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QUIEN ES LA MADRE DE JESÚS Y SUS HERMANOS

Jesús y sus parábolas

ORFEBRE DE NUESTRAS VIDAS

En estos 10 minutos con Jesús, en que procuraremos hablar con el Señor, decirle al menos que lo queremos… Decirle algo. Dejarle caer una frase que nos salga del corazón, con eso basta. Con eso Jesús puede trabajar con un poquito de deseos nuestros: cinco panes y dos peces.

Dios puede comenzar su tarea, su obra en nosotros, transformar nuestro pobre corazón de barro en un corazón como el Suyo. Esa tarea que tanto disfruta Dios.

Dios a veces se ha comparado a sí mismo con un escultor, con un artesano, con un orfebre que trabaja la arcilla hasta transformar esa arcilla informe en un cuenco bonito, en un cuenco precioso, en una jarra, en un vaso delicado. Así como quién trabaja el vidrio o la porcelana.

Dios hace trabajo de orfebre en nuestro corazón, en nuestro pobre corazón de barro, en nuestro pobre y duro corazón. Nuestro frágil corazón que tantas veces no quiere lo que quiere Dios. Porque nos supera, porque nos parece muy difícil, porque nos cuesta mucho.

SU MADRE Y SUS HERMANOS

Hoy el Evangelio es sumamente sugerente. Nos habla de ese momento en el que llegaron la madre de Jesús y sus parientes y, desde afuera, lo mandaron llamar.

«La gente que tenía sentada alrededor le dijo: —Mira que tu madre y tus parientes te están buscando. Están afuera. 

Jesús les preguntó: —¿Quiénes son mi madre y mis parientes?

Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dijo: —Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». 

Jesús claramente nos da la pista de lo que Él considera que es “ser su su madre”. O sea, ¿cuál es la voluntad de Dios para con cada uno de nosotros?: Hacer su voluntad.

Porque muchas veces, nos parece normal hacer la voluntad de Dios de una manera genérica. Todos estamos dispuestos a cumplir los mandamientos, a hacer las cosas bien.

Si alguien nos dice: —¿Estás dispuesto a hacer la voluntad de Dios? Pienso que todos vamos a responder: —Sí, por supuesto. Estoy dispuesto a hacer la voluntad de Dios. Claro que quiero hacer la voluntad de Dios.

LA VOLUNTAD DE DIOS

Pero cuando la voluntad de Dios se hace muy concreta, ahí nos cuesta. Es como si le dijéramos: “—Señor, te doy todo salvo este reloj, salvo mi auto, salvo este aspecto de mi salud. Porque te entrego mi salud, pero no quiero un dolor de muelas…

Te entrego mi salud, pero por favor, sácame de esta alergia. Te entrego, Señor, mi disponibilidad, pero no me pidas que sea pobre o que no tenga este bien, o que no tenga este tiempo, que no tenga este amigo…”

Cuando a veces la voluntad de Dios se abaja, se concreta, no porque Dios nos quiere quitar cosas, sino porque Dios utiliza los dolores de la vida, los dramas de la vida.

Dios no quiere la muerte de nadie, la enfermedad de nadie. Que a nadie se le pierda el reloj, ni se le rompa el auto. Por supuesto, sería una locura pensar que Dios anda por el mundo pinchando gomas, rompiendo autos, matando gente o enfermando gente. ¡Sería monstruoso!

Lo que sí hace Dios es, sacar de las cosas malas con que los demás o la vida, como dicen algunos, nos aflige, nos infringe, sacar algo bueno, ‘ordeñar al mal, todo el bien que tenga’.
Pero para eso, tenemos que aceptar esas pruebas que a veces la vida nos pone y saber que Dios va a juzgar con el GPS. A veces la muerte de una persona querida nos parece tan difícil, tan imposible de superar.

EL BIEN DE LOS DEMÁS

Yo lo recordaba pensando en la muerte de mi madre. Me costó mucho aceptar que ya no estaba más, que ya no la puedo llamar, que ya no la puedo ver, que ya no la puedo visitar. La verdad es que es una ausencia dolorosa, una ausencia que no se cura del todo nunca.

Porque siempre uno extraña, siempre uno echa en falta esa presencia increíble, consoladora, tan distinta, tan especial, que es la de una madre. Yo creo que nunca nos vamos a acostumbrar a vivir sin nuestra madre, por más que nosotros mismos seamos ancianos. Uno va a extrañar esas cosas hasta el último día.

Y sin embargo, Dios me pide aceptarlo: aceptar ese cáncer, acepta ese tiempo que estuvo porque quizás era lo mejor. Si hubiese quedado ciego como consecuencia de su tumor cerebral, si hubiese quedado inválida, quizás un montón de consecuencias que hubiesen convertido su vida en un infierno.

Y uno a veces, procurando hacer la propia voluntad, le decimos a Dios: —Mira, prefiero que se quede ciega, sorda, muda, inválida, pero que esté acá. Y no estamos pensando en el bien de las personas.

FUERA DE SÍ PARA DARSE A LOS DEMÁS

Jesús piensa en el bien de los demás. De hecho, en el Evangelio se habla de cómo la gente buscaba a Jesús y lo volvían loco. Lo buscaban por todos lados. Y Jesús no tenía tiempo ni para comer, dice el Evangelio, en un pasaje del día sábado pasado.

De hecho, su familia lo fue a buscar porque estaba sacado fuera de sí, decían. Y me encanta estar fuera de sí, porque Jesús estaba fuera de sí mismo por estar pendiente de las necesidades de los demás.

Ojalá pudieran decir de cada uno de nosotros: —Mira, este tipo está fuera de sí. Esta persona está completamente fuera de sí misma. Tan centrada en los problemas de los demás que se olvida de comer.

Es muy bonito el Evangelio del sábado pasado porque es muy cortito, pero nos habla de eso, de que Jesús no tenía tiempo para comer y por eso tuvieron que acudir en su rescate sus familiares. Estaba tan fuera de sí mismo, tan centrado en los demás, tan metido en los problemas de las necesidades ajenas, que se había olvidado de comer…

Como tantas veces nos habrá pasado alguna vez a nosotros, que no tenemos tiempo ni para comer por el trabajo, por lo que estamos haciendo, porque tenemos un proyecto y nos llevamos un tupper para comer rápido.

Jesús vivía así, centrado en los demás, fuera de sí. Esa expresión que me parece tan bonita, tan conseguida del Evangelio.

Pidámosle nosotros a Jesús también vivir fuera de nosotros mismos, pero para eso tenemos que aceptar su voluntad.

ACEPTAR SU VOLUNTAD

Una nueva familia ha nacido, nos quiere marcar Jesús con este Evangelio en el que habla de quiénes son su madre y quiénes son sus hermanos, quiénes son sus amigos, quiénes son sus discípulos…

Ese nuevo pueblo que acaba de surgir y son los que aceptan la voluntad de Dios, que aceptan lo que pasa, que aceptan la vida, que se abandonan, que dicen: “—Señor, Vos sabés más. Vos sabés cómo sacar de ésto lo mejor.

Voy a poner todos los medios humanos para que las cosas salgan bien, pero después me abandono. Me abandono porque yo no manejo la realidad. No soy yo quien conduce el barco, sos Vos el capitán… Por lo tanto, solo Vos tenés la última palabra. Solo Vos sabés que es exactamente lo mejor para cada persona, para cada situación, para cada problema.

Por eso, Señor, me pongo en tus manos. Y estoy dispuesto a aceptar Tu voluntad. Si  a Vos te parece que tengo que abandonarme y estar estos días con otitis, pues bueno, estoy con otitis, estaré un poco más sordo del oído, no escucharé….

También será incómodo, me dolerá un poco, tendré que someterme a antibióticos, etc. Pero bueno, Vos sabés más, Señor, lo dejo en tus manos, te lo ofrezco”.

Pidámosle a la Santísima Virgen que nos ayude a como ella, a vivir siempre pendiente de la voluntad de Jesús, siempre pendiente de la voluntad de Dios. Servir a la voluntad de Dios. No tener otra voluntad que la de hacer todo aquello que Jesús quiere, que Dios necesita.

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