UN COMIENZO DE ENTREGA
¡Feliz y Santa Navidad para todos en hablar con Jesús, muchas felicidades! ¡El Mesías viene a salvarnos!
Me salió en un croissant, que me dieron en un desayuno con una tarjetita, y decía lo siguiente: ‘Confía en la magia de los nuevos comienzos’.
Me pareció chévere como lema, eslogan o como idea para vivir esta Navidad.
“Confía en la magia de los nuevos comienzos”, podríamos cambiar la magia por la gracia. Confía en la gracia de los nuevos comienzos, en la gracia que nos da Dios en esta Navidad.
La regeneración del corazón, del alma, del Espíritu, un nuevo comienzo, un recomenzar. No estamos todavía en el 2025, pero la Navidad nos puede impulsar a ese nuevo comienzo y entregarnos a Dios.
Hoy celebramos la fiesta de san Juan Apóstol, hijo de Zebedeo, hermano de Santiago. Juan en hebreo significa que el Señor ha dado su gracia (cf. Mt 4, 21; Mc 1, 19).
Pues, Señor, ahora te pedimos que nos des a nosotros la gracia, y confiamos en esa gracia, en la gracia de los nuevos comienzos.
Juan siempre formó parte del grupo que Jesús llevaba a todas partes. Está junto a Pedro y a Santiago.
Cuando Jesús en Cafarnaúm entra, por ejemplo, en casa de la suegra de Pedro para curarla (cf. Mc 1, 29).
También Juan sigue al maestro a la sinagoga, a donde está Jairo, que implora la salud y la vida de su hija, porque estaba muerta y Jesús la resucita (cf. Mc 5, 37).
También Juan sigue a Jesús en la transfiguración, está cerca de Él, en el huerto de Getsemaní. Jesús quiere llevarlo aparte, junto a Pedro y a Santiago. Se retira para orar antes de la Pasión (cf. Mc 9, 2).
Le pide también y le da el encargo de ir a preparar la sala para la Última Cena (cf. Lc 22, 8).
Y yo pensaba, Señor, ahora que hacemos oración, en la petición que hizo la madre de Juan y de Santiago cuando tomó la iniciativa, se acercó a Ti y te dijo:
«—Señor, te pido algo que mis hijos Juan y Santiago se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en el Reino»
(cf. Mt 20, 20-21).
VIDA DE ENTREGA
Lo que lo que su madre no sabía es que Jesús ya los tenía a su derecha, de su izquierda, ya los había elegido para ser sus apóstoles, sus discípulos, sus seguidores, sus amigos.
Y Tú, Señor, le respondes que
«Tienen que estar preparados para beber el cáliz que yo he de beber. Y entonces, les pregunta a Santiago y a Juan: «¿Podrán? Y ellos dijeron: Sí, sí podemos.
Jesús dijo: —Está bien, sí podrán. Pero sentarse a mi derecha, a mi izquierda no me corresponde a mí. Pero les aseguro, si van a poder, por la gracia»
(cf. Mt 20, 22).
Porque Jesús los iba a sostener, les iba a ayudar. Y es que sin las gracias, ¿qué hacemos? ¡Nada! ¿Qué somos sin la gracia? ¡Nada! Por eso, pensemos que un nuevo recomienzo es con la gracia. Hay que confiar en la gracia de los nuevos comienzos.
Según la tradición a Juan se le conoce como el discípulo predilecto. En la Última Cena también lo vemos recostado en el pecho de Jesús. Es como la escena de la predilección total. Se encuentra allí, en el pecho de Jesús (cf. Jn 13, 25).
Pero, si pensamos en una cena de predilección y de exclusividad, es la de la Cruz junto a la Madre de Jesús, junto a la Virgen. Ahí solo está Juan, ninguno de los discípulos está, solamente Juan.. ¡Qué momento! (cf. Jn 19, 25).
El discípulo predilecto también va a ser testigo de la resurrección. Va a llegar primero allí, a la tumba, y deja entrar a Pedro por delicadeza, pero es el primero en llegar y ver la tumba vacía… Primero fue María Magdalena (cf. Jn 20, 2; 21, 7).
Señor, leyendo todos estos pasajes, pienso en todos aquellos que han recibido una vocación siendo muy jóvenes, ¡qué suerte! ¡Qué suerte tuvo Juan de haber recibido esa llamada Tuya, siendo muy jovencito y dedicarte toda su vida por entero!
Es una gracia muy especial que hay que agradecer a Dios. Yo te lo agradezco, Señor.
¿QUÉ DESEA JESÚS?
Y, ¿qué desea Jesús? Desea que cada uno de nosotros sea un discípulo que pueda vivir una amistad muy personal, muy íntima con Él.
No basta seguirlo o escucharlo, ni solo estar con Él en los sacramentos y seguirlo y escucharlo exteriormente… No, hay que vivir con Jesús y hay que vivir como Jesús.
Y esto solamente es posible con una gran familiaridad, con una gran intimidad, impregnando la relación de una amistad sincera, de una confianza total.
Señor, que puedas ver en nosotros amigos, amigos muy cercanos.
Un día les dijiste:
«Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos» (cf. Jn 15,13).
Amigos, los llamó amigos. Cuando los mirabas a los apóstoles les decías amigos. Y también les vas a decir
«No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer»
(Jn 15, 13. 15).
Pues, Señor, también en este tiempo de Navidad, te pido que muchos jóvenes te puedan seguir con disponibilidad total de su corazón, con una entrega generosa y audaz.
Y pensaba también en los padres que han recibido la gracia de la vocación de uno de sus hijos. Para Dios es duro, impactante, es chocante positivamente que unos padres que han soñado la vida de su hijo con carrera, familia e hijos, y de repente descubran que no, que Dios le ha pedido una vocación de entrega y de celibato.
La vocación de los hijos en la juventud es una gracia y hay que darle muchas gracias a Dios porque no es la familia la que decide eso, no es el joven quién decide entregarse a Dios, es Jesús el que los llama.
QUEMAR LAS NAVES
¿Y qué hizo Juan, el apóstol predilecto? Quemar las naves.
No sé si se entiende esta expresión que se volvió muy popular después de las hazañas históricas de Hernán Cortés. También creo que hay un cuento sobre la quema de las naves de Alejandro Magno.
Cuenta la leyenda que Hernán Cortés en 1519, cuando va a conquistar México, llega a las costas de Veracruz y ordena quemar sus naves para evitar que sus hombres puedan regresar a Cuba. Así los obliga a seguir adelante con la conquista o morir en el intento. No había opción. Fue una decisión estratégica.
Él notó que muchos de sus hombres querían regresar a Cuba, estaban miedosos, temerosos. Pero, ¿qué hacen? Quemar las naves, las destruye y elimina cualquier posibilidad de retirada. Y, ¿qué les toca a sus hombres? Confiar, creer e irse a la conquista. Y así es como terminan conquistando México.
Es una imagen bonita también, Señor, que nos puede ayudar a pensar si yo estoy dispuesto a quemar las naves. Que si estoy yo dispuesto a decirle a Dios que sí, pero de verdad y con una entrega total porque Dios lo quiere así.
DE LA MANO DE DIOS
Recuerdo la anécdota de una persona que recibió una vocación especial de entrega al celibato y su papá era un albañil así, un albañil, constructor de obras y de albañilería.
Entonces, cuando le contó su papá, le dijo:
“Hijo, si Dios te coge de la mano, tú agárrala fuerte, no mires ni a un lado ni a otro y avanza siempre hacia adelante”.
¡Qué buen consejo! Agárrala fuerte para adelante, sin mirar a los lados, sin distraerte. Con fidelidad, entrega, seriedad, una entrega radical y rotunda.
Pues, Señor, ayúdanos a serte fieles.
Hay un punto de Surco que escribe san Josemaría que nos puede ayudar, para ir terminando también este ratito de oración.
«Antes eras pesimista, indeciso y apático. Ahora te has transformado totalmente. Te sientes audaz, optimista, seguro de ti mismo, porque al fin te has decidido a buscar tu apoyo solo en Dios»
(Surco p. 426).
Señor, te lo pedimos a Ti, a tu Madre bendita y a San José.
Vamos a confiar en la gracia de los nuevos comienzos, en la decisión fiel de corresponder generosamente a lo que Tú nos vayas pidiendo.