Hoy día celebramos en la Iglesia, esta memoria, esta fiesta de san Juan Pablo II, ¡Magno, grande! Cuánto cariño le tenemos, seguramente. Quizás podemos empezar por ahí: “Señor, gracias por Carol Wojtyla, gracias por Juan Pablo II, gracias por su cariño, por su sonrisa, por su buen humor, por su fortaleza que, en verdad, miramos a Jesús”.
“Señor, gracias por Tu buen humor, gracias por Tu sonrisa, gracias por Tu fortaleza, gracias por Tu presencia entre nosotros, tan cercanos a través de los santos”.
Tan distintos que son los santos unos de otros. Juan Pablo II, Ignacio de Loyola, Teresa de Calcuta, san Josemaría Escrivá… y vamos nombrando en nuestra oración, Señor este santo, este otro de mi país, tan distintos unos de otros, distintas épocas, estilos, mentalidades, personalidades… tan distintos y tan parecidos todos.
IDENTIFICARNOS CON JESÚS
“Porque al final Jesús, es que se han identificado contigo; yo también quiero identificarme contigo”. ¿Cómo no le vamos a decir eso a Jesús? Señor yo en lo mío, hoy día, aquí, ahora donde estoy y cada uno mira alrededor; quizás estamos en la capilla, en un oratorio, en la Iglesia, en la calle, arriba del metro…
“Señor, yo hoy y todos los días quiero, como Juan Pablo II, identificar mi corazón con el Tuyo”.
En el Evangelio de hoy día, esa invitación de Jesús por puro cariño, para despertarnos y nos sirve ahora para hacer oración, como escuchándolo de labios del Señor, viéndolo brillar en los ojos del Señor.
Decía Jesús esto que está en san Lucas, en el capítulo 12:
“Ustedes estén como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela.”
(Lc 12, 36-38)
CORAZONES ENAMORADOS
Es una invitación, es una imagen que pones Tú Jesús para tenernos pendientes, atentos, vigilantes, como están los corazones enamorados: atentos, vigilantes, con los ojos muy abiertos, con el corazón así expectante, alegremente expectante; no malamente ansioso, sino con una ansia, con una espera cariñosa, alegre, esperanzada y el Señor, en el texto de hoy, habla de estar atentos, expectantes.
“Señor, hoy quiero abrirte la puerta en tantos momentos durante el día, mantenerla abierta, mantener abierto este diálogo contigo, que ahora hacemos estos 10 minutos. Jesús, quiero encontrarme contigo, quiero compartirlo todo contigo. Durante el día abrir una puerta, cerrar una puerta, abrir una aplicación y volar a otra y contestar una llamada, trabajar un buen rato, varias horas en una ocupación y atender a una persona y tener flexibilidad para asumir un cambio de planes; Señor, todo contigo”.
ABRID DE PAR EN PAR LAS PUERTAS A CRISTO
Y el Señor pone esta imagen de abrirle la puerta a Él, “a Ti Señor, que Tú llamas; abrirte la puerta”. También Juan Pablo II, cuando asumió como Romano Pontífice, ahí en la Plaza de San Pedro, usaba esta expresión:
“Abrid”
decía,
“de par en par las puertas a Cristo”.
Nos acordamos, si no, es muy fácil buscar el video en internet, cómo decía Juan Pablo II, con qué fuerza, con qué garra -diríamos nosotros-, en nombre del Señor. “Conociéndote a Ti Señor, conociendo a Cristo, ¡cómo clamaba el Papa Juan Pablo II a todo el mundo!”
Con audacia: “Abre las puertas a Cristo” porque Él llama, “Tú Señor llamas; no sólo llamabas a las puertas de la entonces Unión Soviética y de tantos países que estaban con dificultad real, con persecución para buscarte a Ti Señor, para buscar a Dios”.
ABRIR NUESTROS CORAZONES
Juan Pablo II hablaba a todos los corazones, a todos; también a los países, que así se llaman, de occidente, al final saturados de nada: “Abran las puertas a Cristo”, porque está, porque Cristo llama.
La oración de hoy en la misa, que se llama la oración colecta, una oración bien central en la santa Misa, en la Liturgia, le pedíamos y le podemos pedir ahora mismo al Señor esto:
“Oh Dios rico en Misericordia, que has querido que san Juan Pablo, Papa, guiara toda Tu Iglesia, Te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir, confiadamente, nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre”.
HABLAR CON JESÚS
Se lo pedimos ahora mismo al Señor: “Jesús, sabiendo que me ves, que me oyes, sabiendo que con la fe te veo, te oigo. Quizás, Señor te estoy pidiendo por alguna cosa mía, por mi vida, para que sea unitaria, para que sea como una gran sinfonía compuesta de muchas notas, pero al final con un propósito, con una unidad y una unidad de amor hacia Ti”.
Quizás le hablamos al Señor de nuestra propia vida, de algo que tenemos en mente para hoy o quizás le estamos pidiendo al Señor -podemos hablarle de alguna persona en concreto, alguna persona cercana, alguna persona a la que le tenemos estima, afecto, lazos familiares o de amistad-.
Le pedimos al Señor: “que este amigo mío, que esta amiga mía abra las puertas de su corazón al Tuyo, a Tus llamadas, a Tu cariño, a Tu estar ahí esperando”.
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
En esa Encíclica preciosa que escribio Juan Pablo II sobre la Eucaristía, “Ecclesia de Eucharistia”, al final de su vida, como un testamento, así como una manera de transmitirnos tanto amor al Señor y poniéndonos en el centro de nuestros corazones lo más precioso, aquello de lo que vive la Iglesia, decía él: “La Eucaristía.
El Papa repasa esta expresión que decimos en la Santa Misa, justo después de la consagración, ahí con Jesús sobre el altar en la apariencia del pan y del vino, que son el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el sacerdote dice: “Este es el sacramento de nuestra fe”; es decir, aquí sobre el altar está realmente presente, aunque veladamente, el sacramento de nuestra fe”.
Decía Juan Pablo II en esa Encíclica (él lo desarrolla, es precioso, de verdad vale la pena echarle una mirada, aprovecharlo para nuestra lectura espiritual, para nuestra meditación, para nuestra oración, la “Ecclesia de Eucharistia”) el sacerdote dice esto: aquí está sobre el altar, está el núcleo, lo más central, el sacramento Pascual, la muerte, la resurrección del Señor, con Su Cuerpo y Su Sangre.
EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE
“Este es el sacramento de nuestra fe”, como una invitación, como Cristo que toca a la puerta del corazón y el pueblo responde. Digamos como realmente, haciendo memoria y haciendo presente básicamente el kerigma cristiano, el anuncio clave, central de nuestra fe: “Anunciamos Tu muerte, proclamamos Tu resurrección, ven Señor Jesús”.
En la misa, todo es verdad lo que decía Juan Pablo II, “Ecclesia de Eucharistia” -la Iglesia vive de la Eucaristía; nosotros vivimos de la Eucaristía- y le decimos al Señor: “Señor, yo quiero abrirte las puertas de mi corazón -como decía Juan Pablo II- de par en par, como hizo Juan Pablo II”.
“Señor, yo quiero abrirte las puertas de mi corazón de par en par, especialmente, en la Eucaristía”.