Hoy, 8 de diciembre, celebramos una fiesta muy bella. Debe ser la fiesta más bella que podemos celebrar los seres humanos en la tierra. Es que es la fiesta de la Inmaculada Concepción.
Inmaculada quiere decir que es limpia 100%, que no tiene ninguna mancha. Y eso sólo se puede decir de nuestra Madre, la Virgen María.
Estamos muy contentos porque tenemos una Madre que es inmaculada, que siempre fue limpia desde que nació hasta que se fue al Cielo el día de la Asunción. Siempre fue limpia porque nunca pecó.
¿Te imaginas una criatura humana que nunca pecó? Esa es nuestra Madre, la Virgen. Y como nunca pecó, no conoció el sepulcro.
La Virgen no pudo morir, porque la muerte es castigo por el pecado. Y como ella no pecó, no pudo morir. Fue asunta al Cielo. El Señor se la llevó al Cielo.
Pero vamos a fijarnos hoy qué significa ser inmaculada. A ella la llamamos la Madre del amor hermoso. Es hermoso el amor puro y limpio. La Virgen era muy bonita. La limpieza de su alma se notaba en la belleza de su cuerpo.
Cuando decimos que una persona es bella, nos referimos a toda la persona entera. Si su interioridad está limpia y ordenada. su corazón está limpio y ordenado.
Por fuera se nota la belleza de una conducta y se nota en la sencillez, en la amabilidad, en la serenidad, en la generosidad, en la fortaleza.
Son virtudes que son, a la vez, ingredientes del amor. Una persona que ama, ama constantemente, con un cariño inmenso.
Y el amor auténtico es pureza, limpieza, transparencia, sencillez. De allí se desprende una conducta bella, que es atractiva y que conmueve, persuade, convence. Toca las fibras de nuestro corazón, del corazón de todas las personas.
Todos querían acercarse al Señor porque salía de Él una gran virtud, que era atractiva. Y eso mismo encontramos en la Madre de Dios, en la Virgen María. Ella no conquistó ninguna ciudad, no ganó ninguna guerra, no hizo ningún negocio, sólo fue limpia, inmaculada.
Y al ser así, tenía una gran capacidad de amar, porque la limpieza, la pureza, da esa capacidad de amar. No es que una persona limpia e inmaculada se quede estática, al contrario, hay un salir, el amor.
Un amor que penetra, un amor grande, un amor que convence, un amor que cuida, un amor que se agradece.
CRECER EN LA SANTA PUREZA
Los seres humanos podemos crecer en nuestra capacidad de amar y ser más felices, si hacemos crecer en nuestra vida la virtud de la santa pureza.
Siempre se puede crecer en ella y nos tenemos que fijar en el Señor, en la Virgen, en la vida de tantos santos que nos enseñan a querer con un corazón grande.
¿Cómo podemos nosotros crecer en esta virtud? Podemos crecer cuando no buscamos nada para nosotros, ningún placer.
Hay cosas que nos gustan, muy bien, las pasamos muy bien, pero no estamos buscando egoístamente el placer, algo favorable a nosotros. Es cuando podemos decir al Señor: Señor, que todo sea para Ti, para tu gloria. O podemos decir como dijo la Virgen María:
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”
(Lc 1, 39).
Esa disposición de entrega, de toda su vida al servicio de Dios.
La pureza le dio fortaleza a nuestra Madre del Cielo para poder sacar adelante su vocación. Y tuvo que pasar por muchos contratiempos, pero tenía la fuerza del amor, del amor a Dios, del amor a nosotros, sus hijos.
Necesitamos la pureza para tener fuerza, para poder ganar las batallas que tenemos que librar.
Cuando luchamos con pureza; o sea, con un corazón limpio, luchamos con amor y eso nos hace felices.
Es como el deportista que está feliz compitiendo. Igual o más, cuando nosotros tenemos la santa pureza, un corazón ordenado y luchamos con ese corazón ordenado y ese corazón va creciendo cada vez más.
Cada día somos más libres porque la pureza nos da libertad y la libertad nos hace felices. La pureza nos hace volar.
En cambio, la impureza no nos permite tomar altura, estamos como aplastados, sin fuerzas, desganados, con molestias, con enfrentamientos con otras personas, con disgustos.
Cuando el corazón se achica por el pecado, no tenemos fuerza para amar, nos cuesta muchísimo, no nos sale y por eso es importante y fundamental esta virtud de la pureza que hace que el corazón se dilate, porque el mismo Dios también, a una persona que es humilde y que quiere con rectitud e intención amar, el Señor le da la virtud de la caridad, la virtud infusa de la caridad que nos hace amar a Dios y amar al prójimo.
SIN PUREZA HAY CEGUERA
Nos contaba san Josemaría que un día entró a un zoológico y vio en una jaula un águila vieja, que estaba ya con una sensación de vejez. Estaba aburrida sobre un palo y sólo reaccionaba cuando le tiraban la comida.
San Josemaría pensó que así se encontraban muchos seres humanos cuando no vivían la santa pureza: avejentados, aburridos, fastidiados, con un peso encima, cansados, esperando sólo la hora de la comida, de los placeres, para sentirse bien.
Hay gente que está esperando la hora de los placeres como si eso fuera lo que le va a hacer feliz, nada más que eso, qué poco.
Qué pena da cuando las personas se encuentran en esa situación de no poder volar a esas alturas a las que lleva la santa pureza, de no poder amar con esa sencillez y fortaleza que da la santa pureza.
Fijémonos en nuestra Madre la Virgen, admirando su pureza. Muchas veces le decimos con esa oración que seguramente aprendimos de niños:
“Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea…”
Y necesitamos que nuestra vida sea limpia.
Nos decía san Josemaría Escrivá hace unos años:
“La carencia de una vida limpia incapacita para el amor. Dejarse llevar por la sensualidad trae la ceguera de la mente, la incapacidad para razonar de modo sobrenatural. El que hace concesiones ni siquiera se da cuenta de la pendiente por la que se desliza”.
Es verdad. Cuando no hay pureza no se ve, hay ceguera. Hay una incapacidad para razonar de modo sobrenatural. Uno está buscando razones o razonadas y uno no se da cuenta que está yéndose para abajo.
En cambio, la pureza son las alas para volar. Y cuando vemos que la gente está cargada con cosas que no la dejan volar, hay que acercarse y ayudar a esas personas a despertar, para que abran los ojos y se den cuenta que es necesaria la vida limpia, el corazón limpio.
Que así, limpiando su corazón, purificando su corazón, podrán volar alto, por esas alturas por las que nos lleva Dios.
Ella, la Virgen Inmaculada, es nuestra Madre y nos ayuda a ir limpios. Así somos felices en la vida, en esta vida y luego poder llegar a esa vida de felicidad que es la vida eterna.