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P. César

6 min

ESCUCHA LA MEDITACIÓN

PEDIR ES CONFIAR

Que seamos pedigüeños es el gozo de nuestro padre Dios. Pedir en el nombre de nuestro Señor Jesucristo ante cualquier necesidad es confiar en Él y en sus promesas.

Hoy en el Evangelio nos toca, como en muchas ocasiones, escuchar una de las promesas de Jesús. Más de una vez habrás escuchado lo importante que son las promesas de Jesús. Lo escuchábamos hace unos días en la Liturgia.

Decía la oración colecta de una de las misas de la semana pasada:

“Señor, haz que nunca dudemos del cumplimiento de tus promesas, siendo Tú el autor”

(Oración colecta, martes de la V semana de Pascua, Misal Romano tercera edición).

Es interesante porque quién puede, sino Dios, cumplir todas sus promesas. Dicho de otra manera, el único que realmente puede prometer lo que quiera y cumplirlo siempre, ese es Dios, porque es el creador de todo.

Más todavía, si sabemos que ese Dios no es un Dios totalitario, abusivo, sino que es nuestro Padre. Y siendo nuestro Padre, a nosotros que somos sus hijos, nos ha hecho muchas promesas.

(Te soplo, estamos a pocos días, horas casi, de celebrar la fiesta de Pentecostés, la gran promesa de Jesús. El paráclito que nos envió, que prometió enviarnos y que nos envió el día de Pentecostés).

Volvemos a las promesas de Jesús. Son importantes, siendo Él el autor, Dios mismo.

PROMESAS

Hoy en el Evangelio, nos toca escuchar una de esas promesas. Dice:

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: En verdad les digo, si piden algo al Padre en mi nombre, Él se los dará. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre; pidan y recibirán para que su alegría sea completa”

(Jn 16, 23-24).

“Si piden algo al Padre en mi nombre, él se los dará. Pidan”.

Esto es la gran frase, el gran mensaje de Jesús: Pide, pide.

Quizá -piensa despacio ahora que estamos haciendo la oración- en ese problema que te aqueja, esa otra preocupación familiar, esos otros pendientes en tus estudios, aquel problema que tienes con aquellos amigos o aquel amigo, o el problema económico, o del tipo que sea… Quizá el Señor, con un volumen muy bajito, pero en el fondo, está clamándote: Pide; pídeme.

Te digo un poquito más. ¿Por qué es importante pedir? Y más todavía, pedir a Dios. Porque pedir es un signo de confianza. Solo pedimos a aquellas personas en las que realmente confiamos.

Y mientras más grande o más íntimo es nuestro deseo, aquello que pedimos, necesitamos una persona máximamente cercana, máximamente querida, máximamente confiable para pedirlo, para abrirle nuestro corazón, para contarle lo que deseamos en lo más profundo…

Y ¿sabes qué? A Dios -a Ti Señor-, te hace muchísima ilusión que tengamos esa sintonía contigo, esa capacidad de abrirte nuestro corazón; de que ante cualquier necesidad sepamos contar contigo.

PEDIGÜEÑOS

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Ahora te invito a que hagas este ejercicio. Imagínate que fueras un padre de familia. Quizá ves a uno de tus hijos pequeños muy preocupado, con cara seria, con pocas ganas de hablar, incluso sin ganas de comer.

Pues seguramente estarías muy preocupado. Querrías saber qué le pasa, por qué está así, qué le han hecho, qué le ha pasado, qué tiene en la cabeza, que si incluso no quiere contártelo… sufrirías muchísimo.

Lógicamente, las personas que queremos nos hacen sufrir cuando la pasan mal.

Pues imagínate al Señor que nos quiere tanto… tiene una capacidad de amor más grande que la nuestra. Y cuando nos ve así, cabizbajos, preocupados, serios, sin ganas de las cosas, pues quizá dirá para sí:

¿Qué le pasa? ¿Por qué no me cuenta sus cosas? ¿Por qué no me pide? ¿Acaso no sabe que estoy dispuesto a ayudarlo en lo que le haga falta? ¿Acaso no sabe que soy capaz de hacerlo inmensamente feliz, máximamente feliz?

¿Acaso no sabe que soy Dios y soy su Padre y que todo lo puedo? ¿Qué me falta hacer para que confíe en mí?

Y te cambio la pregunta, ¿qué más puede hacer Dios para que confiemos en Él? La verdad es que hay que reconocer, Señor, somos muy tontos cuando nos guardamos una necesidad, una preocupación.

A san Josemaría le gustaba mucho esa palabra: pedigüeños. Nos animaba a sus hijos a ser muy pedigüeños. El diccionario dice que pedigüeña es una persona que pide con frecuencia e importunidad. Es decir, que pide muchas veces, repetidamente, y a veces es un poco inoportuno. Es decir, sin que se lo pregunten.

PEDIR CONLLEVA UN FONDO DE CONFIANZA

Oye, pues a Jesús seguramente le gusta que seamos pedigüeños. Es decir, que pidamos mucho y que no le haga falta tener que preguntarnos, sino que nosotros mismos, por el cariño y la confianza que te tenemos Señor, vayamos directamente a ti para todo y a propósito de todo, sea un problema grande o un problema pequeño. Pedigüeños.

Pensaba, preparando la meditación en este personaje histórico, Alejandro Magno, uno de los más grandes conquistadores de la historia universal.

Cuenta uno de sus biógrafos multitud de anécdotas que reflejan uno de sus rasgos más característicos, que era la generosidad. Era un hombre espléndido, le gustaba favorecer grandemente a sus amigos, sus seres queridos.

Cuentan, por ejemplo, de una ocasión en que uno de sus esclavos llevaba una pesada carga de oro que procedía de su tesoro, el tesoro del rey. Y al verlo así, tan esforzadamente, llevando esa pesada carga, le dijo: Mira, llévate esa carga tan pesada de oro hasta tu casa, es tuyo, llévatelo para ti. Ya se ve que a Alejandro le gustaba ejercitar esa generosidad.

Es más, cuenta su biografía, no le molestaba que le pidieran cosas. Lo que realmente le molestaba era que no aceptaran sus regalos.

Se guarda una de sus cartas a un tal Poción en el que le dice que no se considerará más su amigo en adelante si le seguía rechazando sus regalos.

En otras palabras, más allá del carácter de Alejandro Magno, sí creo que guarda esto una enseñanza. Y es lo que venimos diciendo: detrás del pedir hay un fondo de confianza.

PEDIR POR EL NOMBRE DE JESUCRISTO

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“Señor, queremos confiar en Ti. Queremos que conozcas todas nuestras necesidades”.

¿Pero cuál es la clave? Y atención, porque quizá no lo hemos hecho tan bien hasta ahora. Hay que pedir en nombre de Jesús. Si te das cuenta, esto lo hacemos siempre en la misa:

“Por Jesucristo nuestro Señor”.

Lo hacemos muchísimas veces.

Pues piensa tú, si aquello que le has pedido a nuestro Señor, un favor, un milagro -es bueno pedir milagros-, o aquella cosa más pequeña que le estás pidiendo, fíjate si se lo has pedido en el nombre de Jesús. Pídeselo en su nombre.

Y podrías decir, oye Padre: ¿Por qué es tan importante pedir por el nombre de Jesucristo? Pues esto es de lo que nos habla el misterio pascual, lo que estamos celebrando en todo este tiempo de Pascua.

Tenemos que conocer, encontrar y amar la divinidad en un hombre. Que eres tú, que soy yo. Un hombre que es Dios y es Jesucristo. No en una idea elevada como la tenían los griegos o los grandes pensadores de la historia.

JESÚS ESTÁ VIVO

No en un conjunto de ideas o modos de hacer, o modos de rezar, o fórmulas complejísimas para acceder a la trascendencia… O éxtasis, en los que veamos por alucinaciones la divinidad. No, no. Tú y yo tenemos que conocer, encontrar y amar a Dios en un hombre: Jesucristo, que está vivo.

Este es el gran misterio. Esta es la gran noticia. Esto es lo que cambia toda la realidad de la historia, la realidad de tu vida. Jesús está vivo. Es un hombre como tú, como yo y es Dios. Y ahí tenemos que encontrarnos con Dios. Jesús es la clave.

Vamos a poner estos propósitos y los que tengas tú en el corazón en manos de María Santísima. Estamos en su mes; ojalá lo estemos viviendo intensamente.

Madre nuestra, te pedimos: haznos muy pedigüeños. Y para eso consíguenos una confianza a prueba de balas en nuestro Señor.


Citas Utilizadas

San Bernardino de Siena, presbítero
Hch 18, 23-28
Sal 46
Jn 16, 23-28
Oración colecta, martes de la V semana de Pascua, Misal Romano tercera edición.

Reflexiones

Señor, que recuerde siempre que Tú estás vivo, cerca de mí y no deje de pedirte todo lo que necesito para llegar un día al Cielo.

Predicado por:

P. César

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