¡Qué gran santo celebramos hoy en la Iglesia! Aurelio Agustín de Hipona o más conocido como san Agustín. A él nos encomendamos en este rato de oración y felicitaciones a todos los Agustines. Se trata de el más importante de los Padres de la Iglesia de occidente y quizá de los que más influyó en nuestra cultura a través de sus escritos -que fueron muchos- en particular con Las Confesiones, que es su mayor best seller. En ese libro cuenta su itinerario de conversión.
Leyendo las catequesis que Benedicto XVI dedicó a este santo -que fueron nada menos que 6- porque ese gran Papa lo consideraba a san Agustín como un padre y maestro personal; en una de esas catequesis dice que san Agustín tuvo tres conversiones.
La primera fue cuando finalmente, Agustín, dio con la verdad y se convirtió a Cristo, cosa que sucedió después de un largo itinerario. Recién a los 33 años recibió el bautismo. Aunque su madre -santa Mónica- le había inculcado el amor a Jesucristo, él se fue alejando de la vida cristiana.
Era una persona muy culta, cautivado por la filosofía y la retórica. Pero cuando intentó encontrar la verdad en la Sagrada Escritura se decepcionó, ya que en las traducciones que tenía, el latín le parecía de baja calidad literaria y parece que no lo terminaban de convencer algunas historias que encontraba en el Antiguo Testamento.
Entonces se metió en el maniqueísmo, que es una secta que estaba de moda y que sostenía que hay un dios bueno y otro malo, dos principios que en mutua competencia pretenden explicar varios aspectos de la realidad. Pero al cabo de años abandonó el maniqueísmo, porque no le daba respuesta sus inquietudes intelectuales.
Finalmente, en Milán, escuchando los sermones de san Ambrosio, que hablaba muy bien, le fue entrando junto con la forma el fondo de lo que este santo decía. Y fue encontrando en el Antiguo Testamento una preparación para el Nuevo Testamento.
PRIMERA CONVERSIÓN SAN AGUSTÍN
Hay un pasaje famoso de Las Confesiones que relata un evento importante en su primera conversión:
“cuenta que, en el tormento de sus reflexiones, habiéndose retirado a un jardín, escuchó de repente una voz infantil que repetía una cantilena que nunca antes había escuchado: «tolle, lege; tolle, lege», «toma, lee; toma, lee» (VIII, 12, 29).
“Entonces se acordó de la conversión de san Antonio, padre del monaquismo, (san Antonio había decidido entregarse a Dios después de escuchar un pasaje del Evangelio) y solícitamente volvió a tomar el códice de san Pablo que poco antes tenía en sus manos: lo abrió y la mirada se fijó en el pasaje de la carta a los Romanos donde el Apóstol exhorta a abandonar las obras de la carne y a revestirse de Cristo (Rm 13, 13-14).
Había comprendido que esas palabras, en aquel momento, se dirigían personalmente a él, procedían de Dios a través del Apóstol y le indicaban qué debía hacer en ese momento. Así sintió cómo se disipaban las tinieblas de la duda y quedaba libre para entregarse totalmente a Cristo: «Habías convertido a ti mi ser», comenta
(Confesiones, VIII, 12, 30).
Esta fue la conversión primera y decisiva. Así lo describe Benedicto XVI, en una de las catequesis que mencioné, comenta ese paso tan importante de la vida de este santo.
Qué ejemplo nos da san Agustín que ante las dudas que experimentaba se retira a un jardín para leer el Nuevo Testamento, una de las Cartas de san Pablo. Y allí encontró una respuesta, en la oración.
Luego fue bautizado, volvió a su tierra, y ¿qué hizo? Lo que soñaba, ahora que había encontrado la verdad, que se había convertido intelectualmente, en su corazón y también en los malos hábitos que había arrastrado, quería dedicarse a una vida monástica. Con otros amigos intelectuales y piadosos quería dedicarse a estudiar, rezar, contemplar…
SEGUNDA CONVERSIÓN
Pero eso duró poco, porque en Hipona, contra su voluntad, lo eligen para ser sacerdote. Y rezando vio que debía poner lo que había aprendido al servicio de los demás y enseñar con sencillez y humildad a todo el mundo, no sólo a intelectuales. Cuenta Benedicto XVI que esta fue su segunda conversión.
A Benedicto XVI le pasó algo parecido, en el sentido que quería retirarse a estudiar. Ya era mayor, era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y le pedía al Papa, jubilarse. Pero le seguían dando encargos en la Curia Romana y hasta Papa lo eligieron.
A san Agustín lo eligieron después de ser sacerdote -que se dedicó, efectivamente, a enseñar a todos- obispo. Y ejerció ese deber pastoral con mucho amor a la verdad y a las almas, todo el resto de su vida.
“Ayúdanos, Señor, a nosotros a reconocer tus planes en esos giros que a veces la vida tiene. Puede ser que en esos cambios que no esperábamos, en oportunidades que aparecen, encontremos tu voluntad, de una manera que no se nos había ocurrido antes.
Ayudanos entonces, a discernir y que podamos hacer lo que Vos quieras, que siempre es lo mejor, lo que nos hará más felices y nos llevará a dar más frutos, aunque en ocasiones implique renunciar a algo.”
TERCERA CONVERSIÓN
Y la tercera conversión de san Agustín tiene que ver con el final de su vida porque él que en un momento había pensado que, con el bautismo, la fe y los sacramentos uno ya estaba definitivamente convertido, luego se dio cuenta de que no.
En realidad, siempre estamos en camino de conversión en esta tierra. Claro, si el modelo es Jesús, siempre habrá cosas en que podemos mejorar. Y san Agustín lo reconoció y luchó hasta el último día de su vida.
En este sentido, tuvo un gesto que muestra su humildad y amor a la verdad. En un momento quiso hacer una revisión de su gran obra escrito y corrigió cosas en que pensó que se había equivocado o que quizá se podía haber explicado mejor. Se daba cuenta de que podía equivocarse y rectificar.
Hoy te pedimos, Jesús -por intercesión de san Agustín- que tengamos también ese amor a la verdad que nos lleve a buscarte a Vos y a disponernos a una conversión continua.
Cada uno en su camino habrá tenido sus puntos importantes que los acercaron más a Dios. Quizá una auténtica conversión, un momento de ver las cosas más claras… Gracias, Señor, por darnos luces y oportunidades para que en el camino terreno estemos cada vez más decididos a seguirte.
Y que no nos falte la fe para esta tercera conversión -que le pasó a san Agustín- que no nos falte la confianza en que siempre estamos en camino de conversión. Que podemos siempre mejorar hasta el día que nos llames a tu presencia. Con distintos desafíos que aparecen, circunstancias, luces, contrariedades, aspectos en los que podremos parecernos más a Vos, Señor.
Sobre todo, sabiendo que para cada paso contamos con una gracia a la que podemos corresponder para estar, cada día, un poco más cerca de la meta.