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DAME UNA SEÑAL

SEÑAL,

DÁNDOME UNA SEÑAL

Hace una semana, se celebró en Caracas una carrera de diez kilómetros en la que participó mucha gente. Es una carrera muy popular porque la distancia es bastante razonable, está patrocinada por una conocida marca de bebidas deportivas y hay música a lo largo del recorrido.

Un amigo que estaba regresando a este mundo de las carreras, decidió inscribirse. Él siempre ha tenido buenas condiciones físicas, pero quería probarse a ver qué tal le iba. Así que se dedicó a entrenar seriamente, las semanas previas a la carrera, con la esperanza de culminar en un tiempo decente.

Y llegó el día esperado, y las condiciones perfectas en el ambiente. Arrancan los corredores. Como es una carrera más bien amateur, hay de todo: los que van disfrazados con equipación aerodinámica y los que prácticamente corren en chanclas; los que van decididos a bajar su marca personal y a los que les interesa la foto en la meta sin importar el tiempo.

Pues mi amigo empezó bien, pero a medida que pasaba el tiempo, se iba notando el peso del recorrido. Me dice que el el kilómetro siete, ya se  estaba reventado. Pero justo en ese momento, un corredor de mayor edad le pasó por un lado, evidentemente a mayor velocidad. 

Apenas el corredor lo pasó, mi amigo se fijó en su espalda y vio que en la parte posterior de su camiseta tenía algo escrito: “todo con amor, si no ¿pa’ qué?”.

Era la señal que necesitaba mi amigo para seguir, la inyección de adrenalina que necesitaba para seguir hasta el final. Y de hecho, creo que mi amigo sospecha que pudo haber sido un favor de su ángel de la guarda.

UNA SEÑAL VISIBLE

Pero fue una señal que podía haber pasado desapercibida. No sería el único que tendría algo escrito en la espalda, o mi amigo por el cansancio se podía estar fijando en el suelo o en cada paso que daba. 

No era tan difícil que esta señal no hubiese sido vista… ¡pero la señal estaba allí!… Como tantas otras que Dios nos va dando, y que por nuestro cansancio, o trastorno espiritual de déficit de atención, no conseguimos ver.

Lo más paradójico de esta situación es que con frecuencia le estamos pidiendo más señales a Dios y Él podría perder justamente la paciencia y decirnos casi perdiendo la paciencia: “¿más de las que ya te doy?”.

Es lo que sucede en el episodio que leemos en el evangelio de hoy:

«Estaba la gente apiñándose alrededor de él y se puso a decirles: —Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.

La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.

Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás» (

Lc 11,29-32).

SIGNOS Y SEÑALES

San Pablo escribió tambien, y mucho tiempo después:

«Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría»

(1Cor 1,22-23).

Pero esas palabras del Evangelio de hoy, no son solo un reproche a la necedad de los judíos de la época, sino que estas palabras van dirigidas a nosotros. 

Son como un reproche que nos sirve de despertador. Es como si Jesús nos dijera a ti y a mí: “¿no te da vergüenza saber que otros, con menos señales han sabido responder mejor que tú?”.

Y aquí podemos partir de una premisa: Dios nos está hablando constantemente, nos está dando señales de su cercanía y de su amor muchas veces durante el día. 

Estos signos pueden ser muy espectaculares o muy comunes, pero en uno y otro caso, si no tenemos los ojos de la fe bien atentos, se nos escapan y perdemos estas oportunidades valiosísimas de ver a Dios muy cerca de nosotros, hablándonos, dándonos aliento.

Dios nos da más señales de las que necesitamos. Pero hace falta entrenarse en tener la finura en los sentidos, para reconocerlo con mayor rapidez.

Te voy a contar (aunque me parece que ya lo he comentado otro día), lo que a mí me funciona, que capaz también te sirva a ti.

Es algo muy concreto y muy sencillo, pero para mí tiene una eficacia casi inmediata. Se trata de volverse “maniático del agradecimiento”. Si hay una manía que vale la pena adquirir, es la de agradecer a Dios por absolutamente todo, hasta lo más insignificante.

SER AGRADECIDOS

Si abro los ojos en la mañana: ¡gracias, Dios mío! Si sale agua caliente para poderme afeitar: ¡gracias, Dios mío! Cada vez que me tomo un vaso con agua: ¡gracias, Dios mío!

Si el auto arranca a la primera, si la lámpara enciende sin problema, si la puerta abre con facilidad… ¡Gracias, Dios mío!”.

Uno de los efectos casi inmediatos de esta manía, la manía del agradecimiento, es que se empieza a ver más fácilmente la ayuda de Dios para tantas cosas. 

Es más, uno se sorprende ante los milagros cotidianos que habitualmente no solemos ver, precisamente porque son cotidianos y nos acostumbramos a ellos. 

Vamos adquiriendo esa finura para ver en todo las señales que Dios nos va dejando. Es como si se dilataran las pupilas de la fe, y se hiciera más fácil reconocer la cercanía de Dios.

Otro efecto importantísimo, es que mejora nuestra vida de oración. Porque si estamos constantemente hablando con Dios -que es la definición de oración- para darle gracias, aumenta nuestra confianza en el trato con Él. 

Después, cuando le dedicamos esos momentos que son exclusivamente de oración, el diálogo es más fluido porque ya no estamos hablando con un desconocido, sino con alguien con quien hemos tenido un trato casi continuo a lo largo del día porque le hemos dado las gracias infinidad de veces.

Y un tercer efecto es la confianza y el abandono. Es casi una consecuencia de lo primero, porque entonces se hace más fácil confiar en un Dios, de quien tenemos la certeza de que vive muy cerca de nosotros, ayudándonos en infinidad de detalles grandes y pequeños.

En fin, con este sistema es que hay mucho que ganar y poco que perder.

CON DÉFICIT DE AGRADECIMIENTO

Le pedimos a nuestra Madre del Cielo que nos vaya curando de este déficit espiritual de atención con el que podemos incluso molestarnos con Dios, porque nos parece que no nos habla tan claro, no nos da señales a nuestro gusto o capaz que pensamos que Dios “nos deja en visto”, así como en el Whatsapp….

Las señales están allí, otros con menos señales de las que hemos visto nosotros, ya se hubieran convertido.

Pero para un alma enamorada, todo le recuerda al objeto de sus amores; y ojalá para nosotros ese sea Dios.

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