En estos diez minutos con Jesús, como siempre, procuramos hablar con el Señor, hablar con Jesús, establecer este rato de comunión, de comunicación, porque Jesús es alguien vivo; es Dios que se ha encarnado.
Y, por lo tanto, para poder seguirlo, para poder identificarnos con Él, parecernos a Él, hasta llegar a poder decir como san Pablo: que ya no vivimos nosotros, sino que Jesús vive en nosotros.
Necesitamos su ayuda, necesitamos su gracia, de Él viene la gracia. De Jesús viene la fuerza, la capacidad, la vida y se lo pedimos en la oración.
QUE NUESTRA VIDA SEA COMO UN LIBRO ABIERTO
“Jesús, ayudame a convertirme en otro Vos, a parecerme tanto a Vos, que los demás puedan decir que soy cristiano, que soy un seguidor tuyo, que me parezco a Vos. Que les hago acordar al Evangelio, sobre todo, por las cosas que hago, más que por lo que digo”.
Porque mi vida es como un libro abierto. Tiene que ser la vida de cada uno de nosotros, como un Evangelio abierto, en el cual los demás puedan leer la vida de Cristo.
Porque comemos como Cristo comería, porque hacemos deporte como Jesús haría deporte y nos imaginamos al Señor haciendo deporte; claramente no haría full, no insultaría a nadie, no se burlaría de nadie, no haría trampa…
Tantas cosas que, si nos sentamos a pensar, hacerlas como las haría Jesús. Esto es nuestro objetivo como cristianos: parecernos a Jesús en todo.
SAN LUCAS
El Evangelio de hoy dice san Lucas:
“En aquel tiempo designó el Señor otros 72 y los mandó por delante de sí, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares donde pensaba ir Él.
Les decía: «La cosecha es abundante y los obreros pocos. Pidan pues, al dueño de la cosecha, que mande obreros a su cosecha y pónganse en camino.
Miren que les mando como corderos en medio de lobos. No lleven bolsa ni alforja ni sandalias y no saluden a nadie por el camino.
Cuando entren en una casa, digan primero: paz a esta casa. Si ahí hay gente de paz, descansará sobre ellos esa paz; si no, volverá a ustedes.
Quédense en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No anden cambiando de casa.
Si entran en una ciudad y los reciben, coman lo que les den. Curen a los enfermos hay allí y díganles: El Reino de Dios ha llegado a ustedes»”
(Lc 10, 1-9).
EVANGELIZAR
Jesús enseña muchas cosas. La primera de todas es este mandato que nos da: que vayamos por el mundo entero para evangelizar. Para, de alguna manera, mostrar que Dios está vivo; que Dios existe; que Dios es misericordioso y que Dios es Jesús que se ha encarnado.
Dios es trino, pero Jesús es ese Dios encarnado que nos muestra el camino.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”
(Jn 14, 6).
Al encarnarse, ha hecho mucho más fácil que lo podamos conocer. Al Dios del Antiguo Testamento, nadie lo había visto. San Pablo dirá:
“Al Padre nadie lo vio, sino el Hijo”
(Jn 1, 18)
y el Hijo nos lo revela a nosotros. Nos cuenta cómo es Dios, sobre todo, nos lo cuenta con su vida; más que con sus palabras, con su vida.
CÓMO FUE JESÚS
Al encarnarse nos va a decir todo eso, cómo descansaba Dios, cómo hacía deporte Dios, cómo comía Dios, cómo se manejaba, cómo manejaba el tiempo, qué horario tenía, cuánto tiempo rezaba, cuánto tiempo le dedicaba a cada actividad.
Cómo trataba a la gente, cómo trataba a sus enemigos, cómo trataba a la gente que lo despreciaba, que lo calumniaba. Incluso, nos va a mostrar qué hacer con el dolor, qué hacer con la soledad, con la traición…
Jesús nos va a mostrar el camino para cada problema que tengamos. Por eso en Él están todas las respuestas. Solamente tenemos que ir al Evangelio para mirar que es lo que estamos haciendo en este momento.
Mirar, mirar el Evangelio. Mirar a Jesús. Conocer cada día, dedicar un tiempo para conocer a Jesús, porque solo de esa manera podremos imitarlo, podremos revivir su vida en nosotros; comportarnos como Jesús lo haría.
EL PECADOR Y EL SANTO
En cada uno de nosotros convive el pecador y el santo. San Agustín lo decía de la Iglesia: que es santa y pecadora. Utilizaba otra palabra un poco más fuerte: meretriz. Pero se refería a esto, a que cada uno de nosotros, los cristianos, somos santos y pecadores.
Convive en nosotros el pecador que somos, pero que ha sido dado por la gracia a la santidad.
Tendremos momentos de santidad y momentos de pecado. Tenemos que procurar que esos momentos de pecado se conviertan y volver al camino de la santidad, que es un camino normal, ordinario.
PENSAR EN LOS DEMÁS
No es un camino de hacer cosas raras, cosas dificilísimas, sino simplemente pensar en los demás; dedicar tiempo a la gente que nos lo pide, dedicarle atención, estar en los problemas de los demás.
Asegurarnos de hacer todo lo que tenemos que hacer cada uno de los días de nuestra vida. Ayudar, servir… tantas cosas pequeñas que, a lo largo del día se van concretando en ese camino de santidad y muchas veces nos salimos de ese camino y ahí somos pecadores.
ESCUCHAR LA VOZ DE DIOS
Hace poco, un chico llegó tarde a comer y se me vino un pensamiento a la cabeza: ¿Lo acompaño a cenar o me voy a dormir? Porque a esa hora tenía mucho sueño y, al día siguiente, tenía que levantarme temprano.
Ahí, si me voy a dormir, estoy desoyendo la Voz de Dios, estoy optando por mi interés, por mi bien y estoy desoyendo esa intuición que Dios me está dando a través de mi propio corazón, de mi propia cabeza de decir: “sería bueno que te quedes y lo acompañes porque va a comer solo, va a cenar solo y es tarde; aunque sea un rato”.
En esos momentos, cuando un hijo pide ayuda y uno está viendo de pronto el periódico, una serie o está descansando, escuchando un poquito de música y te interrumpen y te piden que les des ese poquito de descanso que tenías en el día o lo que sea…
Un trapito que te pide una limosna, uno le puede tratar con amabilidad o, simplemente, hacer una seña para que pase de largo. Tantos momentos, a lo largo del día, en el cual podemos ser santos o pecadores.
RECONOCER QUE SOMOS PECADORES
Lo importante es cuando somos pecadores, reconocerlo y decir: “Señor, dame otra oportunidad. Por favor, perdóname, dame otra oportunidad. No quiero ser así, quiero volver.
Quiero volver a la casa del Padre. Quiero volver a tu camino. Quiero seguir siendo como esos 72 que enviaste a llevar el Evangelio al mundo entero.
Y, para eso, tenemos que despojarnos de nuestro amor propio; despojarnos del pecado de nuestra vida, porque el pecado es eso: egoísmo, pereza, soberbia, sensualidad, amor propio…
Todo eso que se interpone y hace obstáculos a la vida del cristiano y que hace que los demás no vean en nosotros al cristiano.
En ese caso si yo me iba a dormir, ese chico no iba a ver un cristiano en mí. Iba a ver, a lo sumo, un tipo que priorizaba su sueño a todo lo demás; en el fondo, un egoísta.
O iba a ver a un cristiano, en la medida en que me quedara con él y lo acompañara y le hiciera pasar un momento agradable, aunque sea veinte minutos.
EN TODO ESTAMOS SIENDO CRISTIANOS O PECADORES
No vamos a dejar de ser pecadores nunca, esa es nuestra identidad, nuestro ADN.
Lo importante es volver a ser de esos 72, volver al camino, cada vez que nos descaminemos. Y nos descaminamos muchas veces por día.
“El santo peca siete veces por día”
(Prov 24, 16)
dice la Escritura; nosotros, por lo menos, 70 (agregamos un cerito) y tenemos que volver nada más. Es lo único que nos pide Dios: vuelvan al camino.
¿Cómo? Haciendo un acto de contrición; diciéndole: “Jesús, perdóname, estuve mal, perdóname. Prioricé mi egoísmo, mi necesidad, mi bien por encima de esta persona, ayúdame”. Y de esa manera volveremos al camino y Jesús triunfará en nosotros.
Se lo pedimos a María.