Después de la Resurrección se aparece Jesús a los apóstoles y no los regaña por su falta de fidelidad. El Señor los conoce, nos conoce y tiene misericordia con ellos, tiene misericordia con nosotros.
La técnica del Señor es vencer el mal con el bien. No sólo no destituye a las personas que había nombrado y que obraron mal, sino al contrario, los sorprende con misericordia, los sorprende con confianza.
Hoy, segundo domingo de Pascua, es una celebración muy importante en la Iglesia católica, porque la conocemos así: el domingo de la Divina Misericordia.
Una festividad que instituyó Juan Pablo II en el año 2000 durante el Jubileo, cuando declaró el segundo domingo de Pascua como el domingo de la Divina Misericordia. Una fiesta que se origina en las revelaciones privadas de sor Faustina Kowalska en 1931 y san Josemaría la mencionó y pidió que este domingo sea el domingo de la Divina Misericordia.
A veces puede ser que no confiemos en el Señor, como le pasó a Tomás en el Evangelio de hoy, pero Jesús siempre confía, siempre tiene misericordia con nosotros. No nos destituye, sino que, al contrario, nos sorprende con su misericordia.
LA PAZ A USTEDES
Fíjate, estaba anocheciendo aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, un poco con miedo, las puertas estaban cerradas y de repente, Jesús entra, se pone delante de todos y les dice:
«“¡La paz esté con ustedes!”. Diciendo esto les muestra las manos, les muestra su costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: “¡La paz a ustedes! Como el Padre me envió, así también Yo los envío”. Y después de decir esto sopló sobre ellos y dijo: “Reciban el Espíritu Santo: a quien les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quien se los retengan les quedarán retenidos”.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos visto a Jesús, hemos visto al Señor”. Pero él contestaba: “Si no veo sus manos con las señales de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos, si no meto la mano en su costado, no lo creeré”.
Y a los ocho días estaban de vuelta reunidos los apóstoles, Tomás estaba con ellos y apareció Jesús de vuelta y dijo: “La paz a ustedes”. Y de repente se dirigió a Tomás y le dijo: “Trae tu dedo, aquí están mis manos; trae tu mano, métela en mi costado, no seas incrédulo, sino creyente”. Y Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío”. Jesús le insistió: “Porque me has visto, has creído. ¡Bienaventurados los que crean sin haber visto!»»
(Jn 20, 19-29)
SANTO TOMÁS
Hoy, en este rato de oración, quería fijarme especialmente en la figura de santo Tomás, un apóstol que parece incrédulo. Un judío, pescador de oficio, que de repente tiene la bendición del llamado de Jesús, pero que seguía quizá con alguna duda.
Ese encuentro con Jesús había cambiado su vida, pero cuando Jesús muere empieza a dudar, “se le caen los naipes”, como se dice y no confía en que Jesús Resucitará.
Pensaba que también habría sido muy duro para ellos. Estarían siendo buscados por Pilatos después de la muerte de Jesús. Después de la sepultura estarían un poco cabizbajos. Quizás no lo querían aceptar. Habían llorado. De repente María Magdalena dice que lo había visto, pero les faltaba fe.
Hay otras apariciones. De hecho, la semana anterior habían estado ahí los apóstoles con él. Pero le faltaba paz y Jesús viene a traernos paz, a vos también.
Parecería ser que estaba en un lugar equivocado, que no había estado porque tenía alguna necesidad de ir a otro lado. Pero el hecho es que Tomás no estaba cuando Jesús apareció por primera vez.
Esta vez sí que está y Jesús viene a traer una luz que quema. Una luz que llena de paz, que llena de confianza, que viene a mostrar también la incredulidad de Tomás como algo muy real. Hoy Tomás va a creer.
«Señor mío y Dios mío».
Hay un cuadro que se llama así: “La incredulidad de santo Tomás”. Fue pintado en 1602 en Roma. Están tres apóstoles en torno a Jesús resucitado y uno de ellos, de manos toscas, dedos gruesos, dedos fuertes, es Tomás que no puede creer al ver al resucitado.
¿Qué harías vos cuando te cruzarías con Jesús? El Hijo de Dios resucitado, en un gesto muy humilde, accede a que Tomás toque su costado, que meta los dedos en las manos. Que vean que también Jesús está vivo, que Jesús no le falló.
Los apóstoles en esta imagen son hombres rudos también, habían estado trabajando, seguramente como pescadores también. Y la verdad es que, igual que Tomás, les falta creer, aunque Jesús se muestra de verdad.
El pintor es Caravaggio, seguramente lo conocés. Jesús resucitado ante los discípulos muestra a Tomás que no le falló. Muestra a Tomás que Él está vivo. Nosotros confiamos en ese Jesús vivo.
Fíjate, Tomás, como los demás apóstoles, fue elegido por Jesús para llevar esa buena nueva.
“Jesús nunca impone”, dice el Papa Francisco: “Jesús es humilde, Jesús nos invita”.
Y ahora, en estos días de Semana Santa, al ver al Papa salir y visitar la cárcel, salir y dar el mensaje Urbi et orbe, dar la bendición sobre la gente ahí en la Plaza San Pedro, nos anima también a eso, a ser humildes, a dejarnos invitar por Jesús, a dejarnos llamar por Jesús.
¿ESTAMOS DISPUESTOS?
San Josemaría quiso grabar a fuego en nuestra mente que el fundamento de toda nuestra labor, de esa intensa vida cristiana, de esa vida de contemplativos, pasa por cómo también nosotros tenemos vida interior, por cómo tratamos a Jesús.
Fíjate, cuando la primera vez que aparece Tomás en el Evangelio, nos cuenta san Juan que es un momento crítico en la vida de Jesús. El Señor quería ir a Betania para resucitar a Lázaro y acercándose a él le pidió con mucha confianza. Está yendo a Jerusalén, es una tierra peligrosa. Pero en esa ocasión Tomás dijo a los demás apóstoles:
«Vayamos nosotros también a morir con Él»
(Jn 11, 16).
¿Vos estarías dispuesto a dar la vida por Jesús? ¿Vos en esta Pascua querés también dejarte llamar por Cristo para ir con Él?
Otro pasaje evangélico en el cual interviene santo Tomás es la Última Cena. Cristo comenzó aquella cena expresando sus sentimientos:
«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer»
(Lc 22, 15).
Seguramente lo meditaste el Jueves Santo, el día de la institución del sacerdocio, de la institución del sacramento de la caridad. Pero estaban con los corazones turbados y Tomás le dijo:
«No sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?»
Y Jesús responde una cosa muy bonita que también te animo a vos seguirla, porque Jesús dice:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida»
(Jn 14, 5-6).
¿Nosotros seguimos ese camino, escuchamos esa voz, esa verdad? ¿Vivimos de acuerdo a la vida de Cristo?
La escena de la incredulidad de Tomás que hoy hemos leído en el Evangelio es mucho más conocida, porque, según como lo cuenta también san Juan, Jesús quiere aparecerse precisamente a él, va a buscar a Tomás.
En el fondo nos lo dice también a nosotros. Y Tomás considera esa realidad que la comparte y deja también que nosotros participemos de ese Señor mío y Dios mío, como hemos empezado este rato de oración.
Jesús nos invita a seguirlo, nos invita a estar con Él en las personas que tenemos alrededor. Es un Evangelio que también nos muestra una llamada a no quedarnos, una llamada a descubrir con alegría que somos uno más de los apóstoles de Jesús.
Señor mío y Dios mío, es algo que nos cuestiona. Nos lleva también confiar en Él, a confiar en su misericordia.
Aprovechemos este domingo de la Divina Misericordia, como también nos animaba sor Faustina Kowalska, a confiar en la misericordia del Señor. A confiar, porque esa es la esencia de la devoción a Jesús misericordioso. A confiar también porque la misericordia define nuestra actitud.
La misericordia es también la actitud amor activo que tenemos cada uno con el prójimo. Y el Señor Jesús, a aquellos que son devotos de su misericordia, también será muy misericordioso.
Se los pedimos a santa María, acompañándonos también en estos días de Pascua, que también sintamos esa misericordia de Dios para no dudar nunca de su confianza, para no dudar nunca de que no nos tacha, que no nos elimina, sino que también confía en nosotros, aunque a veces no tengamos fe.
Que sea María santísima con el ejemplo también de santo Tomás, que confirme también nuestro camino, que nos confirme también en la esperanza y en la alegría.