Creo que coincidirás conmigo que, el Libro del Apocalipsis tiene partes que no son fáciles de leer y entender. Está lleno de simbología, hay muchísimo de la cultura judía de tras de todo aquello, el género apocalíptico, imágenes muy fuertes, con lenguaje a veces enigmático de modo que sólo pueda ser entendido desde la mirada de la fe.
De hecho, parte del lenguaje se utiliza para que, si alguien se encontraba con aquello y fuese un pagano, pues no metiera preso a los cristianos, sino que sencillamente pasaba aquello como una serie de imágenes fantasiosas. Pero detrás, la verdad es que esconde una realidad profundísima.
Actualmente, se ha puesto de moda esto de las imágenes hechas con inteligencia artificial. Hay gente que ha aprovechado y ha metido en esos softwares de la inteligencia artificial, un pasaje del Apocalipsis de san Juan, las imágenes son espectaculares.
Obviamente yo no te puedo hacer llegar, a través de este audio esas imágenes de inteligencia artificial. Pero, te voy a pedir que actives el lóbulo frontal del cerebro (el encargado de la imaginación) e intentes recrear en tu mente esta visión del cielo que describe san Juan en el capítulo quinto del Apocalipsis, porque ahí dice el apóstol:
“Miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza».
Imagínate este espectáculo, un mar de gente y todos dicen al unísono este reconocimiento ante el Cordero y continúa:
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar –todo cuanto hay en ellos–, que decían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Y los cuatro vivientes (esas cuatro criaturas que son las imágenes que utilizamos para representar a los cuatro evangelistas) respondían: «Amén». Y los ancianos se postraron y adoraron”
(Ap 5,11-14).
EN EL CIELO…
Obviamente, en el cielo, la creación que ha tenido el privilegio de llegar ahí ha conseguido el privilegio de contemplar al Cordero de Dios degollado (que es Cristo), sentado en su trono, tienen lo evidente ante sus ojos (a Dios mismo) y, ante la admiración de lo que presencian (contemplan cara a Dios finalmente cara a cara), no pueden hacer otra cosa que reconocerlo, servirle, adorarle.
En cierto modo es irremediable. Como un insecto que siente una atracción irresistible ante la luz en medio de la noche; los bienaventurados en el cielo, al ver a Dios, no pueden no reconocerlo, servirle y adorarle.
No es que su libertad haya quedado anulada, sino todo lo contrario. Nuestra libertad está para apuntar hacia el bien (cuando no lo hace es porque está funcionando mal) y en el cielo todos tienen delante de sí al Sumo Bien. Sus libertades quedan intactas, pero ahora funcionan mejor que nunca. No pueden no elegir a Dios y lo eligen para toda la eternidad.
Yo sospecho que debe existir una comisión de ángeles en el cielo encargada única y exclusivamente de limpiar el piso de la baba que se le cae a todas las criaturas que contemplan a Dios, esas almas que no hacen otra cosa que suspirar de amor por toda la eternidad.
Si esta es una descripción válida del cielo, yo creo que el Evangelio de hoy nos presenta en una frase brevísima otro adelanto del cielo: A Jesús
“lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que había sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes”
(Lc 8,1-3).
ADELANTOS DEL CIELO EN LA TIERRA
¿Por qué esta descripción es un ‘adelanto del cielo’? Porque estas mujeres contemplan a Jesús (que es verdadero Dios) lo reconocen y se dedican a servirle. Emplean muy bien su libertad. Se están preparando para el cielo en el que harán precisamente esto: reconocer a Dios y servirle. Estas mujeres, si son capaces de ser felices en el servicio a Dios en la tierra, pues más que preparadas están para ser felices plenamente en el cielo.
A ti y a mí Dios nos ofrece también esta oportunidad de entrenarnos para el cielo, con adelantos del cielo ya aquí en la tierra. En cierto modo, estas mujeres lo tenían más fácil, porque contemplaban la humanidad de Jesús: sus facciones, su tono de voz, sus detalles de cercanía y cariño.
Nosotros todavía no tenemos eso (ya llegará, por misericordia de Dios llegamos a esa meta final), pero sí que tenemos a Jesús verdaderamente presente en el Sagrario y sabemos que está con nosotros, por ejemplo, ahora que estamos haciendo este rato de oración, y sabemos que está a nuestro lado de continuo las veinticuatro horas del día.
Así que cada vez que entramos en una Iglesia, en una Capilla, un Oratorio, etc. y está el Señor en el Sagrario (en esa cárcel de amor desde hace más de XX siglos) podemos aprovechar ese adelanto del cielo: reconocer a Dios, servirlo y adorarlo.
Más aún cuando nos acercamos al banquete celestial. Es otro adelanto del cielo: el más evidente (pero para quien tiene fe).
VER A JESÚS EN LOS DEMÁS
Pero esta premisa nos puede ayudar a cambiar el modo de ver toda nuestra vida, porque, el mismo Jesús nos dice:
“tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme (…) En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”
(Mt 25,35-36.40).
Es decir, que en la medida en que podamos ver a Jesús en las personas que nos rodean, podremos vivir prácticamente las 24 horas del día como un adelanto del cielo.
¡Qué maravilla! Una decisión así sería radicalmente revolucionaria. El tratar bien a todas las personas ya no sería una tragedia, no nos haría víctimas, sino que sería una oportunidad de oro de encontrarse con Dios.
El descubrir el rostro de Dios en todas y cada una de las personas sería motivo constante de paz y de alegría. Esto funciona, esto no es teoría, porque lo hemos visto encarnado en tantos santos en la historia de la Iglesia.
El prestarles a los demás nuestra ayuda y nuestro servicio, como lo hicieron estas santas mujeres del Evangelio de hoy, con Jesús, no sería tan descabellado. Nos amargaríamos menos, nos complicaríamos menos, todo sería oportunidad de ver a Nuestro Señor Jesucristo.
Obviamente, sin la ayuda del cielo, sería misión imposible. Porque nos fijaríamos solo en los defectos de los demás, perderíamos la paciencia a la primera, tenderíamos a encerrarnos en una burbuja donde los demás no puedan perturbarnos.
Pero veríamos menos a Jesús y perderíamos estos adelantos del cielo. Tantos santos lo han intentado, nos demuestran que sí es posible y les ha salido bien la jugada. ¿Por qué no intentarlo nosotros?
FUENTES DE LA GRACIA
Vamos a pedir ayuda del cielo, primero, acudiendo a las fuentes de la gracia, principalmente a la confesión y a la Eucaristía. Sin la gracia, no hay futuro.
Y luego, hay que tener valentía para atreverse a pedir esto en la oración: “Señor, que te encuentre en TODAS las personas”. No solamente en las que me caen bien, las que yo veo que son muy piadosas… en TODAS las personas.
Y obviamente, pedir esto requiere valentía, Señor, yo ahora me comprometo a hacer el esfuerzo de verte en todas las personas. Vamos a tener que esforzarnos por servir también a aquellos que no nos son tan amigables, pero lanzarse vale la pena, sobre todo si la promesa es el cielo.
Es lo que recomendaba también san Josemaría:
“Entregarse al servicio de las almas, olvidándose de sí mismo, es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría.”
(Forja 591)
Ojalá que sepamos imitar a estas santas mujeres, del Evangelio de hoy, con nuestros servicios a Jesucristo, pero también a las demás almas. Porque intentamos encontrar allí también a Jesucristo, escondido detrás de cada persona y que así nos vayamos entrenando para ser parte de esas miríadas y miríadas de almas bienaventuradas, que seguirán encontrando, reconociendo, sirviendo y adorando a Dios en el cielo por toda la eternidad.