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¡QUÉ VEA!

QUE VEA
PARA SIEMPRE

Hay un libro de Susana Tamaro que se titula: Para siempre. El título ella lo toma de una escena en la que aparece una mujer y un hombre enamorados (ahora no recuerdo si son esposos), qué están mirando, más aún, contemplando un paisaje de montaña y están extasiados, en silencio.

Después de unos minutos, ella lo mira a él de reojo y se le escapa del alma: “¿Existe el para siempre? Me preguntaste. Te estreche con más fuerza. Debajo de las capas de camisetas, Jersey’s y el anorak, sentí tu delgado cuerpo vivo y cálido. Sólo existe el para siempre, te respondí.” (Susana Tamaro, Para siempre). Solo existe el para siempre…

Entonces, claro, cuando vas leyendo el libro y escuchas esto y lees esto, dices aquí está el título del libro, aquí está la razón del libro: “para siempre”.

“Pues Jesús, yo te quiero pedir al inicio de este rato de oración que me enseñes a mirar el para siempre qué hay en todas las cosas que miro, que veo, que contemplo, que aprecio…”.

¿Significan lo mismo todos estos verbos? ¿Todas estas acciones? Mirar, ver contemplar, apreciar, quizá no… Pero medítalo tú por tú cuenta.

EL CIEGO BARTIMEO

Hoy el coprotagonista del Evangelio se llama Bartimeo, “porque el protagonista siempre eres Tú Jesús. Vas saliendo de Jericó. Vas a subir a Jerusalén a morir y las gentes salen a verte Jesús”.

Salen a ver a Jesús. Están comentando sus palabras, recuerdan sus milagros, comentan su audacia de ir a Jerusalén para afrontar las acechanzas de los que quieren matarte Jesús.

Y entre la concurrencia, entre la gente hay un cieguito. Que empieza a preguntar y entonces descubre quien pasa por ahí, por el camino. “Empieza a gritar desaforadamente:

¡Jesús, Hijo de David ten piedad de mí.”

(Mc 10, 47).

Su voz domina, domina, porque es verdad que sea ciego, pero puede hablar y puede gritar; y lo hace con todas las fuerzas de su corazón, como si fuera el único de los sentidos que tuviera despierto en ese momento.

Domina los rumores de la multitud y comienza a distraer y lo mandan a callar: oye, silencio. Incluso algunos lo miraran con hostilidad: ¡cállate, cállate! Pero él, con más fuerza empieza a clamar:

“¡Jesús, Hijo de David ten piedad de mí.”

EL MAESTRO NOS LLAMA

Entonces se detiene Jesús y lo manda a llamar. En ese momento la muchedumbre enmudece, ahí sí todos se callan y ya no reprenden al ciego, ya no lo mandan a callar. Sino que lo felicitan: Oye, ¡Enhorabuena, felicitaciones, te está llamando el Maestro! ¡Te llama el maestro!

Dice el Evangelio que en ese momento pega un brinco, tira todo lo que tiene y empieza a correr para llegar donde Jesús. Arroja su manto, “corre hacía Ti, Jesús”.

Después de un breve diálogo Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que te haga? Señor, que vea.” (Mc 10, 51) Que vea.

Por eso hemos empezado así este rato de oración: “que vea Señor, que vea el para siempre”.

Entonces,

“Jesús le dice: Vete; tu fe te ha salvado.”

(Mc 10, 52).

En ese momento las pupilas se animan, se iluminan. A mí me gusta pensar eso: que lo primero que vio Bartimeo fue el rostro de Dios, a Jesucristo.

VER A JESÚS

Después de mirar a Jesús, es que mirar todas las cosas de este mundo nos saben a poco, nos saben a poco…

“Señor tenemos que aprender a mirarte en este mundo. Mirarte detrás de todas las cosas que hacemos. Detrás de todas las personas a las que miramos también, a las que vemos: verte a Ti, verte a Tí.

Me gustó también mucho, creo que eso se lo escuché al padre Federico hace algunas meditaciones (no sé si también comentaba este pasaje, puede ser…). En todo caso él comentaba un escrito de un poeta de Uruguay, que llama Eduardo Galeano, me gustó mucho. En el que no me quiero tirar el propósito del escrito.

“Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor; que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: —¡Ayúdame a mirar!” (Eduardo Galeano).

UT VIDEAM

Ayúdame a mirar… “Señor hoy te pedimos esto, que vea el para siempre de todas las cosas. Señor que vea, si estoy ciego, que vea. Si tengo los ojos bien y si puedo mirar, Señor ayúdame a mirarte, ayúdame a mirarte.

Ut videam, esta pequeña oración porque así se dice que vea en latín, ut videam. “Esta pequeña oración Jesús te la repitió miles de veces san Josemaría porque él sabía que Tú le querías pedir algo, pero él no sabía que era.

Con el patrocinio de Bartimeo te decía casi sin parar: ut videam, ut videam, ut videam, Señor que vea, que vea…”.

DOMINE UT SIT

Después de esta jaculatoria, añadió otra: Domine ut sit, Señor, que sea. “Entonces con estas dos cosas, con esas dos oraciones te pedía: Señor que vea lo que Tú quieres de mí y que sea eso, no que sea lo que yo quiera”.

Por eso estas dos oraciones son también muy importantes para que las repita quién está pensando que Dios le puede pedir algo más en la vida.

Todos tenemos una vocación, todos tenemos una llamada, todos tenemos que descubrir para qué nos tienes en este mundo, ¿qué quieres de nosotros?

Dos oraciones muy oportunas: “Señor, que vea, como el ciego Bartimeo, que vea y qué sea, eso que Tú quieres de mí”.

SEGUIR A JESÚS

“A mí me llama la atención -y quizá eso también se ha comentado varias veces- la acción de Bartimeo de cómo tira el manto, salta y se acerca a Ti. Un buen ejemplo de cómo, también nosotros, podemos poner los medios para estar contigo Jesús, para seguirte por el camino.

Te pedimos Señor, que nos cures para poder seguirte, así con esa decisión con ese al rojo”.

Qué maravilla pedirle al Señor esto: “¡Señor, qué vea, qué vea! Quiero ver tu rostro…”.

Hay un Salmo, hermosísimo que nos puede conducir a esto:

“Como anhela el ciervo las corrientes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios! Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo iré y veré la faz del Señor?”

(Ps. XLI, 2-3).

ENAMORARNOS DE JESÚS

¿Cuándo veré tu faz, Tu cara, Tu rostro, Señor? Pues hay que pedírselo y hay que buscarla, hasta que la encontremos. Hasta que nos encontremos y que te podamos tratar y enamorarnos de ti.

Qué maravilla poder pedirle al Señor con esa confianza: “Señor, qué vea, qué vea…
Muchas veces estamos buscándote Señor por allí por fuera, como unos locos. Cuando realmente te tenemos dentro de nosotros. Tú estás en nosotros mismos”. A Dios le tenemos en el centro de nuestra alma.

San Josemaría también dice en algún punto del Camino:

“¿Para qué has de mirar, si “tu mundo” lo llevas dentro de ti?

(Camino No184).

Dentro de ti…

Bueno Señor, pues aquí tenía otra notica, interesante. Es que los demás también nos ven a nosotros. Que puedan ver en nosotros a Cristo, también. Y qué viéndonos a nosotros, se animen a vivir cristianamente.

Ya no hay tiempo… O sea que vamos a terminar, vamos a terminar mirándote Señor, viéndote, contemplándote, apreciándote, disfrutando de Ti”.
Y no sé por qué me acordé de una canción de Carlos Vives, que dice: “Quiero verte sonreír, quiero darte mi canción, en una tarde de abril quiero regalarte un son.”
Bueno, porque comienza así: “quiero verte sonreír…”.

Señor quiero verte sonreír y que Tú te sonrías viéndome a mí. Pero no. Vamos a terminar mejor con una oración de santo Tomás de Aquino:

Jesús, a quien ahora veo escondido, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que, al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

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