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¡QUÉ PACIENCIA! ¡Y QUÉ TORPEZA!

paciencia

San Agustín, indudablemente, es uno de los grandes santos de la Iglesia y tiene muchísimas frases que reflejan muy bien ese elevado grado de sabiduría; pero, sobre todo, su elevado grado de santidad.

Una de las frases de san Agustín que a mí me da muchísimo para meditar es aquella que dice: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Y a hace tiempo escuché que alguien ponía esta frase en una imagen que nos ayudaría muchísimo a quitarnos de la mente esa imagen de un Dios que castiga arbitrariamente, la de un Dios injusto que dice: “O crees en mí o te vas al infierno.”

La primera parte de esa frase dice: “Dios que te creó sin ti… Y es verdad, porque Dios no nos pidió permiso para darnos la vida, tampoco nos pidió permiso para ponernos en este mundo que, bueno, tiene sus complicaciones.

Este mundo en el que, a veces, pudiéramos querer no estar. Pero imaginemos por un momento que nosotros, cuando éramos muy pequeños, incluso adolescentes, fuimos llevados por nuestros padres a dar un paseo en barca. Claro, si nos promete que va a ser un viaje muy divertido, que vamos a llegar a un lugar paradisíaco, un lugar que vale la pena.

Pero, en todo caso, por nuestra edad, no es que nuestros papás nos estén pidiendo permiso. Nos están informando, eso es súper normal, es muy lógico. Y nosotros no tenemos otra opción que ir en esa barca.

Algunos pueden ponerse más o menos rebelde, dependiendo de la edad, pero el hecho es que ya estamos montados en la barca rumbo a un lugar desconocido; pero eso sí, nos prometen que va a ser un lugar paradisíaco.

De repente, alguien de los que va en esa barca -capaz tú mismo o un hermano tuyo más travieso- se pone a jugar con los pies y accidentalmente retira ese tapón que tienen las barcas para cuando quieren sacarle el agua estando en la orilla.

Claro, al inicio nadie se da cuenta de lo grave del asunto. Pero después, poco a poco, la barca va perdiendo velocidad y llega luego el diagnóstico fatal: es que nos estamos hundiendo.

“NO TE SALVARÁ SIN TI”

Ahora viene la segunda parte de la frase de san Agustín: “Ese Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti… Bueno, porque parece que todo está perdido… De repente se acerca una embarcación muy grande.

Al inicio, incluso, hasta nos hace violencia, porque no sabemos si vamos a chocar, si nos ha visto. Si capaz viene súper seguro y no se ha dado cuenta de que estamos aquí a la deriva… Resulta que sí se da cuenta.

Entonces, cuando se detiene justo al lado de nosotros, en esta barca en la que estamos, el capitán se asoma por la borda y lanza una escalerilla. Y muy amablemente nos invita a subir por ella.

En ese momento ocurre lo absurdo, tú no quieres subir porque a ti te enseñaron a desconfiar de los desconocidos. Además, eso de subir por la escalerilla… ¡uff…! Eso requiere demasiado esfuerzo. Y tú prefieres -tercamente- quedarte en la barca.

Pues esta es la imagen de un Dios que sabe que Él es nuestra única salvación, la única oportunidad que tenemos; pero no va a obligarnos a subirnos a su barca. La pregunta, por supuesto, es: ¿quién puede ser tan torpe como para no querer subir?

Sencillísimo, la respuesta es: tú y yo. De hecho, lo hacemos a cada rato muchas veces durante el día. Cada vez que desconfiamos de esa voluntad de Dios para nosotros. Cada vez que nos parece que, eso que Dios nos está ofreciendo, subir la escalerilla requiere demasiado esfuerzo, que es incómodo, es demasiado cuesta arriba o que nos complica la vida, sencillamente.

Somos tú y yo cada vez que la voluntad de Dios nos parece oscura, injusta, incluso cruel. Es un Dios que no nos va a salvar si nosotros no queremos. No nos va a salvar de otro modo que no sea el que Él ve más conveniente.

CONFIAR EN DIOS

Esta imagen del barco es buenísima, porque desde lo alto de la borda, el capitán ve la situación con mayor perspectiva que nosotros. Eso es lo que hace Dios. Y a veces, Dios nos invita a mantener la calma, para que podamos actuar con mayor claridad. Otras veces nos apremia; otras, nos mete prisas porque ve lo grave de nuestra situación y quiere ayudarnos.

Y, sobre todo, respetando hasta el extremo nuestra libertad, Él no deja de brindarnos oportunidades. Oye ¡qué maravilla esta insistencia de Dios! Insistencia, pues, con delicadeza hacia nuestra libertad. ¡Que impresionante su paciencia, que es un contraste enorme con nuestra torpeza!

Eso es lo mismo que llama la atención del evangelio de hoy. Un propietario -en la parábola- deja su confianza puesta en unos labradores, en unos trabajadores. El propietario no tiene necesidad de ellos, no es que sean los únicos. El pudo haber elegido a otros. En cambio, los labradores, ellos sí que -seguramente- necesitaban ese trabajo, lo necesitaban para subsistir.

Claro, el dueño, al cabo del tiempo les da una primera oportunidad de rendir frutos. Pero la torpeza de estos labradores ahí solamente ven una complicación, una complicación innecesaria y por eso es que piensan: ¿Para qué complicarnos? Entonces, ahí apalean al criado, matan al otro criado que había enviado el Señor y a un tercero, lo apedrearon.

Aquí llama muchísimo la atención la paciencia del dueño de la tierra y también llama la atención la torpeza de los labradores. Porque después, el dueño envía a otros criados a recoger los frutos de la cosecha y lamentablemente el resultado es el mismo: hicieron con los criados que había mandado el dueño exactamente lo mismo, dice el evangelio.

PACIENCIA

Tú y yo, en lugar del dueño ¿qué hubiésemos hecho? Yo creo que hace rato que hubiésemos tomado medidas drásticas, pero ¡qué paciencia! ¡Y qué torpeza! El dueño piensa darles la mejor oportunidad posible porque se dice a sí mismo:

“Tendrán respeto a mi hijo.”

(Mt 21, 37).

Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron:

“Este es el heredero, lo matamos y nos quedamos con su herencia.”

(Mt 21, 38).

Ellos al ver que se podían complicar, mataron al capitán del barco. Así de sencillo, muy absurdo el panorama, pero es así. ¡Qué paciencia la del dueño! ¡Y qué torpeza de los labradores!

Por eso, cuando Tu Señor interpelas a los que están escuchando esta parábola, les preguntas si les parece justo un castigo ejemplar, ellos -por supuesto- que responden como responderíamos nosotros: -Por supuesto. Lo mejor sería hacerlos morir de mala muerte y arrendar esa viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.

A ti y a mi seguramente nos parece una respuesta muy justa. Pero yo creo que quedarnos en el discurso de la mera justicia es insuficiente. Tantas veces somos nosotros los torpes viñadores de esta parábola, que pensamos que obviar la voluntad de Dios en nuestras vidas es tener una vida sin complicaciones.

Mi vida sería menos complicada si no tuviese que seguir, en todo momento, la voluntad de Dios, porque es verdad que, a veces, es complicado. A nosotros nos cuesta ver que el dar fruto a Dios, en realidad, es una invitación que nos da Dios para subirnos a su barca, para trabajar en su equipo.

El evangelio de hoy lo que nos hace intuir lo que pasaría con nosotros si Dios perdiera la paciencia y decidiera actuar con toda su justicia: es que nos quedaríamos a la deriva y en manos de una muerte, pero una muerte segura.

CUARESMA ES TIEMPO DE CONVERSIÓN

Esto la Iglesia lo sabe y por eso, en este tiempo de Cuaresma, nos invita a rezar con frecuencia el Salmo 129, que es un salmo que se llama el Salmo De profundis, un salmo espectacular del salterio, que dice:

“Si llevas cuenta de los delitos, Señor ¿quién podrá resistir?”

La Iglesia sabe también que en este tiempo de Cuaresma es un tiempo de la paciencia de Dios; por eso este Salmo 129.

¿Por qué no aprovechar que aún tenemos tiempo para la propia conversión? ¿Por qué no ser generosos en esos frutos que todavía podemos dar a Dios?

Frutos, por ejemplo: de caridad al prójimo, frutos del trabajo bien hecho con ánimo de servir y de servir con alegría, de santidad, en una virtud concreta que sabemos que tenemos rato retrasando… “Señor, ahora sí, me voy a poner a adquirir poco a poco esta virtud, que sé que me estás pidiendo.”

Frutos de piedad, de penitencia generosa, de abandono en las manos de Dios, de ese perdón definitivo a quien me ha ofendido. Yo creo que sería de justicia que demos muchos frutos en esta viña del Señor. Sería lo más justo, esta viña en la que Dios nos ha dejado un tiempo nos ha confiado un tiempo.

Pero, afortunadamente, nuestra relación con Dios no es una relación de mera justicia, va mucho más allá. Él nos invita a una relación de amor y Él es el que da el primer paso:

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna.”

(Jn 13, 16).

Esto aplica perfectamente para el ejemplo de las barcas. Es que Dios lo da todo y lo da con una paciencia infinita. Esta es la prueba máxima del amor de Dios, que se nos recuerda una y otra vez, en este tiempo de Cuaresma, para que podamos recibir este don, esta prueba máxima de amor bien preparados.

Estamos apenas en la segunda semana de Cuaresma tenemos todavía tiempo para aceptar esta invitación: a subirnos a la barca de Dios, ahora, en esta Cuaresma.

¿Prefieres no complicarte la vida?

“Por eso, te pedimos Señor Jesús, la valentía de decirnos, ahora, en esta Cuaresma que aún estamos a tiempo.”

Y que en lugar de ver a Dios que nos exige demasiado, -tal vez nos exige demasiada penitencia, demasiada mortificación- bueno, está en todo su derecho a hacerlo. Pero, en lugar de ver a un Dios que nos exige demasiado, que veamos a un Dios que nos invita, a ti y a mí, por si libremente queremos subirnos a su barca.

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