El Evangelio de hoy está tomado de san Mateo, capítulo 24; es decir, forma parte de ese quinto discurso a partir del cual el Señor hablará de las cuestiones últimas: la muerte, el juicio, el infierno, el Cielo… Se llama: “El discurso escatológico de las cuestiones últimas”, que significa esa palabra griega.
Entonces en este contexto es una enseñanza del Señor que nos puede resultar incómoda, frente a nuestra tendencia a pensar que tenemos el Cielo asegurado.
Y la verdad es que Jesús nos llama a vigilar. El texto dice así:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor, comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre”»
(Mt 24, 42-44).
Aquí hay dos referencias: una es al final de los tiempos lo que se llama: la Parusía, cuando Cristo vuelva en Gloria y majestad y todos resucitaremos con nuestros cuerpos; y así, en alma y cuerpo, pasaremos a gozar eternamente de Él.
Es esa nuestra esperanza por su infinita misericordia y bondad. También quedarán separados para siempre de Él quienes no le supieron amar, quienes no supieron abrirse a su misericordia.
Ese momento llegará, es el final de la historia, pero también estas palabras del Señor, está llamada a la vigilancia, se pueden tomar de un modo individual, personal y se refiere a la llamada del Señor en el momento de la muerte, donde entonces nos encontraremos con la verdad; nos encontraremos sobre todo con la mirada llena de ternura del Señor a quien hemos buscado, a lo largo de toda nuestra vida.
Pero no sabemos cuándo será. Puede ser que nos queden días, semanas, meses o años de vida y la llamada de Jesús frente a esta realidad inexorable de la muerte es una llamada a la vigilancia.
VIGILAR ES ESTAR DESPIERTO
Vigilar es estar despierto. Se contrapone al dormir y entonces en la época del Señor los ritmos de la vigilia y del sueño estaban muy determinados por el orden natural, por la luz del sol, de tal manera que se va la luz -el sol-, se encienden las velas, pero al poco rato, ya ir a dormir.
Aquí Jesús nos habla de estar en vela; es decir, despierto durante el tiempo de la noche, cuando quizá el cuerpo y la persona misma busca el descanso y como que todo le lleva hacia el reposo.
Sin embargo, está en vela, está despierta, vigilante, como un guardia. Y eso a base de proponérselo, tomar café o chocolate…, pero el asunto es que pudiendo estar dormido(a) sin embargo, está despierto(a).
Esa actitud ante la cual el Señor utiliza estas imágenes tan sencillas, a esa actitud interior es a la que nos llama el Señor: Estar despiertos del alma, despiertos en el sentido profundo, vigilantes respecto de nuestro propio andar. ¿Hacia dónde voy?, ¿Hacia quién dirijo mis pasos? ¿A quien busco en lo que hago? En mi trabajo, en mi descanso, ¿en quién pienso?
EXAMEN DE CONCIENCIA ATENTO
Son preguntas que van en esta línea de la vigilancia, un examen de conciencia más atento, no a lo superficial, no a la apariencia, a lo que quizás los demás ven, sino ese mundo interior que es el corazón.
¿Cómo va tu corazón? ¿Hacia dónde diriges tu corazón? ¿Dónde lo vas colocando? Estas preguntas nos ayudan a poner al Señor en el centro de nuestros pensamientos, de nuestras palabras, de nuestras obras, de nuestras intenciones.
Que te sepamos buscar Jesús y con tu gracia te sepamos encontrar, tratar, amar, identificarnos contigo.
Esto especialmente, esta vigilia de la persona que no se duerme por la comodidad, flojera, no se duerme por el esfuerzo que comporta la vida espiritual, las virtudes y la entrega a los demás, no se duerme por dejarse llevar por criterios egoístas; de lo que me conviene, de lo que me gusta, sino que lucha, combate, se vence, también es vencida.
En fin, como toda persona humana, experimenta el desgaste, pero sin embargo, esa persona está ahí, luchando.
UN SANTO LUCHA
Les leo unas palabras de San Josemaría, 12 de agosto de 1939:
“Lleno de preocupación, porque no ando como debo, me fastidia todo y el enemigo hace lo que puede para que mi mal genio salga a relucir; estoy muy humillado”.
Palabras en que vemos cómo un santo lucha.
Un santo no es una persona que le resulta todo fácil a la primera y siempre la punta, sino que está en el combate, en la vigilia, está en la lucha, no se queda dormido.
Se examina profundamente, sobre todo se deja mirar por Jesús, esa mirada llena de ternura, de comprensión, pero también de exigencia, que es tan propia de la mirada del amor. Y a partir de esa mirada se renueva el combate, se vuelve a luchar.
Tienes tú, tengo yo, este sentido de la vida diaria, voy a la conquista de un amor que se renueva cada día. O nos dejamos estar o nos dormimos o entramos una siesta espiritual de quien va haciendo lo que puede con un esfuerzo mediocre.
El amor de Dios nos exige y espera de nosotros una correspondencia total y eso, evidentemente, significa poner los medios.
CLAVE PARA ESTAR VIGILANTES
Vivir en la gracia de Dios es fundamental, alimentarnos de la gracia de Dios, sacramentos: la Eucaristía, la confesión…
Vivir de la oración diaria; esos tiempos para estar a solas con el Señor y dejarle mirarnos en lo más profundo de nuestro ser y luego, las obras de servicio a los demás.
Gran parte de nuestra lucha ascética, espiritual, consiste en servir a los demás. No podemos encerrarnos en nosotros mismos, ni siquiera la vida espiritual puede quedar acotada a nuestra propia y sola realidad, sino que hay que abrirse a los demás.
Entonces la persona vigilante es aquella que está siempre luchando; a veces le resulta, a veces no, pero está en el combate de quien piensa siempre habitualmente en los demás y eso tiene un fruto maravilloso, que es la alegría.
La alegría de hoy y sobre todo la alegría cuando el Señor nos llame a su presencia de encontrarnos preparados, de encontrarnos despiertos para recibir su abrazo eterno.
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