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SABER DAR LO MEJOR

maestro

“Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Empezó a calcular: ¿Qué haré, no tengo dónde almacenar la cosecha? Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años. Túmbate, come, bebe y date la buena vida. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida; lo que has acumulado, ¿de quién será?

(Lc 12, 16-21).

Hay un refrán que dice: “Hombre precavido, vale por dos”. Este joven rico del evangelio parece un hombre precavido; que preparó todo para vivir cómodamente en el futuro. Es lo que mucha gente te dice: Voy a ordenar mis cosas para tener una excelente jubilación. Cuando llegan esos días tendré todo a mano y conseguiré ser libre y que nadie me moleste. Así, dice mucha gente.

El joven rico del evangelio y los que piensen como él tendrían razón si la tierra fuese un paraíso, si estuviéramos ya en el cielo. O si pensamos que después de esta vida no hay nada y entonces, habría que disfrutar lo máximo, lo máximo que se pueda en esta vida.

Pero, resulta que hay después de esta vida, una vida que es eterna. Que, según la revelación, puede ser de felicidad o de condena. No podemos querer vivir aquí en la tierra, como si fuera un paraíso buscando placeres para disfrutar de ellos.

Cristo vino a la tierra y no vino a disfrutar de los placeres del mundo. Tampoco vino para señalarnos un camino de placer. Cristo nos señaló el camino de la cruz; qué es el camino de la felicidad y de la alegría.

LA FELICIDAD QUE ES EL CIELO

La felicidad verdadera la tenemos en la vida eterna o la tendremos en la vida eterna, si es que llegamos a ella, por nuestra buena conducta aquí en la tierra. La felicidad no viene así, automática, hay que ganársela. Por eso es importante vivir con la cabeza en el cielo: Que es, tener la cabeza en la meta a donde tenemos que llegar.

Y mientras estamos aquí en la tierra, lo que tenemos es esperanza. Una gran virtud que nos mantiene contentos por lo que vamos a recibir en el futuro, si nos portamos bien. La esperanza del cielo, de la vida eterna, de felicidad.

Podemos ser felices en la tierra si llevamos la cruz de Cristo. El señor nos invita a todos a caminar con él. ¿Y a dónde lleva el camino de Cristo? Al cielo. No sabemos cómo será el cielo. La escritura, dice:

“Ni ojo, vio, ni oído oyó, ni ha pasado por mente del hombre lo que el Señor tiene preparado para aquellos que le aman.”

(1Cor, 9).

Pero si tratamos al Señor, que es del cielo, tendremos ansias de llegar. Y repetiremos como el salmo:

“¿Cuándo iré y veré el rostro de Dios?

O, como dice el Salmo:

Como el siervo ansía las fuentes de las aguas. Así te anhela mi alma, oh Dios.»

(Sal 41, 2-3).

Un deseo grande de Dios. De querer ver a Dios cara a cara. Que es el premio si nos portamos bien: ver a Dios cara a cara. ¿Cómo será, cómo será? Aquí en la tierra, podemos tener unos deseos inmensos, hambre de Dios, sed de Dios.

El hambre de Dios es un hambre que no pasa nunca, sino al contrario, va creciendo cada día más. Cada día estamos como más felices y contentos de poder llegar a ese lugar de felicidad que es el cielo.

EL HOMBRE PRECAVIDO DEL EVANGELIO

En el evangelio de hoy, Dios le dice al precavido o al hombre precavido que solo piensa en su futuro de comodidad y tiene todo el bien para disfrutar de él con lo que ha acumulado; Dios le dice: «-Necio, esta noche te van a pedir la vida y lo que has acumulado, ¿de quién será?» (cfr. Lc 12, 21).

Todas las personas que han ido acumulando cosas en la vida tienen que ver a quién se las dejan. Hay cosas buenas que uno obtiene y tiene que pensar: cuando yo me vaya de esta vida, ¿a quién le voy a dejar todas estas cosas buenas?

Pero, a veces, hay gente que tiene cosas superfluas, montón de cosas acumuladas. Como si al final, fuera a vivir muchísimos años. Conforme pasa el tiempo vamos teniendo cosas y efectivamente necesitamos tener muchas cosas: una casa, una movilidad, una vajilla, unos electrodomésticos, televisor, en fin.

Tantas cosas que los seres humanos compramos, ¿no? Y si somos propietarios, tenemos que pensar que nos vamos a morir, ¿no? Y, ¿a quien le vamos a dejar todo eso, la herencia? La famosa herencia…

Hoy, lamentablemente, muchas personas, en muchas familias, las personas se pelean por la herencia. Es una pena, ¿no? Cuando se ven, esas discusiones, peleas y a veces, peleas tremendas entre los hermanos por la herencia.

Y eso surge cuando falta amor de Dios, esas rivalidades, ¿no? Y se distancian las familias, a veces, toda la vida. Se pelean, porque quieren tener, las mejores cosas, las mejores cosas materiales y no se hablan; se demandan unos a otros, van a juicio. Son situaciones muy tristes.

Y no digamos en los países, cuando los países se pelean también por tener y se enfrentan en guerras, como vemos ahora. Es una pena, los muertos, todo lo que significa una guerra de destrucción, ¿no? Y de tristeza y de pena.

¿Cuánta gente está allí sufriendo muchísimo por estas situaciones que no deberían existir? La guerra es mala y Dios no quiere la guerra. Es por eso por lo que el Papa nos pide rezar, rezar, para que haya paz.

VIVIR CON ESPÍRTU CRISTIANO

Cuando el Señor le dice a este rico: “Necio, esta noche te van a pedir la vida y lo que has acumulado, ¿de quién será?” (cfr Lc 12, 21), qué importante es también vivir con austeridad, con espíritu cristiano; pensando siempre en los demás, no en el beneficio personal. Con un verdadero espíritu de pobreza como Jesucristo.

Jesucristo fue pobre, estuvo desprendido. Y qué importante es procurar dar lo mejor, lo mejor a los demás. Se empieza en casa, en la familia, ¿no? Los padres buscan lo mejor para sus hijos: el mejor colegio, los mejores profesores y cuando están enfermos, las mejores medicinas, los mejores médicos; en la casa, pues una buena comida, una comida saludable, sana.

Los hijos, después queremos corresponder al amor de nuestros padres buscando lo mejor para ellos. Muchas veces no será algo material, algunas veces sí. Pero otras veces los padres se ponen muy contentos con la buena conducta de sus hijos.

Se corresponde así, no con una buena conducta, porque sabemos que nuestros padres estarán felices si nos portamos bien. Y los hijos que quieren mucho a sus padres, no se olviden de rezar por ellos. Rezar por nuestros padres. Qué importante es y qué buen regalo la oración por nuestros papás.

Cuando hay amor en casa, uno quiere darles a sus hermanos lo mejor. En casa se aprende a no ser egoístas, a saber compartir, a ser generosos. Y cuando pasan los años, cuando ya se crece y esta generosidad que se ha aprendido, en casa, se multiplica.

Así también aprendemos a ser generosos con los demás en el trabajo, en la empresa, en el país, tratando de dar lo mejor a los demás. La sociedad daría un vuelco, se llegaría a la nueva civilización del amor -que decía el Papa Juan Pablo II-, y es lo que Dios quiere que todos vivamos la caridad: el amor a Dios, el amor a los demás.

La Madre del Amor Hermoso nos prepara muy bien, la Virgen María, para corresponder al amor con un amor auténtico.

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