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RELÁJATE

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ENSEÑANZAS DE JESÚS

Cada vez que el Señor nos transmite una enseñanza es Dios mismo, la Sabiduría infinita y perfecta de Dios la que nos habla. Jesús nos habla desde la verdad misma de Dios y del hombre. Y, por lo tanto, no estamos frente a un personaje sabio, incluso, el más sabio de los sabios, sino la verdad misma, que se expresa con palabra humana.

Muchas veces hace uso de imágenes, comparaciones -las llamadas parábolas- para ilustrarnos esas verdades profundas y en cierto sentido complejas. Es la pedagogía de Dios: palabras sencillas, imágenes claras que nos ayudan a entender o asomarnos a los misterios del amor de Dios por nosotros. Y que, a su vez, son pozo insondable.

Nunca agotaremos el contenido de las parábolas a Jesús, porque, precisamente se refieren a misterios inmensos; como inmenso es el amor de Dios por cada uno de nosotros.

Muchas de estas parábolas, el Señor las comienza con esta expresión: “El Reino de los Cielos es semejante…” ¿Qué significa este Reino de Dios? ¿Qué significa este Reino de los Cielos? Si no, la misteriosa relación entre Dios creador del Cielo y de la tierra y cada uno de nosotros. También podemos decir entre Dios y la humanidad entera, todo hombre, toda mujer.

Esta relación misteriosa, bien expresada así: el Reino de Dios. Es decir, no es algo que sólo pertenece a Dios, sino que nosotros también estamos llamados a participar de esa vida divina.

Entonces, se trata de una relación; una relación que podríamos incluso considerarla – y es así como la Sagrada Escritura nos la presenta- como una alianza matrimonial.

Dios va tejiendo una historia de amor con cada uno de nosotros, aunque no nos demos cuenta; aunque pasemos por momentos de oscuridad; aunque la sensibilidad esté completamente dormida. Dios no se cansa de amarnos.

DIOS ES CARIDAD

Dios es fiel a sí mismo, a su propio ser Divino. Que en palabras de san Juan es caridad. Un amor fiel, que nunca falla. Un amor que, también, cada uno desde su propia experiencia personal, puede decir: -Dios nunca me ha fallado. Nunca me fallará.

Incluso en esos momentos en los que no entendemos su lógica, no entendemos sus planes. Tenemos que hacer como un niño chico, pequeño que va confiado, porque va tomado de la mano o del brazo de su padre.

Incluso su padre lo lleva sobre sus hombros y aunque abajo el suelo sea peligroso y haya serpientes, boas, el niño va jugando, va entretenido, va gozoso en los brazos o los hombros de su padre.

No tenemos derecho a desconfiar del amor de Dios por nosotros. Dios nos ha manifestado de tantas maneras a lo largo de la historia y de la vida de cada uno de nosotros su amor, que espera de nosotros -con justa razón- una respuesta confiada.

No basta con decir: -Creo en Dios. Hace falta llegar a algo mucho más profundo y determinante en la vida de cada uno de nosotros: -Creo en el amor de Dios por mí.

Quizá, en este ratito de oración, sea interesante plantearse estas preguntas: ¿Creo firmemente en el amor de Dios por mí? O ¿mis reacciones, vacilaciones, dudas, inquietudes, miedos reflejarían una debilidad en esa confianza?

¿Qué hacer frente a eso? Pedir: “Señor, auméntame la fe en Tu amor. Que yo crea de verdad.”

PARÁBOLAS DE JESÚS

Entonces, la comparación que viene hoy en el Evangelio se refiere a una semilla que es echada por un hombre sobre la tierra y él duerme -este que ha echado la semilla-, duerme de noche y se levanta de mañana; y la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo.

La fuerza propia de la semilla que, por así decir, va desarrollando y desplegando su potencialidad, aunque el otro no se dé cuenta, aunque duerma… Más adelante, Jesús dirá:

“- La tierra va produciendo fruto sola: Primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto se mete la hoz porque ha llegado la siega.”

(Mc 4, 28-29).

Bueno, esta es una parábola anti voluntarista frente a esta realidad tan actual en cada uno de nosotros y en nuestra cultura: de lograr las metas a fuerza de proponérnoslo, a fuerza de propósitos a todo precio, a todo terreno.

El hombre moderno, con su mentalidad bastante egocéntrica, egolátrica se plantea desafíos y en la medida que los consigue será feliz… Y Dios nos está diciendo: -No. El éxito más importante de tu vida es llegar al cielo, el éxito más importante de tu vida es amar, amarme a mí, a Dios. Y por amor a mí, a los demás, en Cristo.

Ese es el éxito que cuenta, todo lo demás es tan insustancial. ¿De qué nos serviría conseguir el Premio Nobel si no alcanzáramos el amor de Dios?

Entonces, ese éxito fundamental, el que a su vez está relacionado con la vida diaria: al trabajo, la dedicación a los demás, el trabajo profesional externo, interno, el de la casa, el que sea… está todo muy relacionado.

CONFIAR EN EL AMOR DE DIOS

Pero el verdadero éxito, ese, el del amor, el del amor a Dios y el amor de Dios, el amor a los demás, por Dios, ese es un regalo del Señor, es un don.

La tierra va produciendo fruto sola. La semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo…

Bueno, entonces, como les decía, es una llamada que el Señor nos hace a confiar en la fuerza de su amor; a dejar lograr en cada uno de nosotros, a no caer en el error de pensar de que nosotros hacemos las cosas… y que Dios nos echa un empujoncito, un pequeño barniz, no. Dios está en la esencia misma de lo que logramos. Nos ayuda desde dentro.

Podemos sacar un propósito práctico de estas palabras de Jesús, que irían por la línea de rezar, para pedir ayuda del Señor en todo lo que nos proponemos.

No luches solo. No luches sola. Apóyate siempre y en todo en la gracia de Dios, en la fuerza del Espíritu Santo. Qué bonita jaculatoria que podemos repetir: “Señor, hagamos esto entre los dos.”

Piensa en algo que te pueda costar: sea de orden familiar, profesional, personal, material o espiritual… “Señor, esto saquémoslo adelante entre los dos.” Esto es entender la parábola que la Iglesia hoy nos propone: dejar actuar a Dios, confiar en la fuerza de su amor.

Por otro lado, evidentemente, estas parábolas hay que completarlas en la enseñanza de Cristo con otras. Por ejemplo, de alguna manera, la parábola de los talentos, del que se propone verdaderamente hacer rendir sus talentos.

A DIOS ROGANDO Y CON EL MAZO DANDO

O sea, no se trata de la actitud pasiva, irresponsable, floja de quien pudiendo poner los medios, no los pone, porque confía -por así decir- una especie de providencialismo en que Dios va a actuar y me va a defender. No. Hay que poner los medios: a Dios rogando y con el mazo dando. Que sabiduría tiene ese refrán popular…

Por lo tanto, una parte confiar en Dios, contar con su gracia desde el origen mismo de nuestros actos y llenarnos de seguridad en su amor; y, por otro lado, poner lo que está de nuestra parte.

Tenemos a la Virgen que nos enseña a avanzar por este camino precioso de los hijos de Dios, que se dejan ayudar siempre y en todo por la fuerza del amor de su Padre.

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