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SANTIDAD A LA PARRILLA

SANTIDAD A LA PARRILLA

SAN LORENZO

Hace poco visitaba una Basílica. Teníamos tiempo así que empezamos a recorrer las distintas capillas laterales. En una de ellas surgió la pregunta: –“¿Y ese quién es?” –“Un diácono” dijo uno.

Tenía razón porque llevaba puesta la dalmática que es la vestidura que usan los diáconos cuando ayudan en la celebración de la Santa Misa; es distinta a la casulla que usan los sacerdotes. Pero todavía hubo otro que agregó: –“Sí, es San Lorenzo. Porque tiene la parrilla”. Efectivamente, allí estaba la parrilla que el santo agarraba con una mano.

“San Lorenzo es uno de los santos más venerados en Roma. Forma parte de ese grupo de mártires que fueron ajusticiados junto con el papa Sixto II durante la persecución de Valeriano, que dio orden de matar inmediatamente a todos los obispos, sacerdotes y diáconos.

Lorenzo era uno de los siete diáconos de la Urbe, que se encargaban de ayudar al Sumo Pontífice en los asuntos más importantes. En concreto, su oficio era uno de los de mayor responsabilidad puesto que era el encargado de cuidar de los pobres.

Es san Ambrosio quien explica que el diácono Lorenzo sufrió uno de los martirios más crueles, porque que, en vez de ser decapitado, fue quemado vivo en una parrilla.

Resulta que el gobernante de Roma lo llamó porque quería conseguir dinero y sabía que Lorenzo gestionaba los bienes de la Iglesia a favor de los necesitados: —“Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios –le dijo– y que en sus celebraciones tienen candeleros muy valiosos. Ve, recoge todos los tesoros de la Iglesia y tráelos, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar”.

LOS TESOROS DE LA IGLESIA

El buen diácono pidió tres días para poder organizarse y reunir todo lo que pudiera. Cumplido el tiempo se presentó delante de la autoridad afirmando: “—Ya tengo reunidos todos los tesoros de la Iglesia. Te aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador”.

El jerarca se frotaba las manos, pensando que iba a cubrirse de oro y plata, pero encontró algo bien distinto. Lorenzo había hecho llamar a todos los que ordinariamente ayudaba con las limosnas de los cristianos: pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos.

“—Ellos son los tesoros más apreciados de la Iglesia de Cristo”, dijo el santo en su defensa”

(cfr. Agosto 2016, con Él, Fulgencio Espa).

Esto produjo tanto enojo al gobernante que decidió que la tortura tenía que ser especialmente cruel. Así fue como terminó siendo quemado vivo en la parrilla…

Con todo el respeto a san Lorenzo me acordaba que hace un año o dos se puso de moda, al menos por estos rumbos, un Instagramer llamado robegrill (algunos todavía lo siguen).

Pues se trata de un joven que comenzó aventurándose a hacer distintas carnes a la parrilla. Pero tenía la peculiaridad de que agarraba el trozo de carne cruda que estaba a punto de poner sobre aquella parrilla ardiente y le daba un golpe mientras exclamaba “¡que chille!”.

San Lorenzo se dirigió a su condena con la entereza de los mártires. Él no gritó, no se quejó, no chilló. Es más, cuentan que en medio de la tortura pidió que le dieran la vuelta pues ya estaba bastante quemado por la parte en que lo habían puesto…

LOS MÁRTIRES

Uno nunca sabe hasta qué punto este tipo de detalles en los relatos son leyenda o son fidedignos. Pero lo que sí es seguro es que aquellos mártires afrontaban la pena con gran paz. Y era tal la impresión que causaban que muchos del pueblo que contemplaban la ejecución, o incluso los soldados que la ejecutaban, se preguntaban el por qué y acababan abrazando la fe verdadera. De allí viene la expresión: “sangre de mártires, semilla de cristianos”.

“Es la versión hecha vida de lo que Tú dices en el Evangelio Jesús:

En verdad, en verdad les digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto.”

(Jn 12, 24)

Pero volvamos a esa escena que despertó la ira del gobernador de Roma: —“Ellos son los tesoros más apreciados de la Iglesia de Cristo”, dijo el santo señalando a los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos.

Ojo, que no lo decía por provocar. Lo decía por convencimiento; “porque te veía a Ti, Jesús, en ellos”. Distinto es que aquello no cupiera en la pobre cabeza del gobernante pagano. Pero ¿será que cabe en la nuestra…? ¿Soy consciente de las riquezas de la Iglesia? Conviene preguntarse, ¿qué hago yo por los más pobres, por los que necesitan de mí una palabra de aliento o cualquier bien material?

Es una lástima que no se dejen de oír comentarios críticos sobre la supuesta “riqueza” de la Iglesia, o los “tesoros del Vaticano”, o cosas por el estilo. A mí me recuerdan al gobernador de Roma…

APORTE DEL CRISTIANISMO

Cierto que la Iglesia dedica lo mejor al culto. Cierto que hay vasos sagrados, custodias, obras de arte en las Iglesias del mundo entero. Algunas de gran valor, otras muy pobres. “Pero siempre están cargadas del cariño de quienes quieren darte a Ti, Señor, lo mejor”.

Pero esas no son las auténticas riquezas de la Iglesia.

La Iglesia tiene riquezas de las que preciarse. Auténticos tesoros que ha aportado a la historia y a nuestras culturas.

La Iglesia ha cruzado los siglos y el mundo. Sin la Iglesia y sus enseñanzas no tendríamos las catedrales románicas y góticas, la pintura barroca, el Réquiem de Mozart, la Pasión de Bach y el Mesías de Haendel. Por no hablar de la contribución del cristianismo a la supervivencia y difusión de la cultura antigua clásica. Es más, inventamos el método científico y las leyes de la evidencia. Creamos el sistema universitario; sin la Iglesia no habría universidades… (cfr. ¿Ez razonable ser creyente?, Alfonso Aguiló)

Y podríamos seguir, pero ni siquiera esas son las auténticas riquezas de la Iglesia.

CONTEMPLAR EL ROSTRO DE DIOS

“Habría que fijarse en todos esos curas de pueblo que permanecen en lugares de los que ha huido casi todo el mundo. Y en el sacrificio de tantísimos religiosos y religiosas que lo han dejado todo para ir a servir a los desheredados de la fortuna, tanto en lejanas tierras de misión como en esos otros lugares olvidados de todos, pero dramáticamente cercanos, y cuyo sacrificio tantas veces solo es observado por Dios.

Repartidos por los parajes más agrestes u hostiles del mapa, [como señalaba un prestigioso periodista], una legión de hombres y mujeres de apariencia humanísima y espíritu sobrehumano contemplan cada día el rostro de Dios en los rostros acribillados de moscas de los moribundos, en los rostros tumefactos de los enfermos, en los rostros llagados de los hambrientos, en los rostros casi transparentes de quienes viven sin fe ni esperanza.

Son hombres y mujeres enjutos en cuyos cuerpecillos entecos anida una fuerza sobrenatural, un incendio de benditas pasiones que mantiene la temperatura del universo. Un día descubrieron que Dios no era invisible, que su rostro se copia y multiplica en el rostro de sus criaturas dolientes, y decidieron sacrificar su vida en la salvación de otras vidas, decidieron ofrendar su vocación en los altares de la humanidad desahuciada”

(¿Es razonable ser creyente?, Alfonso Aguiló).

Vaya manera de decirlo, ¿no?… Ese es el auténtico tesoro de la Iglesia. El que sabía contemplar san Lorenzo y el que siguen contemplando, no solo los curas, los religiosos o los misioneros, sino todo cristiano que intenta vivir su fe coherentemente. Porque el gran secreto es la caridad: el amor a Dios y al prójimo. “El prójimo que toma tu rostro Jesús, y se vuelve un tesoro”.

Tú, Madre nuestra, contemplas ese tesoro. Ayúdanos a nosotros a saber hacerlo también.

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