Celebramos hoy al apóstol Santiago, así que felicidades a los Santiago, a los Thiago, a los Jacobo, Jacob, James, Jaime, etc. porque todos esos nombres (no sé si lo sabías) vienen del nombre del apóstol.
Recordar a Santiago nos sirve como una buena dosis de realismo: somos personas de carne y hueso… Y esto nos identifica con los apóstoles… Hombres normales…
Dios se sirve de unas circunstancias concretas para salir al encuentro de quien Él quiere…
«Pasando adelante, vio a dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y Juan su hermano, que estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes; y los llamó. Ellos, al instante, dejaron la barca y a su padre y le siguieron»
(Mt. 4, 21-22).
Este apóstol era natural de Betsaida, ciudad de Galilea, en la ribera norte del lago de Tiberíades. Sus padres: Zebedeo y Salomé; su hermano: Juan. Una familia acomodada. Él era pescador de profesión.
Tendría unos dieciocho años cuando Jesús pasó por su vida; era un poco mayor que Juan, el apóstol adolescente. Santiago, tuvo la suerte de ser testigo de los principales milagros obrados por Ti, Señor.
Tanto él, como el resto de su familia, al conocer a Jesús no dudan en ponerse a su total disposición, con sus más y con sus menos. Santiago y Juan, fueron de los íntimos del Señor…
Salomé, la madre, siguió también a Jesús, sirviéndole con sus bienes en Galilea y Jerusalén y le acompañó hasta el Calvario, hasta el pie de la Cruz -aunque Santiago no estuvo allí…, te abandonó Señor…en ese momento.
ESTAR A DISPOSICIÓN DE DIOS
Hay que seguir a Jesús de cerca y cada uno como es… hijos de su padre y de su madre…
Santiago y Juan eran como eran y Tú Señor les apodaste los hijos del trueno (Boanerges). Claro, es que con aquellas reacciones:
«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»
(Lc 9, 54)
La verdad es que el apodo les cae como anillo al dedo. O sea: no eran perfectitos, tenían sus cosas…
Pero bueno, todos tenemos nuestras cosas. Lo importante son las disposiciones… responder a lo que Dios nos pide, luchar, no hacernos los locos.
«No hay peor sordo que el que no quiere oír»,
dice el refrán.
Podemos repetir muchas veces “hágase tu voluntad” y no atender a la voluntad de Dios cuando no coincide con la nuestra.
Como dicen que sucedió en aquel cuento que nos relata la indecisión de una joven que, como era buena chica y piadosa, decidió ir en peregrinación a un santuario de la Virgen que estaba cerca del pueblo para pedir luces sobre lo que de ella quería Dios nuestro Señor, aunque seguía convencida de que lo suyo era casarse.
Y allá fue. Llegó delante de la Virgen (una imagen tradicional con el Niño en brazos) y se pasó largas horas haciendo oración.
Decía una y otra vez: —Virgencita, Virgencita, ¿casadita o monjita?. Insistía…: —Virgencita, Virgencita, ¿casadita o monjita? Hasta que ocurrió lo extraordinario: el Niño que nuestra Señora tenía en brazos habló y le dio respuesta: —Monjita, monjita. Y ella, le miró indignada y dijo rápidamente: —¡Calla niño, que estoy hablando con tu madre!
¡No nos andemos con cuentos! ¡A buscar y a seguir la voluntad de Dios!
Cada uno como es, todos tenemos defectos, somos de carne y hueso pero: ¿estamos realmente decididos a luchar o nos hacemos los locos…? ¿Nuestros defectos nos sirven de excusa o se los entregamos a Dios para que Él decida qué hace con ellos…?
Dificultades las tenemos todos, pero son obstáculo si nosotros queremos…
TODOS SOMOS DE BARRO
Comentaba san Josemaría en una ocasión:
«Estamos hechos de la tierra, de barro de botijo: frágil, quebradizo, inconsistente. Pero ya habéis visto cómo arreglan esas vasijas de cerámica que se hicieron pedazos: con lañas, para que sigan sirviendo. Los cacharros recompuestos así, son incluso más bonitos: tienen una gracia particular.
Se ve que han servido para algo. Si siguen sirviendo son espléndidos. Además, esas vasijas, si pudieran razonar, no tendrían soberbia nunca. Nada tiene de extraño que se haya roto y menos aún que las hayan arreglado, sobre todo si se trataba de algo insustituible y ¿quieres decirme con qué puede sustituirse el alma?»
Lañas las tenemos todos. Tú y yo nos hemos roto muchas veces, no tiene nada de extraño. La persona remendada por la gracia de Dios, recompuesta, sigue siendo espléndida. Incluso tan espléndida como el apóstol Santiago, porque tenía sus lañas.
KINTSUGI
Tal vez has oído hablar del Kintsugi. Es una técnica japonesa para reparar piezas de cerámica rotas a la vez que las hace más bellas. En lugar de usar un pegamento discreto, los artesanos utilizan un esmalte especial espolvoreado con oro, plata o platino.
El resultado son hermosas “costuras” que hacen que las grietas de la pieza brillen, dándole un aspecto único. Pasan a ser auténticas piezas de joyería.
“En el trasfondo, late la idea de que lejos de desecharlos o que pierdan por eso su valor, no solo seguirán siendo útiles, sino que expresarán de esta forma su historia y su transformación positiva”
(De tal palo, Javier Schlatter).
Eso fue Santiago. ¿Será que dejamos a Dios hacer lo mismo con nosotros? ¿O será que nuestras reacciones son de soberbia? Porque no deja de ser soberbia ese tirar la toalla o ese quejarse en exceso (o sentir pesar en exceso) por nuestros defectos y nuestras caídas.
“Es que yo tengo muchos defectos”, pues ¡bienvenido al Club de los apóstoles!
“Señor, ¡que no me frenen las dificultades (ni las de mi carácter y mi lucha torpe…), que me tiren para adelante!”
Santiago con dieciocho años no lo sabía todo, casi no sabía nada. Pero no por eso es ingenuo. Y, mucho menos, cobarde o mezquino: porque le entrega a Dios lo que tiene y como lo tiene.
Ya le iba tocar aprender, poco a poco, que seguir a Dios no implicaba dejar de ser como era, sino ser santo así como era. Humildad, la que sale a relucir en aquellas palabras de la Escritura:
«Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que se reconozca que la sobreabundancia del poder es de Dios y no proviene de nosotros. En todo atribulados, pero no angustiados; (…) derribados, pero no aniquilados, llevando siempre en nuestro cuerpo el morir de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo»
(Hch 4, 7-10).
Todos tenemos nuestro Kintsugi, nuestras lañas…
Hay que ser conscientes de nuestra condición, pero que no nos impida lanzarnos a cosas grandes. Porque es el Señor el que dice:
«Vayan y prediquen el Evangelio a toda criatura hasta los confines de la tierra»
(Mc 16, 15).
Y para aquella época, los confines de la tierra terminaban en el Finisterre galaico y hasta allí llegó Santiago apóstol. Y no fue fácil. Lejos quedan las barcas y las redes, las tierras de Galilea…
No fue fácil, hasta murió mártir; pero allí está el testimonio de una entrega que, pasados los siglos, es ruta de constantes peregrinaciones…
Aproximadamente a partir del año 813, con el hallazgo de las reliquias del apóstol, aquel rincón de Galicia se convirtió en un centro de peregrinaje porque allí estaban los restos de Santiago.
La noticia se extendió por toda la Europa cristiana y los peregrinos comienzan a llegar al lugar del sepulcro, que se llamaba Campus Stellae (Campo de las estrellas), que hoy por hoy llamamos Compostela; Santiago de Compostela. Y la tradición era y sigue siendo, darle un abrazo a la tumba del apóstol.
Nosotros queremos ser espiritualmente ambiciosos como Santiago con nuestros kintsugis, nuestras lañas. Démosle un abrazo de amigos, de personas que nos sabemos de carne y hueso como él pero, ojalá, dispuestos a ser santos como él.
¿Cómo lo consiguió? Acordándose de Dios, estando cerca de Él, aún con sus fallos pero apoyándose en Dios y en su Madre…
Santiago de hecho, quería abandonar su tarea de evangelización en la península ibérica por la falta de frutos. Iba un tanto frustrado, cansado, cuando la Virgen se le apareció a orillas del río Ebro sobre un pilar. Ella le reafirmó en su tarea y le infundió la fortaleza y el ánimo que necesitaba.
Cuando aparezcan las dificultades, encontraremos consuelo en la Reina de los apóstoles. Ella nos impulsará y con su poderosa intercesión nos conseguirá de Dios lo que le pidamos…