En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
(Lc 9, 22)
Qué profundo eco dolorosísimo, tiene que haber provocado este anuncio de Jesús al alma de sus discípulos.
El Hijo del hombre, Él, Jesús, tiene que padecer mucho, y qué manera de padecer, porque lo que se le viene encima resultaba inimaginable para los apóstoles.
¿Cómo Jesús de Nazaret, siendo tan bueno, tan manso y humilde de corazón, tan amable, tan entregado, sin hacer acepción de personas, atendiendo a todos con una paciencia infinita, con un cariño que no conoce límites…
¿Cómo este Jesús de Nazaret puede ser tratado como un criminal?
Y ser llevado al patíbulo de la Cruz, el peor suplicio, el peor castigo que contemplaba la ley romana.
ABRAZA EL SUFRIMIENTO
Tan extremo era ese castigo, que la misma ley romana prohibía crucificar a cualquier ciudadano de Roma. Era el destino cruel de los que no pertenecían directamente al imperio romano.
Sea lo que sea, el Señor no es víctima de la situación, sino que Él abraza con absoluta libertad el sufrimiento, el dolor de su cuerpo y el sufrimiento de su alma.
Este es un misterio, lógicamente, pero que para nosotros también es una fuente de luz muy potente, la más potente de todas.
Jesús nos está diciendo: ¿Quieres amar? Tienes que aprender a avanzar por el camino del amor sabiendo sufrir.
Esto que, para nosotros, para todos, para ustedes y para mí, nos resulta “contraintuitivo”.
En principio, nosotros pensamos que amar es: “todo bien”, “viento por la popa”, en el trabajo las cosas funcionan bien…
En la familia los hijos maravillosos y modélicos, sin defectos, y una colección de éxitos, y el papá y el marido y la mujer y hasta la suegra…
Y no, la vida no es así, más temprano que tarde nos encontramos con dificultades, penas, dolores, enfermedades, limitaciones, miserias, pecado.
Somos víctimas quizá del pecado del otro, pero también somos víctimas por así decirlo, de nuestros propios pecados.
Esta es la realidad, el claroscuro de la vida del hombre sobre la tierra. Luz, gracia, amor de Dios, el amor humano también, pero también “sombra”, la sombra del dolor.
Jesús quiso asumir absolutamente esta sombra tenebrosa de la miseria y de la limitación humana.
CAMINO DE PADECIMIENTO
¡Qué grande es el amor de Dios! Que escogió este camino de padecimiento para manifestarnos su amor y también nosotros tenemos que avanzar por ahí.
Pidámosle ahora al Señor en nuestra oración: “Señor, que no caiga en la ingenuidad de pensar de que te llegaré a amar de verdad, si no aprendo a sufrir algo por Ti”.
Ahora el Señor no nos pide que nos crucifiquemos, el Señor nos pide cosas habitualmente extraordinarias.
Jesús nos invita a abrazar ese sufrimiento pequeño, esa pequeña incomodidad, ese rasgo del carácter del otro, de la otra, que nos incomoda y nos cansa, ahí está el camino auténtico del amor y de la santidad.
O esa contrariedad en el trabajo, en que las cosas no terminan de salir adelante, a pesar de todo el empeño y el esfuerzo que le pongo…
Me acuerdo de un amigo que tengo en Canadá, y está ahí luchando para sacar su emprendimiento y pensando por supuesto también en su familia, con una colección de dificultades
Bueno, ese es su camino de santidad, se está haciendo santo, está asumiendo un camino, una escalera, asistido por la gracia de Dios, que culmina en el Cielo.
Siempre subir cansa, no hay andariveles, funiculares que nos lleven cómodamente al Cielo.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas»
(Lc 9, 22)
A veces también sufrimos este desprecio, maledicencias, interpretaciones equivocadas de nuestras obras, juicios o prejuicios respecto de lo que, no es más que fidelidad a las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia.
También podemos sufrir el peso del amor a la verdad. Cristo fue desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, por los intelectuales de la época, digamos. Un cristiano coherente hoy, tiene que estar dispuesto a sufrir cierto grado de incomprensión si pretende ser fiel, como tú y yo queremos ser fieles al Señor.
Porque el mundo actualmente, no va por el camino de la fidelidad a la verdad de Jesucristo.
UN AMOR VALIENTE
Muchos han claudicado, incluso pastores. Renovemos entonces un propósito, que a la vez es una oración de petición.
“Señor, haznos fieles, sobre todo en el momento de la prueba, cuando las cosas cuestan.
Que sepamos mirarte a Ti, y encontrar en Ti nuestra fortaleza, para no claudicar, para seguir adelante, para llenarnos de tu fortaleza, para que nuestro amor sea valiente.
Un rasgo tan bonito del amor, que podemos contemplar no solo en Cristo, lógicamente, sino también en santa María, en las santas mujeres y en san Juan.
Ellos fueron valientes, no claudicaron el momento difícil, cuando todos los demás huyen, ahí ellos saben permanecer.
¿Tú sabes permanecer fiel, cuando los demás a veces por el ambiente, las circunstancias, o lo que sea, y de alguna manera huyen de las enseñanzas del Señor?
¿Sabes ir contracorriente, sabes ser distinto sin pretenderlo? Pero al final, es un tema de coherencia. ¿Sabes ser distinta cuando tu conciencia lo exige?
Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día, y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? (Lc 9, 23-25)
Estas palabras serían para un curso de retiro y más… Renovemos entonces, en este comienzo de la Cuaresma, el propósito de cargar con la Cruz de cada día.
Saber llevar con alegría, con una sonrisa en los labios, en la mirada, las cosas que nos puedan costar.
Y así estaremos siendo fieles a lo que el Señor nos pide y también que sepamos acompañar a quienes sufren.
Porque el sufrimiento conlleva una cierta soledad, el sufrimiento nos pone al margen de la vida normal.
Los demás quizás van bien, son felices, festejan, y yo en cambio estoy solo aquí con mis problemas…
Lo que más reconforta a esa persona que sufre, en este sentimiento de soledad, es que alguien le pueda decir: “te comprendo, yo sé lo que es eso, yo también he pasado por ahí y te acompaño.”
Saber acompañar al que sufre, ese acompañamiento a veces no es más que: estar, escuchar, rezar.
Pidámosle a la Virgen santísima que nos dé la fortaleza suya para permanecer fieles al pie de la Cruz.
Deja una respuesta