si un policía en la calle, propiamente autorizado y uniformado te dijera que estás bajo arresto. De hecho, estarías arrestado. Y sus palabras habrían logrado el efecto esperado.
O imagina que estás en un partido de fútbol y el delantero de tu equipo, está a punto de meter gol. El defensa le da un patín y tú gritas ¡penalti!
Todo el mundo vio la falta, pero mientras el que está autorizado – el árbitro- no grite penalti, por más que nosotros gritemos, no tendrá ningún efecto sobre la realidad.
JESÚS ES EL VERBO
Pero bueno, estamos hablando de débiles palabras humanas. Ahora pensemos en el Verbo Divino, en la Biblia. Dios crea todo el Universo a través del poder de su Palabra.
“Hágase la luz, dijo el Señor, y hubo luz”.
Las palabras de Dios, más que describir el mundo, lo crean y lo constituyen.
Jesús no es sencillamente un maestro espiritual, entre otros tantos, sino es el Hijo de Dios. Es el Verbo a través del cual el Universo fue creado.
Por tanto, cuando Jesús, durante su vida pública hizo milagros y exclamó:
¡Lázaro, ven afuera!…
Pues Lázaro salió de su sepulcro.
O con aquella niña que le dijo:
“A ti te digo ¡Levántate!”…
Y aquella niña fue resucitada.
O aquel otro:
“Hijo, tus pecados te son perdonados”…
Y fueron perdonados.
La noche antes de morir, durante la Última Cena, Jesús al tomar el pan, dijo:
“-Esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes. De la misma manera, después de haber cenado, tomó el cáliz y dijo: -Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que será derramada por ustedes”.
UN MILAGRO ANTE NUESTROS OJOS
Dado que la Palabra de Jesús es del Verbo Divino, sus palabras no son meramente descriptivas, sino transformadoras: Crean, sostienen y transforman la realidad en su nivel más fundamental.
Cuando en la Consagración, el sacerdote pasa a hablar en primera persona y repite las palabras pronunciadas por Jesús, no está hablando en su propia persona, sino en la persona de Jesús. Y es por esta razón que esas palabras transforman las especies eucarísticas.
Terminamos dando gracias a Jesús, por el milagro imponente que se realiza frente a nuestros ojos cada vez que asistimos al Santo Sacrificio de la Eucaristía.
Le pedimos a María que interceda por nosotros, para que pronto podamos volver a estar allí, todos unidos y presentes en ese sacrificio. En ese milagro en donde Cristo se entregó por nosotros y se quedó en el pan y el vino para ser nuestro alimento.