Nos seguimos preparando en este adviento para la llegada de Cristo y hoy la Iglesia nos propone un evangelio de san Mateo, que habla también de esa preparación, dice:
“Al bajar del monte, los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? El respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre».
(Mt 17, 10-13)
Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.
El Señor es claro, tienen que cumplirse todas las profecías que estaban dichas en la Biblia. Una de ellas era que tendría que venir el profeta Elías. ¿Y quién es este profeta Elías? ¿Por qué es tan importante?
En la primera lectura de la misa de hoy, nos hablan de él, dice:
“Surgió como un fuego el profeta Elías, su palabra quemaba como una antorcha. El atrajo el hambre sobre ellos y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor, cerró el cielo y también hizo caer tres veces fuego de lo alto. ¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti? Tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego en un carro con caballos de fuego. De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos y restablecer las tribus de Jacob. ¡Felices los que te verán y los que se durmieron en el amor, porque también nosotros poseeremos la vida!”
(Ec 48, 1-4. 9-11).
Estas palabras que hablan, un poco, de la vida de quién fue Elías, de que hablaba con esa fortaleza y esa fuerza que parecía una antorcha, que muchas veces pidió al cielo que vinieran esos castigos: como cerrar el cielo cuando no hubo lluvias en bastante tiempo y él fue a Sarepta para sobrevivir junto con esa viuda…
Son manifestaciones concretas de cómo Dios iba preparando y los judíos tenían claro, porque estudiaban las Escrituras, y tenía que venir Elías.
ELÍAS
Ahora sabemos que no existe la reencarnación y tal vez algunos pensaban que iba a presentarse el mismo Elías bajando del cielo. Pero el Señor les dice, con claridad, que no lo han reconocido, que ya ha venido y no lo han reconocido, sino hicieron con él lo que quisieron.
Entonces ahí, se dan cuenta los discípulos que Elías era Juan el Bautista. Muchas veces las palabras de la Escritura nos pueden resultar un poco más complejas.
Muchas veces, las cosas que vivimos en esta vida, también, nos faltan como luces, para entender por qué están, por qué el Señor las permite.
Hace unos días me contaba una amiga que su tía había perdido a su hija de doce años, en un accidente. Fue un accidente bastante tonto, le atropellaron a la niña. Esta señora, hace muchísimos años sigue vistiendo de luto; no entiende como Dios permitió una cosa de este estilo.
Yo supongo que tú tendrás también en tu haber, una cantidad de cosas que no terminamos de entender. Porque cuando perdemos esa visión de que estamos de paso en esta tierra, todas las cosas parece que deberían salirnos bien aquí y algunos utilizan “yo rezo y estoy cerca de Dios” y es como mi pata de conejo, ¿no? O sea que, eso, tiene que hacerme que la pase bien aquí.
No es así, el Señor tiene una forma concreta de ayudarnos a preparar nuestro cielo y nuestro cielo es intentar cumplir los mandamientos de Dios sobre la tierra. Qué difícil pueden resultar, a veces, estos mandatos. Por eso, nos tenemos que preparar, al igual que nos estamos preparando ahora en este Adviento para la llegada de Jesús.
EL ADVIENTO
El Adviento, no nos lleva a prepararnos para el pasado. No. O sea, simplemente decir que nos estamos preparando para algo que ya pasó, hace dos mil años… Jesucristo ya nació, ya vino, cómo es que me puedo preparar para algo que ya sucedió. Es como el que va a dar una prueba y se sigue preparando, pero la prueba la di la semana anterior, ¿cómo es que se sigue preparando?
Es que el Adviento tiene dos fórmulas claras. Primero, que nos lleva hacia adelante, nos estamos preparando para la siguiente venida de Jesucristo, es la Parusía, para la siguiente venida de Jesucristo. Por eso, tenemos que prepararnos, velar, preparar las cosas y estar siempre listos en gracia para cuando venga Jesús, por supuesto.
Y una segunda preparación que es para que nazca en nuestros corazones. El Señor nos va preparando y quiere que nos esforcemos por encontrarle realmente.
Lo mismo les pasó a los judíos, que también ellos, supuestamente, estaban esperando a Elías y no se dieron cuenta cuando llegó. Tampoco se dieron cuenta y era más grave cuando llegó Jesús, que era el Mesías y no le reconocieron completamente. Hay que aprender a reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas que, a veces, no es tan fácil.
RECONOCER AL SEÑOR
Hay un cuentito simpático al respecto de un tal Martín.
«Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo. Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del hogar.
Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz que le decía: ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche…
Se levantó muy temprano y barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto.
Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle. Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.
Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa excelente que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además, fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.
Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.
– ¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios…– se dijo el zapatero.
– Tengo sed –exclamó el borracho. Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con los restos de la sopa del mediodía.
Cuando el borracho marchó ya era muy de noche. Y Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios y aquel día los abrió al azar. Y leyó:
‘Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestisteis…Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis…’
Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo…».
Martín reconoció, al final, que Dios estaba cerca.
Y en tu vida y en la mía también Dios, muchas veces, se acerca y, a veces, no le reconocemos. Está en esos que necesitan ayuda o en esos que nos ayudan a acercarnos más a Él. Dios nunca nos deja solos y nos prepara para esos encuentros.
Aprovechemos este Adviento, para recibirle en nuestro corazón y estar siempre listos para su segunda venida. Quién es experto en estas cosas es la Virgen María. Acudimos hoy también para pedirle que sepamos hacer un nacimiento, un Belén muy bonito en nuestros corazones, para que llegue el Niño Jesús y que le sepamos reconocer en los demás.