Vamos a hacer este rato de oración utilizando un libro del Antiguo Testamento que se lee hoy en la misa, el libro de Deuteronomio.
El Deuteronomio es el quinto libro de la Biblia y recoge una serie de enseñanzas de Moisés a todo el pueblo. Ha sido como un pequeño resumen de esa alianza entre Dios y su pueblo.
Allí encontramos recogidas una serie de prescripciones que dá el Señor a ese pueblo con el que ha formado esa Alianza. Y dice así:
“Moisés habló al pueblo diciendo: Ahora Israel ¿Qué es lo que te exige el Señor tu Dios? Que temas al Señor tu Dios, que sigas sus caminos y le ames, que sirvas al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda el alma; que guardes los preceptos del Señor tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy para tu bien”.
(Dt 10, 12-22)
QUE TE SIGA, QUE TE AME, QUE TE SIRVA
Es un pasaje precioso el que Tú Señor nos dejas en el día de hoy para meditar, para pensar. Y aunque realmente allí se está dirigiendo al pueblo de Israel, y de eso hace muchos años que nos separan, muchos siglos; sin embargo esas palabras nos está dirigiendo el Señor a ti y a mí, que estamos haciendo ahora estos 10 minutos con Jesús, Contigo Señor.
Nos dices y nos pides que temamos a Dios. Desde luego no es un temor como uno le pueda tener una fobia a un jefe gruñón, exigente o duro; o tal vez ese temor a una persona que nos pueda hacer daño.
Sino que es ese respeto y cariño que un hijo guarda de su padre. Los hijos en principio no tienen miedo de sus papás, les tienen un respeto desde luego. Y es muy importante que los hijos queramos a nuestros papás, y les respetemos. No les hablaremos de malas maneras, eso es impensable, (aunque a veces pasa en algunas familias).
¿CÓMO ES MI TRATO CON LOS DEMÁS?
Ahora es un motivo para también pensar como yo trato a mis papás, como trato a mis hermanos y mis hermanas…Y el Señor toma como base esa palabra de temor reverencial, de respeto, de cariño hacia Él. Y en ese contexto se dirige a ese pueblo al que ha sacado de la esclavitud de Egipto.
Y a ti y a mí el Señor nos ha salvado, y tenemos por tanto, muchísimos motivos más que suficientes para tenerle respeto, y más aún, para amarle. Que es lo que les dices a continuación:
“Que sigas sus caminos y le ames”.
Y es eso lo que el señor nos pide a ti y a mi ahora. Jesús nos está diciendo: ¡Lo pido por favor: Ámame!
AMARLO VERDADERAMENTE
Y esto nos debe mover el corazón, nos debe enternecer, ya que Dios es el hacedor del Universo, con su Omnipotencia, con esa bondad y belleza, que no teme hacerse hombre y morir de la manera más cruel… Es Él quien nos dice y pide que lo amemos, que sigamos sus caminos, que le sirvamos, que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, que guardemos sus preceptos.
¿Cómo no vamos a querer amarte Señor? ¿Cómo no vamos a querer obedecerte? Porque todos los preceptos que nos has dejado, y hemos aprendido desde pequeños en el Catecismo -ese libro pequeñito sencillito que bien recuerdo del Colegio Salesiano nos aprendíamos de memoria- los mandamientos de la Ley de Dios y los Mandamientos de la Iglesia.
NOS TRAZAS EL CAMINO
Esos son los primeros conocimientos de nuestra fe, de lo que tú Señor nos has dejado. Y si, esos mandamientos que nos has dejado no son para complicarnos la vida, no es como que en un momento determinado, la Trinidad, Dios Padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo se sientan y piensan: ¿Cómo vamos a complicarles la vida a los hombres? Pues mira, a mí se me ocurre este mandamiento… A ver, escribe… y así salen 10 mandamientos… ¡no!
Tú Señor has querido darnos como unas señales, cómo trazar un camino para nuestro bien, para que seamos felices y al mismo tiempo, sabes qué nos cuesta, porque encontramos las huellas del pecado.
SOMOS PECADORES
No olvidemos esto: que tú y yo somos pecadores. Tu y yo que estamos haciendo este rato de oración, que somos pecadores e hijos de Dios, y tenemos necesidad de Dios. Y con ese pecado original que hemos heredado y que nos hace sentir cada día nuestros pecados personales, nos lleva muchas veces a alejarnos de Dios. Y muchas veces ese camino se nos hace difícil, seguir estos preceptos, ese buen camino que nos pide el Señor.
Y Él nos dice que nos ama y que podemos alcanzar esa santidad: ¡Sintiéndonos hijos de Dios! Y es lo que nos dice el Evangelio de la misa de hoy. San Mateo, que nos cuenta:
“Jesús anuncia otra vez a los Apóstoles, y les dice: El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, pero al tercer día resucitará”.
Y continúa diciendo:
“Al llegar a Cafarnaún, se acercaron a Pedro unos recaudadores del tributo y le dijeron: -¿No va a pagar vuestro Maestro el tributo? -Si respondió. Al entrar en la casa se anticipó Jesús y le dijo: -¿Qué te parece, Simón? ¿De quienes reciben tributo o censo los reyes de la tierra: de sus hijos o de los extraños? Al responderle que de los extraños, le dijo Jesús: luego los hijos están exentos”.
SOMOS HIJOS DE DIOS
En este pasaje, puede ser algo misterioso el Señor. Porque está como resaltando o reafirmando que Él es el Hijo que le dijo Dios, Y al mismo tiempo nos dice Señor que tú y yo somos hijos de Dios. Que nos debemos sentir en todo momento acompañados por ese Padre que nos ama. Qué tiene una preocupación loca, -como la tienen los papás- de que sus hijos vayan por el buen camino, que coman, que sea que cambien, que estudien, que sean personas de bien.
¿Qué quiere el Señor de ti y de mí? Que le amemos. Por eso en estos minutos de oración, que se hacen brevísimos cuando estamos hablando Contigo Señor, y nos encantaría tener más tiempo. Pero si quieres puedes rezar más…
Y vamos a pensar en cuántas veces todos nos hemos equivocado. Cuánto Señor yo te he ofendido. Y al mismo tiempo cuánto me quieres que me perdonas. Que me tiendes la mano, así como los padres le tienden la mano a sus hijos. Los padres siempre están dispuestos a perdonar a sus hijos. Por eso no olvidemos que somos hijos de Dios, y por tanto, Dios espera de nosotros ese comportamiento de hijos con Él y también con su Iglesia.
Y en este pasaje del Evangelio continúa Jesús y se dirige a Pedro y le dice:
“Anda al mar y echa el anzuelo y el primer pez que pique sujétalo, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata; la tomas y lo das por mí y por ti”.
(Mt 17, 22-27)
REZAR POR EL SANTO PADRE
Realmente esa moneda de esa época equivale al tributo de dos personas. Esto nos puede ayudar a pensar en cuánto rezamos por el Papa. Ya que es sorprendente, porque es de una humildad increíble. Cuando uno lo conoce en las audiencias en la Plaza San Pedro, al terminar, siempre pide que recen por él. Como el Señor en el Deuteronomio, que nos dice por favor ámame, por favor sigue mis caminos.
El Papa nos dice que recemos por él, porque lo necesita.Y nosotros como buenos hijos de Dios y de la Madre la Iglesia vamos a rezar mucho por el Papa, porque lleva un peso muy grande. Nosotros como buenos hijos debemos acompañarlo a llevar también ese peso.
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