Hace ya cuatro años, tuve la suerte de poder visitar Tierra Santa. Iba con un grupo de universitarios (la verdad es que es una suerte…)
Y un día de esos estábamos navegando por el mar de Galilea y la guía nos señaló un pueblo: “Ese es Magdala”, entonces nos preguntó: “¿Quién era de allí?” La respuesta, para todos, era obvia.
Probablemente, María de Magdala es uno de los personajes más conocidos del Evangelio. Se dice que el Señor había expulsado de ella siete demonios; o sea, que llevaba una vida desordenada, alejada de Dios, pero sin tener por qué ser necesariamente una vida deshonesta o indigna…
NO ESTABA BIEN
Aunque también es cierto que la tradición dice que ella es aquella pecadora pública que lavó los pies del Maestro cuando estuvo en la casa de Simón, el fariseo…
En conclusión, no estaba bien; no andaba bien.
De todos modos, estamos ante una mujer a la que su encuentro con Jesús le cambió la vida. A partir de allí, empezó a estar bien.
Pero ¡ojo! Como decía san Josemaría:
“Nosotros, como la Magdalena, si no estamos con el Señor, no estamos bien”
(Notas tomadas en una meditación de don Fernando Ocariz).
“JESÚS, SI NO ESTOY CONTIGO, NO ESTOY BIEN”
La Magdalena estaba bastante harta del tipo de vida que llevaba. Quería salir, pero no sabía cómo hacerlo.
Y resulta que oye hablar de un profeta: Jesús de Nazaret… No era la fama lo que le llamaba la atención de Él, ni sus milagros… era que decían que perdonaba a los pecadores; que comía con ellos; que no los rechazaba…
Y, en un momento concreto (no sabemos exactamente cuándo), Jesús curó a la Magdalena de sus males espirituales y ella comenzó a seguirle; se convirtió en discípula del Maestro.
ESTAR BIEN
Y es que, una vez se empieza a “estar bien”, una vez se “saborea” lo bueno, cuando se aprende a saborearlo, eso ya no se quiere dejar. Y así fue ella…
Se aprende a saborear las cosas, como se aprende a saborear un buen vino, una buena canción, una buena comida, una buena película, un buen rato de oración; o un buen rato de deporte también.
Pero si no tenemos cuidado, hasta eso se olvida o se atrofia y empezamos a buscar sucedáneos, sustitutos y nos acabamos tragando cualquier cosa.
NO DEJARTE JESÚS
La mejor manera de asegurarse de no perder esa capacidad es no dejarle, “no dejarte Jesús. No quiero dejarte, no permitas que te deje.
Por eso, entiendo perfectamente que María Magdalena fuera una de aquellas mujeres que dicen los Evangelios que te acompañaban y te ayudaban.
A partir de ese momento, la vida de María Magdalena no se entiende ya sin estar cerca de Ti Jesús. Es más, esa cercanía le llevó hasta los pies de la Cruz.
A JESÚS NO LE IMPORTA SU PASADO
Y Tú Jesús, la dejaste… dejaste que se acercara, dejaste que te siguiera, dejaste que te acompañara en los momentos duros del Calvario y dejaste que fueran sus manos, unas de seas pocas manos que prepararon Tu sepultura…
A Ti Jesús, no te importa su pasado, ya se lo has perdonado, ya lo has olvidado. Ahora solo cuenta el amor que esta mujer te tiene”.
Nunca es tarde para comenzar a amar a Dios; nunca es tarde para recomenzar la vida cristiana; nunca es tarde para pedir perdón. Ojalá nosotros supiéramos hacerlo como la Magdalena.
LA MAGDALENA NO ESTABA BIEN
Después de sepultar a Jesús se van, se dispersan… son judíos piadosos y la Ley les prohíbe cualquier tipo de trabajo el sábado. No pueden hacer muchas cosas. La verdad es que solo pueden llorar.
Y la Magdalena no estaba bien… había perdido la razón de su vida. Jesús ya no estaba…
Tal vez hablaría con el resto de aquellas santas mujeres y se pondrían de acuerdo cómo iban a ir a embalsamar el Cuerpo de Jesús al día siguiente.
Porque en cuanto amanece el domingo, sale corriendo al Sepulcro. Quiere despedirse del Cuerpo de Cristo, tratarlo con el mismo cariño que cuando estaba vivo. No le importa que solo sea un cadáver.
MIRAR A JESÚS COMO LA MAGDALENA
¡Cuánto podemos aprender del amor de esta mujer en nuestro trato con Jesús!
“Señor, que yo te trate así. Que no rece como repitiendo oraciones sin alma o persignarme mecánicamente y sin vida. O mirar un crucifijo y no tener la mirada perdida, sin brillo…
Que yo te sepa ver como te miraba esta mujer; que te sepa ver y tratar como te tratan los que te quieren y que ponga en juego todas las potencias de mi corazón”.
Le podemos decir: “¡Quiero quererte con el mismo ardor que María Magdalena! Sin importar mi pasado y sin importar las montañas de mis miserias… quiero quererte como la Magdalena, porque yo -como ella- si no estoy contigo, no estoy bien.
LLORAR COMO UNA MAGDALENA
“Jesús, tengo que aceptarlo: si no estoy contigo, no estoy bien”.
Cuando llega al Sepulcro, se encuentra con que han quitado la losa y resulta que el Cuerpo de Jesús no está adentro y entonces llora desconsolada. Llora porque quiere a Jesús, porque no ha podido darle ese último detalle de cariño…
Llora y de ahí viene que la gente diga: “uno llora como una Magdalena”. Aunque no todo el mundo lo sabe.
ANÉCDOTA DE UN OBISPO
Un buen obispo, contaba que una vez habían visto una película muy emotiva y que cuando llegó a encender la luz de la sala, había una que estaba llorando y, entonces, en tono de broma le dice la que tenía al lado: “Es que esta llora como una Magdalena”.
Entonces, el obispo le preguntó: ¿Y tú sabes lo que significa la expresión “llorar como una Magdalena”? Ella se le quedó mirando y le contestó: “pues no lo había pensado nunca. Eso tal vez es porque cuando uno, a veces, desayuna y mete la magdalena en el café con leche y luego la saca, gotea”
¡Qué deprimente ¿no?! Entonces él le aclaró: “No, no es por eso. Aunque tienes una capacidad imaginativa impresionante. Pero no es esa la explicación”
(Mons. José Ignacio Munilla. Dios te quiere feliz).
Entonces ya le explicó quién es María Magdalena.
Nosotros, en principio, sí sabemos quién es y la vemos llorar. Ojalá nosotros supiéramos llorar como ella.
¿CÓMO QUEREMOS A DIOS?
¿Cómo queremos a los demás por Dios? ¡Qué distinta la reacción de la Magdalena a la nuestra frente al pecado! O cuando perdemos la gracia; cuando dejamos que el pecado se meta en nuestro corazón… pero ella reacciona, así como se debe.
Y, en medio de ese dolor se aparece Jesús… pero ella no lo reconoce. Está tan metida en su pena, que tiene los ojos nublados y lo confunde con un jardinero…
Solo cuando la llama y la llama por su nombre (tal vez por el timbre de la Voz) lo reconoce:
“¡María! Ella se vuelve y le dice: ¡Rabbuni!, que significa Maestro”
(Jn 20, 16).
ESCUCHAR LA VOZ DE DIOS
También nosotros, muchas veces al día, aunque estemos en nuestras casas, aunque no te muevas mucho, podemos escuchar esa Voz de Dios que nos llama por nuestro nombre.
Que nos saca de nuestros pensamientos egoístas, de nuestras miradas cortas y terrenas y que amplía mi mirada, mis horizontes y me devuelve la alegría, como a la Magdalena
Que le termina diciendo:
“Ve a Mis hermanos y diles…”
(Jn 20, 17).
Le da un encargo para los apóstoles.
Ella, con su pasado y todo, es la elegida para anunciar la Resurrección de Jesús, nada más y nada menos, que a los mismos doce apóstoles y así se convierte en apóstol de apóstoles.
EL SEÑOR CUENTA CON NOSOTROS
El Señor también quiere contar con nosotros, contigo, para cosas grandes. Te necesita cerca de Él.
Ojalá que nos demos cuenta de que nosotros lo necesitamos cerca. Si quiero estar bien: cerca de Jesús; si no, no estoy bien, como la Magdalena.
Hacemos el propósito y se lo pedimos a nuestra Madre santa María que nos ayude en este propósito de no separarnos de Ti Jesús, para poder aprender a quererte como la Magdalena y para que puedas contar conmigo para cosas grandes.