Hoy leeremos en la Santa Misa del Evangelio de Mateo que nos dice:
“En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas, se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola: El Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente. Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada, así se cumplió el oráculo del Profeta: Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré los secretos desde la fundación del mundo”
(Mt 13, 31-35).
Este es el evangelio que leeremos en la misa de hoy. También celebramos la memoria de San Joaquín y Santa Ana; quienes según la tradición, fueron los nombres de los padres de la Santísima Virgen, es decir, los abuelos maternos de Jesús.
DE ELLOS DESCIENDE LA CRIATURA MÁS PERFECTA: MARÍA
Y esta parábola de la semilla pequeña, muy pequeña, que después es un gran árbol frondoso, puede aplicarse a los padres de nuestra Señora. De un pequeño, muy pequeño lugar de este mundo, de una familia también desconocida, desciende la más perfecta de todas las criaturas: María; y de ella el Salvador del mundo.
Fácil imaginar que de ellos, la Virgen recibiría las tradiciones de la casa de Israel, el patrimonio de la fe en un único Dios verdadero; de ellos aprendió las oraciones, la piedad del pueblo hebreo, que luego enseñaría a su hijo, Jesús. Oiría también las profecías acerca del Mesías que habría de venir y aprendería también a vivir las virtudes familiares, sociales, que ella también pondría en práctica cuando formaría su propio hogar junto a san José.
SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA
El Papa Juan Pablo II enseñaba que, san Joaquín y santa Ana son una fuente constante de inspiración en la vida cotidiana, en la vida familiar, en la vida social. Nos exhortaba a transmitirnos mutuamente, de generación en generación, junto con la oración, todo el patrimonio de la vida cristiana.
Nosotros seguramente hemos recibido de nuestros padres y abuelos toda una herencia, el patrimonio que es como un tesoro de buenas cumbres, sobre todo de piedad cristiana que con el don de la fe ha hecho de nosotros, de cada uno, y muchas veces sin darnos cuenta, hombres y mujeres que procuran ser buenos hijos de Dios.
LA FAMILIA Y EL MATRIMONIO
Y queremos también transmitir en el seno de nuestra familia, a los que vengan después, esta misma herencia, este mismo patrimonio, este mismo tesoro. Sobre todo hoy en día en que la familia es muy atacada de distintos modos y de distintos ámbitos.
La familia es el lugar donde la persona humana se sabe amada, donde aprende a amar y eso es muy importante. San Josemaría decía que, tenemos que tener o procurar cada uno, luchar en tener hogares luminosos y alegres. Así es, porque cada familia tiene su origen en el amor de un hombre y una mujer unidos en el matrimonio. y para los que consideramos que el matrimonio es una vocación, una llamada de Dios, una vocación sobrenatural a la cual Dios llama a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, al matrimonio.
Por eso, el matrimonio es santo, porque el amor humano es santo, es una participación del amor de Dios. Y si Dios está presente en ese amor, habrá fidelidad, habrá rectitud en las relaciones matrimoniales; y si hay algunas dificultades, que siempre pueda haberlas en la vida matrimonial, no hay que temer mucho porque siempre se pueden superar.
LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Y un matrimonio cristiano sabe que lo primero es la educación de los hijos. La educación de los hijos; la sociedad necesita una familia en la que los padres sean los primeros, además en la educación de la fe, los primeros catequistas de sus hijos. Una familia en la que los padres den libertad a sus hijos, pero sin embargo permanezcan cerca de ellos. Una familia en la que se reza.
Muchas veces, escucha uno: “que la formación en la fe será en el colegio donde estudien porque allí se dará formación cristiana…”. Eso sirve de poco, por no decir que no sirve de nada, si los hijos no ven en su hogar aquello que se le enseña fuera del hogar y especialmente en las cuestiones de la fe.
En el ámbito de la familia, vivir las virtudes humanas allí; respetar la libertad de los hijos, a la vez que se convierten en amigos de sus hijos, los padres; saber crear un clima sobrenatural en la familia que facilite la generosa respuesta de los hijos, la llamada del Señor; rezar en familia; santificar el hogar día a día, decía san Josemaría, con el cariño, con un auténtico ambiente de familia.
LAS VIRTUDES CRISTIANAS
Y para ello se habrían de ejercitar muchas virtudes cristianas, las teologales en primer lugar y luego todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría.
La comunión familiar tiene que ser conservada, perfeccionada. Pero para eso se necesita, por supuesto, un gran espíritu de sacrificio, el bien no viene solo. Exige una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación.
Esto hay que enseñarlo, también aprenderlo; siempre lo estamos aprendiendo pero también enseñarlo; y los padres y abuelos, el mejor modo de enseñar a sus hijos es a través del buen ejemplo.
EL BUEN EJEMPLO
El buen ejemplo, es el mejor servicio que los padres pueden prestar a sus hijos para hacer de ellos cristianos auténticos. Es importante, que nos ha pasado a todos, que los hijos vean en que sus padres procuran vivir de acuerdo con la fe cristiana, que Dios no está solo en sus labios sino también en sus obras.
Un buen día hoy para plantearse hacer examen sobre cómo vivimos las virtudes cristianas en el seno de nuestra familia y cómo enseñamos a los demás, cómo procuramos crear un clima en que esto se viva. Y se lo pedimos a los abuelos del Señor, san Joaquín y santa Ana, diciendo con la oración de la colecta de la misa de hoy:
“Señor Dios de nuestros padres, Tú que concediste a san Joaquín y santa Ana la gracia de traer a este mundo a la Madre de tu Hijo, concédenos, por la plegaria de estos Santos, la salvación que has prometido a tu pueblo. Ayúdanos por su intercesión, a acudir a aquellos que especialmente has puesto a nuestro cuidado”.