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¡QUÉ CERDOS! 

¡QUE CERDOS!

DOS MIL CERDOS

El Evangelio de hoy es de esos impresionantes milagros que hace Jesús. Es un exorcismo en toda regla:

«Va Jesús y de pronto una persona que lo ve de lejos se echa a correr y se postra ante él y le grita con voz potente: —¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios, te lo pido, no me atormentes. 

Porque Jesús estaba diciendo: —Espíritu inmundo, sal de este hombre. Y le preguntó: —¿Cómo te llamas? Él respondió: —Me llamo Legión, porque somos muchos. Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.

Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: —Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos. Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos. 

Y la piara, unos dos mil, se abalanzaron sobre el acantilado abajo, al mar, y se ahogaron. Los porqueros huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado»

(Mc 5, 6-14).

Bueno, como te decía, te pueden quedar los pelos de punta, solo de imaginarte la escena: dos mil cerdos que como locos, -porque están endemoniados literal-, se lanzan por el acantilado al mar y se ahogan.

LIBERACIÓN DEL PECADO

Más allá de lo terrible y espeluznante que puede ser esta escena, no sé si te puedas dar cuenta, de lo que está sucediendo detrás y del mensaje que Tú, Jesús, nos quieres dar con este evangelio.

Pues de entrada éste: yo por Ti, estoy dispuesto a sacrificar dos mil cerdos, no solamente para demostrarte que te quiero, sino para librarte del pecado. ¡Y eso no era nada!

Nada comparado con lo que luego iba a hacer Jesús para demostrarnos a qué estaba dispuesto a quitarnos el pecado, que era dar su vida por nosotros, ir a la muerte y derramar hasta la última gota de su sangre por amor a nosotros.

¿Por qué? Para que seamos felices, porque Dios nos creó para amar y nos creó por amor. Para amarle por amor.

Y al crearnos, pues ya estaba implícita su voluntad de redimirnos… No lo podemos entender del todo, pero Dios, en su eterno presente, tiene ya creación y redención.

No es que el pecado de Adán y Eva lo hayan tomado por sorpresa, ni tampoco que este cuerpecito que nos aguijonea, -como decía san Pablo-, que nos tira para abajo, que nos hace sentir más o menos solapadamente la realidad de las bajezas humanas continuamente.

Bueno, no es que tengamos error de fábrica, sino que al revés. O sea, Dios al hacernos hombres, nos ha dado una estructura que permite, a pesar del <pecado, la posibilidad de perdonarnos, de recomenzar.

UN ACTO DE VOLUNTAD

No se, ponte a hacer un poquito de teología ficción: los ángeles, que son criaturas perfectísima espirituales, no tienen una segunda oportunidad. Ellos optaron con un solo acto de su voluntad a favor o en contra de Dios.

Pero esto es un poco radical, casi podríamos decir, pero no lo podemos entender del todo porque no tenemos inteligencia angélica…

Pero nosotros sí tenemos una oportunidad: Dios me creó para amarle. Este amor se ve trastocado por el pecado. Pero Dios, al crearme, me redimió por medio de Cristo para otorgarme la posibilidad del perdón.

¿Te das cuenta lo que esto significa? ¿Que es a través del Sacramento de la Penitencia como se manifiesta el amor más grande de Dios que me libra del mal? ¿Más fuerte que cualquier pecado?… ¡Dios me creó para perdonarme!

Y por eso la confesión es el sacramento de la alegría, donde se me aplican los méritos de la Redención. La mayor manifestación de que Dios es amor.

Que Dios es un Padre, como decía san Juan Pablo II, que nos ama a cada uno desde toda la eternidad. Que nos ha creado por amor y que tanto nos ha amado, hasta entregar a su Hijo Unigénito para perdonar nuestros pecados. Para reconciliarnos con Él, para vivir con Él una comunión de amor que no terminará jamás.

NUESTROS ACTOS NOS DIRIGEN

Por eso, hablar del pecado siempre es hablar del perdón que se obtiene por medio del sacramento de la confesión. El sacramento de la alegría, porque me devuelve la felicidad.

Y tú podrías decir: —Oye padre, pero es que yo entiendo que el pecado es ante todo una ofensa a Dios. Pero es que yo abiertamente nunca quisiera ofenderle. Es más, he hecho una opción fundamental por Dios y mucha gente la hace.

Y te aconsejo que tú y yo también la hagamos, es algo que es como un punto de partida. Es indispensable tener claro nuestro fin y hacer una opción fundamental por Dios.

Pero no engañarnos diciendo: —¡Ah, como yo ya hice una opción fundamental por Dios, pues yo quiero ir al Cielo y por lo tanto los actos específicos de mi vida, las cosas que yo hago en el medio, lo que sucede en Las Vegas se queda en Las Vegas. ¡No, no se queda en Las Vegas! Se queda completamente en tu corazón y te hace lo que eres.

Tu y yo somos nuestros actos, somos mucho más que nuestras miserias, pero nuestros actos nos van definiendo. Y por eso, qué importante, no solo es hacer una opción fundamental por Dios, sino saber que todos nuestros actos tienen razón de fin. Todo lo que hacemos nos dirige hacia un lugar.

SEAMOS COMO ÁNGELES

El pecado es una falta de amor. Es rechazar el amor. El catecismo lo dice de manera muy clara. Que con la desobediencia de Adán y Eva se rompió el orden del hombre con Dios y vino el pecado y con él la muerte.

Y que cuando ésta desobediencia es en materia grave, con plena advertencia y pleno consentimiento, será un pecado mortal. Pero que cuando es leve, es pecado venial.

Por el pecado mortal, el alma muere a la gracia. Y de ser hijos de Dios, venimos a ser esclavos de Satanás. Así como ese poseído del Evangelio.

¡Es tremendo lo que lleva consigo el pecado! Y el pecado original llevó consigo la pérdida de la gracia y la naturaleza quedó herida. ¡Y así nacimos todos!

San Josemaría decía, en un punto de Camino, en un determinado momento dice:

“…sé ángel” (Camino, p. 22).

Pero luego también dice:

“No somos ángeles”(Camino, p. 122).

O sea que dice que somos ángeles en el sentido de: —Oye, puedes vivir la vida de la gracia. Puedes vivir la vida de hijos de Dios, y que la gracia de Dios te empape de manera que haya, también con el respaldo de la fuerza impresionante de las virtudes, que constituyen en ti y en mí, como una segunda naturaleza. Y podemos vivir la vida de la gracia.

Pero también decía:

“Todos somos capaces de todos los errores y de todos los horrores que el peor de los pecadores”

(Amigos de Dios, p. 162).

Y por eso la súplica en este momento (en el que luego te puedes quedar un rato en silencio hablando con Jesús, ahora mismo).

“Jesús, líbrame de todo mal. No me dejes caer en la tentación”…

CON INCLINACIÓN AL PECADO

Estoy trabajando en un en un colegio en donde hay unas niñas pequeñas, simpáticas, que llegan con muy bien peinadito y con su uniforme perfectamente limpio.

Y es verdad que las ves y dices: —Híjole, estas niñas se ven tan limpias, tan buenas, que parece que no tienen pecado original. ¿Y qué diría su mamá si te oyera?

Pues alguna vez ya me ha oído alguna y me dice: —Padre, solo parece.  Véngase un día a la casa y venga a ver cómo pelean…

¡Pues sí! O sea, todos estamos inclinados al mal. Únicamente la Santísima Virgen ha sido preservada de pecado.

Y no podemos olvidar que todos llevamos en nosotros, pues esa inclinación al pecado. Y junto con este peligro del pecado, pues hay un peligro todavía peor -que quizá nos depara otra meditación, porque ya se está terminando ésta-. Pero lo malo no es no caer, sino no levantarse.

O sea, un gran mal de nuestros tiempos, que es no reconocer que tenemos pecado. Que se ha perdido la conciencia de pecado.

SENSIBILIDAD AL PECADO

Y que esto no sólo lo vemos en las estructuras de pecado que han existido siempre, sino que nos pasa a nosotros, que vamos perdiendo sensibilidad del pecado mortal y del pecado venial, y de las ocasiones de pecado.

Por eso, pues, vamos a terminar pidiéndole a la Santísima Virgen, que tengamos más sensibilidad y revisemos: ¿Y yo cómo reacciono?… Y que la conciencia me siga dictando donde está lo bueno para que yo pueda ir detrás de él.

Pues vamos a terminar rezando esta oración que rezaban nuestras abuelas: “Somos tuyos para siempre, Jesús mío, te damos nuestro corazón, pidiéndote la gracia de que nunca renuncies a este don.

Más si en un momento de locura lo llegara a reclamar de que es tuyo en absoluto y que no lo quieres dar. Y si yo insistiera ciego a mi demanda, arráncame la vida, pero nunca renuncies a este don”.

ANTES MORIR QUE PECAR

La idea es simple: antes morir que pecar. Que nunca te ofenda, Jesús mío, por un pecado mortal, porque es volver a crucificarte.

Y ésto sólo lo lograré, si entiendo mi vida como un camino de amor, que no basta no ofender a Dios, sino que quiero estar muy enamorado de Jesucristo. Quiero estar muy cerca de Él.

Y por eso voy a cortar esos pactos con el pecado, esos que llamaba san Josemaría:

“hilillo sutil” (Camino p. 170)…

que no me dejan subir a Dios.

Cuánta sensibilidad tiene el Corazón de María: Llena de gracia, refugio de los pecadores, ruega por nosotros.

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