Mediante un milagro ocurrido en 1531, la imagen de la Virgen María quedó impresa en la tilma del indio Juan Diego para demostrar al mundo la realidad de sus apariciones.
La Virgen que podemos contemplar, en su imagen, en la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México, es el verdadero rostro de la santísima Virgen María que Dios pintó en la tilma de Juan Diego. Es un rostro de una belleza extraordinaria.
Mientras hago mi oración (espero que tú también en este ratito hagas un momento de diálogo con Jesús), yo estoy mirando un cuadro de la Virgen de Guadalupe.
Y te animo a hacer lo mismo: fíjate en su rostro. Te digo es de una belleza deslumbrante, aspecto juvenil, facciones delicadas, nariz perfecta, ojos tiernos, boca de niña, expresión dulce y pacífica.
Así como cuando pasas por debajo de las bandas, después de asistir a misa allá en la en la Villa, para tenerla un poquito más cerquita, para poderla mirar, tienes que alzar mucho la cara porque está elevada.
Pues así también hoy elevamos nuestra mirada ante la Virgen de Guadalupe, para darle las gracias, para pedirle o simplemente para encontrar consuelo ante los peligros de la vida.
Que podamos sentir, como sintió Juan Diego, cobijo y protección de María de Guadalupe, que nos sintamos siempre, pero especialmente hoy, hijos muy amados y que nos ayude ella a encontrar nuestro camino hacia Dios.
¡GRACIAS VIRGEN DE GUADALUPE!
Vamos a darle las gracias porque ella se ha dignado haber pisado nuestro suelo y haya decidido dejar su imagen plasmada en esa tilma del indio Juan Diego.
Ante ella, con humildad y devoción, ponemos en sus manos a nuestras familias y nuestros países de América latina.
Te pedimos Virgen de Guadalupe que derrames tu amor y nos ayudes a cada uno en nuestro peregrinar hacia el Cielo.
Quisiera recordar unas palabras que la Virgen de Guadalupe le dijo al indio Juan Diego, que son como el resumen de su mensaje:
“No estoy yo aquí que soy tu Madre”.
Esto es bonito, porque la Virgen en las apariciones que ha hecho a lo largo del mundo, siempre ha dejado un mensaje; por ejemplo, que se rece el Rosario dijo a los pastorcitos de Fátima.
Aquí María de Guadalupe viene a decirnos:
“Yo soy tu mamá”
Y en todas las apariciones que tiene con el indito, va cuidando hasta el tono y el modo de hablar de una mamá con su hijo, tan propio de estos países nuestros de América Latina, usando los diminutivos
“Juan Dieguito” le dice “el más pequeño de mis hijos.
Una de las características de las apariciones de Guadalupe, de acuerdo al relato del Nican Mopohua, es que ella nada pide a Juan Diego, ni oraciones especiales, ni penitencia; solo ofrece consolarlo en su regazo, invitándolo a la confianza total.
SAN JUAN DIEGO
Fíjate lo que le dice:
“Escucha, ponlo en tu corazón hijo mío, el más pequeño, que no te moleste, ni te aflija cosa alguna, que no se perturbe tu rostro, tu corazón, ¿no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy yo vida y salud; no estás por ventura en mi regazo y corres por mi cuenta?”
Y Juan Diego continúa el relato del Nican Mopohua:
“Cuando oyó la amable palabra, el amable aliento de la Reina del Cielo, muchísimo con ello se consoló, bien con ello se apaciguó su corazón”.
Vamos a pedirle a María hoy que apacigüe nuestro corazón, que cuando a veces tengamos un poco la tentación de que Dios nos quiere solo cuando nos portemos bien.
Recordemos que Dios tiene otros parámetros y recordemos también precisamente la historia de Juan Diego, que es santo, san Juan Diego.
Nos anima a recordar que él en un momento dado, no quiso encontrarse con María porque traía un pendiente. No sé si lo recuerdas, que su tío estaba enfermo, necesitaba un médico y entonces al no querer encontrarse con ella, le dio la vuelta al cerro.
Y María, ¿que crees? Le salió el encuentro y le dijo con ese gesto de encontrarse de nuevo ahí donde él iba, algo así como: pues aunque tú no quieras verme yo sí porque soy tu mamá, un gesto que la Virgen tiene también con nosotros siempre. Porque es lo que hace María, nos hace sentirnos queridos por Jesús queriéndonos ella.
RECONOCER EL AMOR DE DIOS
El propósito de María no es otro que tengamos ese mismo sentimiento que experimentaron los apóstoles, en el trato directo con Jesús.
San Juan, a modo de resumen de esa experiencia, dice precisamente esto:
“Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene”
(1Jn 4, 16).
Nosotros ahora Jesús, aquí que estás con nosotros, porque lo creemos firmemente, te damos gracias por esta fe, por este sabernos que estás aquí con nosotros y te pedimos también que aumentes esta seguridad, que podamos saber, decir porque lo sentimos, también cuando las circunstancias sean un poquito adversas, como le pasó a Juan Diego.
Que yo pueda decir que he reconocido el amor de Dios por mí.
María de Guadalupe es un signo sensible de ese amor, la reacción de Juan Diego fue parecida a la de Isabel cuando María hizo aquel viaje, recuerdas:
“¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a visitarme?”
(Lc 1, 43)
Pero no era un sentimiento así como de falsa humildad, sino que es verdad que no somos dignos de tener una Madre tan buena como María, ni de que nos salga por el camino, ni menos aún que nos vaya a visitar como Isabel, pero al mismo tiempo no podemos decirle a ella cómo queremos que nos quiera, porque no vamos a limitar su capacidad de amor.
Y qué sorpresa se llevó Juan Diego cuando al hablar con la Virgen, le pidió algo que él sentía estaba más allá de sus fuerzas, que fuera a hablar con las autoridades para que levantaran un templo en su nombre.
VIRGEN DE GUADALUPE, AUXILIO, REFUGIO Y CONSUELO
Fíjate lo que le dijo:
“Deseo vivamente que se me construya aquí un templo para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos, que me invoquen y en mí confíen, oír allí sus lamentos y remediar todos sus todas sus miserias, penas y dolores. Y ten por seguro que lo agradeceré y que lo pagaré, porque te haré feliz anda y pon todo tu esfuerzo”.
Así como con Juan Diego, hoy la Virgen nos recuerda que Jesús quiere levantar en nuestras vidas un templo muy especial, el templo de nuestra santidad y nuestra respuesta quiere ser de fe y de esperanza en que podemos ser santos, a pesar de la limitación nuestra.
Para lograrlo, tenemos a María para decir también como le dijeron aquella vez los apóstoles:
“Podemos” “Señor podemos”.
No por nuestras fuerzas, no por nuestros éxitos, no porque nos veamos llenos de virtudes, ¡no! Sino que por la fuerza de Dios, porque Él es quien nos ha dado, por su amor, la fuerza para toda clase de palabras y obras buenas.
Así que ya sabes cuando tengas la tentación como Juan Diego de darle la vuelta a lo que Dios te pide, recuerda que tienes a María que sale a tu encuentro y te consigue toda la gracia de Dios.
Vamos a terminar acudiendo a ella: Santa María de Guadalupe nos encomendamos a ti, que brilles en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh Clementísima, oh Piadosa, oh dulce Virgen María!
Muchas felicidades a todas las «Lupitas», que este sea un día para celebrarlas y para tener como Madre a la siempre viva a santa María de Guadalupe.