Yo no sé si ya te has leído “Las Confesiones” de san Agustín, pero yo soy de los que dice que ese libro, es de lectura obligatoria para el cristiano.
Sobre todo, porque ayuda a tener mucha más esperanza en la propia santidad; ya que ahí san Agustín, con toda la sencillez del mundo, explicó cómo fue su proceso de conversión.
La verdad es que uno, cuando ve que Dios con su gracia, es capaz de convertir a Agustín de Hipona, esclavizado por las pasiones más bajas de la carne, en san Agustín el gran Padre de la Iglesia.
También puede decir: —Mira, si Dios pudo con san Agustín, probablemente también pueda conmigo.
Pero resulta que, leyendo hace varios años “Las Confesiones” de san Agustín, me llamó la atención ese episodio donde narra su primer encuentro con las Sagradas Escrituras.
Su madre era cristiana, pero la verdad es que Agustín nunca se preocupó mucho del asunto, en parte porque su padre no apoyaba la causa cristiana, en ese momento.
Y san Agustín era un joven estudiante brillante, que pertenecía a la Secta Maniquea, que es una secta herética (no nos vamos a complicar mucho con eso ahora).
SAN AGUSTÍN
Estaba en Cartago y tendría unos 17, 18 o 19 años. Y dice san Agustín:
«Decidí aplicar mi ánimo a las Sagradas Escrituras para ver qué tal eran. Más he aquí, que veo una cosa no hecha para soberbios, ni clara para los pequeños.
Algo que de entrada es humilde, pero en su interior sublime y velada de misterios, y yo no era tal que pudiera entrar por ella o doblar mi cerviz a su paso por mí.
Sin embargo, al fijar la atención en ellas, no pensé entonces lo que ahora digo, sino simplemente me parecieron indignas de compararse con la majestad de Tulio, mi hinchazón rechazaba su estilo y mi mente no penetraba en su interior.
Con todo, las Escrituras eran tales que habían de crecer con los pequeños: más yo despreciaba ser pequeño e hinchado de soberbia, me creía grande».
(Cap V, libro tercero).
Es decir, san Agustín, que es gran conocedor de la retórica de los autores clásicos, se encuentra con unas Sagradas Escrituras que literalmente le parecen muy rústicas en el estilo y despreciables al compararla con las grandes obras de la retórica, que él también manejaba.
Pero ahora, cuando san Agustín escribe estas líneas en retrospectiva, reconoce que la dificultad principal que tuvo en el momento, no era del estilo de las Sagradas Escrituras, sino que era de su soberbia.
De hecho, utiliza una imagen que viene muy acorde. Porque él dice que estaba hinchado por la soberbia y que esa condición le impedía ingresar en el interior y comprender el sentido profundo de las Sagradas Escrituras.
LA PUERTA ANGOSTA
A mí me recuerda mucho ahora esa escena de “Alicia en el país de las maravillas”, donde ella se toma la pócima que la hace que sea complicadísimo entrar por la puerta pequeñita.
San Agustín, deja de lado las Sagradas Escrituras, y no será hasta muchos años después de ese largo recorrido de su conversión, que ahora vamos a tener a san Agustín el gran predicador, que basa gran parte de su predicación en las Sagradas Escrituras.
¡Qué cosa tan asombrosa que hace la gracia! Dios sabe qué es tan de san Agustín, y se repite constantemente a lo largo de la historia.
Antes de eso hay una advertencia que queda recogida en las palabras del Señor en el Evangelio de hoy.
«Y Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando, y se encaminaba hacia Jerusalén. Uno le preguntó: —Señor, son pocos los que se salvan.
Y Él les dijo: —Esforzaos de entrar por la puerta angosta. Pues os digo, que muchos intentarán entrar y no podrán»
(Lc 13, 22-24).
El pasaje famosísimo de la puerta angosta, que hay gente que la pone muy nerviosa pero que en el fondo, es una invitación a pasar por esa puerta que conduce al Cielo.
Y allá al Cielo no se llega subiéndose en una escalera mecánica que nos va a subir sin mayor esfuerzo…
Sino que de verdad, Dios nos da todos los medios para llegar allá, poniendo todo de nuestra parte. Pero eso sí quiere contar con nuestra libre colaboración.
¿ESTAMOS DISPUESTOS?
Te acordás de esa frase que también es conocidísima de san Agustín:
«Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti».
Es una frase que nos interpela a ti y a mí para que veamos cuánto estamos dispuestos a hacer para atravesar esa puerta angosta.
Pero, ¿por dónde empezar? Porque es muchísimo que mejorar para poder pasar por ese camino de santidad.
Yo creo que aquí, cada uno de nosotros puede hacer un examen de conciencia personalísimo, pidiéndole luces al Señor.
Hay muchos santos que han recomendado en este sentido un modo muy radical de hacer este examen de conciencia, y es ponerse en peligro de muerte…
Es decir, si yo supiese que voy a morir el día de hoy, ¿qué es lo que más me impediría llegar al Cielo?
Y bueno, para que no suene tan trágico, ¿en qué aspecto de mi actitud, de mis pensamientos o de mis acciones todavía yo no amo a Dios sobre todas las cosas, o al prójimo como a mí mismo?
Que esto, en el fondo, es preguntarnos ¿dónde nos aprieta más el zapato? (…) ¿Qué es lo que más me aleja de la santidad que Dios me está pidiendo? (…)
Y como se trata de un examen muy personal, aquí cada quien tendrá que ser muy sincero. Las respuestas que Dios dará a cada uno, probablemente serán muy diferentes.
Porque no todos tenemos las mismas luchas, pero en todo caso, me atrevería de decir que en esto de entrar por la puerta angosta, todos tenemos un punto de lucha en común. Y que es precisamente ese que está mencionando san Agustín en su anécdota: la soberbia.
LA SOBERBIA
Esa resistencia a ser humildes, a reconocer que todo lo bueno que tenemos lo hacemos por pura misericordia de Dios y para Gloria de Dios.
Es esa soberbia, el auto-engaño de pensar que somos mejores que los demás o que nuestros defectos no son tan graves como los de los demás.
¿Estas de acuerdo conmigo? Lo que a veces resulta casi imposible dialogar con alguien que está enfermo de soberbia, porque tiene una visión de extorsionar la misma de la realidad de su propia realidad.
Esa persona no admite mejora, y piensa que con mucha frecuencia, a los demás le faltan datos para poder juzgar correctamente lo que él cree ver con claridad…
Pero lo más grave de la soberbia, es que el Señor puede hacer muy poco con alguien así. De nuevo, “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Y es por la soberbia, que me impide confiar en el criterio de Dios.
Por eso, me atrevo a leerte ahora unos puntos de san Josemaría. Éstos nos ayudan a considerar precisamente este punto de la humildad y de la soberbia.
En el punto 706 de de Surco dice san Josemaría:
«Hablas, críticas… Parece que sin ti, nada se hace bien. —No te enfades si te digo que te conduces como un déspota arrogante».
Obviamente como un soberbio…
En otro punto también de Surco, el 699:
«Estás lleno de ti, de ti, de ti… — Y no serás eficaz hasta que no te llenes de Él, de Él, de Él, actuando «in nomine Domini», —en nombre y con la fuerza de Dios»
Y un tercer punto que me parece como una bofetada, una cachetada cariñosísima de san josemaría para que reaccionemos. Dice así en el punto 700, también de Surco:
«Cómo pretendes seguir a Cristo, si giras solamente alrededor de ti mismo».
SER COMO BARRO EN MANOS DE ALFARERO
¡Caray! Este último punto que también, yo me atrevería a cambiarle un poco… Preguntándome aquí en voz alta: ¿Cómo piensas hacerte santo, si tu soberbia te aleja de las manos de Dios?
Y lo cambio, porque a mí me ayuda mucho también a recordar esa imagen del profeta Jeremías del oráculo, que recibió de parte de Dios.
Dice el profeta, que escuchó estas palabras de Dios:
«—Levántate y baja a casa del alfarero. Allí te comunicaré mis palabras.
Bajé a casa del alfarero y lo encontré haciendo un trabajo en el torno. Cuando se estropeaba en manos del alfarero la vasija de barro que estaba haciendo, volvia a hacer otra vasija, según le parecía bien hacer al alfarero.
La palabra del Señor se dirigió a mí diciendo: —¿Es que no puedo hacer Yo con ustedes, casa de Israel, como es alfarero? -oráculo del Señor-. Como el barro en manos del alfarero, así son ustedes en mi mano, casa de Israel»
(Jer 18, 1-6).
Así que entrar por la puerta angosta es difícil sí pero no imposible para quien se pone en las manos De Dios. Hacerlo con humildad, como una vasija rota que se quiere poner en las manos del alfarero si de verdad queremos entrar en el Cielo por la puerta angosta.
Vamos a pedirle hoy al Señor, con mucha frecuencia y todos los días: “
Señor hazme más humilde, hazme más abandonado en Tus manos, especialmente como el barro en las manos del alfarero”.