Hace apenas treinta años que aparecieron los teléfonos celulares, nos parecía algo increíble que pudiéramos tener aparatos así en las manos. Hoy, es como muy evidente que aquello exista e incluso nos puede costar entender cómo es que la gente podía vivir sin un teléfono celular y todos esos inventos que se han ido descubriendo en los últimos 200 años. ¿Cómo podía vivir la gente sin televisión, sin radio, sin computadoras, sin coches, sin aviones? ¿Qué dices? Pues en verdad que era distinta la vida de esa gente.
Para que existieran todas esas cosas fue necesario que alguien rompiera el paradigma. Por ejemplo, cuentan que los trabajadores de Steve Jobs -el fundador de Apple- se quejaban con él de que la gente no estaba pidiendo aquello que él les exigía encontrar, porque antes el gran paradigma era responder a las necesidades del cliente.
El cliente lo que pida, decía la máxima del “management”; sin embargo, llegaba Jobs y les decía a sus trabajadores: la gente no lo está pidiendo porque ni existe, ya verán cuando exista lo mucho que lo van a pedir.
Como Thomas Edison, el inventor del foco, que pacientemente buscó la solución de cómo mantener un foco encendido hasta que por fin descubrió uno que perduró en el tiempo. Un filamento de algodón carbonizado que mantuvo una bombilla encendida por cuarenta horas: rompieron el paradigma.
PERSEVERANCIA
Algo parecido sucede con la escena que contemplamos en el Evangelio de hoy, ese pasaje de aquellos amigos que llevan a un paralítico para ponerlo frente a Jesús, pero no pueden llegar porque la gente se los impide y ellos no se quedan cruzados de brazos, sino que rompen el paradigma. Mira, te lo voy a leer:
“Llegaron unos hombres que tenían en una camilla a un paralítico y trataban de introducirlo para colocarlo delante de Él. No encontrando por dónde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea y separando las losetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro delante de Jesús. Él viendo la fe que tenían, dijo:
hombre, tus pecados están perdonados.
Los escribas y los fariseos se pusieron a pensar: ¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios?
Pero Jesús, leyendo sus pensamientos les replicó:
¿Qué pensáis en vuestro interior? ¿Qué es más fácil decir: tus pecados te quedan perdonados o decir: levántate y anda? Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados dijo al paralítico: a ti te lo digo, ponte de pie, toma tu camilla y vete a tu casa.
Él, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios”.
(Lc 5, 18-25)
EL CARIÑO ES CREATIVO
Pues, efectivamente, estos amigos son creativos como Steve, como Edison, no se detienen ante los obstáculos porque el cariño es creativo. Los audaces son personas a las que les gusta solucionar problemas, pues estos amigos funcionan así, llegan y al ver el problema no se desaniman. Muchos quizás hubieran desistido, a lo mejor tú y yo hubiéramos pensado: bueno, ya hicimos suficiente con llevar al amigo desde tan lejos a aquí y ya más no podemos hacer, tuvimos mala suerte.
No te olvides que la suerte es para los mediocres; el éxito para los triunfadores y los cristianos somos triunfadores porque Cristo mismo ha dicho
“Yo he vencido al mundo”.
(Jn 16, 33)
Los protagonistas de esta escena no dejan las cosas a la suerte, sino que en seguida se ponen en manos a la obra: a uno se le ocurre subirlo por el techo, otro encuentra la escalera, uno más la soga y, el último, un pañuelo para vendarle los ojos al paralítico y que no se dé cuenta la locura que están a punto de hacer por hacer por cariño a él. Porque si este ve, quizá él mismo se los impida a gritos: ¡bájenme de aquí! Cuántas veces nosotros nos detenemos ante la más mínima dificultad…
Recuerdo, en una ocasión, que fuimos a ayudar a un pueblo repartiendo despensas, pintando la iglesia y cuando fuimos a revisar cómo iba la gente en esa ayuda, pues los de la iglesia se estaban echando la siesta… ¿por qué no han empezado? Pues es que no hay brochas, decía uno de ellos. Bueno, ¡ya pudieron haber ido a comprarlas a la ferretería! Es verdad, muchas veces la gente encuentra el más mínimo pretexto para no hacer las cosas; pues estos amigos, todo lo contrario.
Probablemente muchos, incluso de los de alrededor, les mirarían con malos ojos, los tacharían de locos porque los amigos desconciertan a todos y de repente no se imaginaban que ahora los desconcertados iban a ser ellos. Lo ponen frente a Jesús esperando que lo cure y… oh decepción, Jesús le dice:
“Te perdono tus pecados”.
CONFIAR EN DIOS
No sé tú qué te imaginas qué pasaría por la mente de estos amigos: “Señor, ¿cómo que tus pecados? Si eso no se ve, eso no es espectacular, nosotros esperábamos otra cosa”, pero es que Dios ve mucho más profundamente y va a lo esencial y nos quiere dejar claro que lo verdaderamente grave que tiene este hombre, son sus pecados, que mucho más importante que la curación de su cuerpo es la curación de su alma.
“Pues Jesús, ayúdame a darme cuenta que la verdadera miseria del hombre es el pecado, no el mal físico, no el mal económico o social; el verdadero mal e, incluso, origen de todo mal, es el pecado”. Quizá en ese mismo instante los amigos caen en cuenta que ellos también están paralíticos del alma.
“Jesús, a veces yo soy el paralítico que es llevado por sus amigos a Ti y, luego, Tú quieres también que yo sea camillero, que te lleve a mis amigos a Tus pies, para que los cures del cuerpo y del alma y quieres también que yo sea un hombre de fe y que se vea esa fe. Tú viste la fe de aquellos hombres y sanaste el alma del paralítico, porque te pareció más importante en ese momento que sanar su cuerpo. Jesús, yo quiero tener esa fe para llevarte amigos, muchos amigos, a Tus pies para llevar a Tu paz a muchos corazones, para que te abran sus puertas, para que derroches Tu misericordia sobre ellos.
EL PECADO NO SÓLO DAÑA EL ALMA; TAMBIÉN EL CUERPO
Señor, ayúdame a darme cuenta que el pecado no sólo me deja coja el alma, sino también el cuerpo”. Y es que es una realidad, que quien peca no sólo ofende a Dios, sino que se ofende a sí mismo; precisamente, por eso ofende a Dios, porque somos sus hijos. El pecado del alma, además, envilece siempre el cuerpo, lo deja enfermo; no en vano la gente que se deja llevar por los vicios termina enferma, tullida de todos sus miembros y, muchas veces, muriendo joven.
El texto prosigue con la narración del milagro de la curación también del cuerpo; es decir, un milagro realizado con toda la mano, a la medida de Dios y podríamos decir a la medida también de la fe de esos hombres con la que ya habían amado, pues era poco probable que Jesús no les devolviera más de lo que pedían: la salud del cuerpo, pero sobretodo y en primerísimo lugar, la salud del alma.
“Jesús, Tú no te dejas ganar en generosidad, te pido la salud del cuerpo para volver a caminar por esta bendita tierra y me des la posibilidad, limpiando mi alma, que pueda caminar algún día en el Cielo”.
Vamos terminando nuestra meditación pensando en la Virgen, estamos camino hacia la fiesta de la Inmaculada Concepción y, pensando en la perseverancia de estos amigos del paralítico, podríamos considerar estas palabras de San Josemaría en Camino:
“Comenzar es de todos; perseverar, de santos”.
(Camino, punto 983)
MARÍA, MEDIANERA DE TODAS LAS GRACIAS
Sabemos por experiencia que el camino hacia el Cielo tiene obstáculos y dificultades y que lo que nos pide el Señor es ser audaces y luchar por amor para vencer con perseverancia esas dificultades, poniendo cariño en el cumplimiento de nuestros deberes de piedad; poniendo cariño en nuestro trabajo. Ante la vista de nuestras propias miserias y de nuestra incapacidad ¿qué vamos a hacer? Pues lo que siempre ha hecho la Iglesia: acudir a María, medianera de todas las gracias, que nos conseguirá todos los dones divinos que necesitamos.
Tú sabes que María siempre iba a escuchar a Jesús, que siempre (salvo alguna vez que así lo quiso Dios) pasaba desapercibida. Con un poco de imaginación hasta podrías encontrarla allí en esa escena que acabamos de contemplar diciéndole a aquellos amigos: “vengan por acá”, ¿cómo? “Sí, sí, súbanse por el techo”. Pero ¿cómo nos vamos a subir por el techo? Y alguno le daría un codazo: es la Mamá de Jesús, hazle caso. Y al final, pues ellos habrían hecho toda aquella locura confiados en que María habría sido su aval, que si en cualquier momento Jesús les hubiera regañado por el boquete que hicieron en el techo, le hubieran dicho: pues si Tu Mamá me dijo.
Vamos a terminar con esta confianza de que podemos siempre, con audacia, llegar a Jesús de la mano de María. Vamos a llamarla con esas letanías del rosario con la que le llamamos siempre, porque ella es consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos, refugio de los pecadores. María ha de ser siempre nuestro punto de referencia para alcanzar la Misericordia de Dios.
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