Hoy celebramos una fiesta grande en la Iglesia: la fiesta de santa María Magdalena.
Celebramos a una mujer que es una de las seguidoras más fieles de Jesús, a la que el Papa Francisco nombró, hace algunos años, como “apóstol de apóstoles”, por su papel en el anuncio de la Resurrección a todos los seguidores del Señor, especialmente a ese grupo más cercano de discípulos: sus doce apóstoles.
Ella fue la que descubrió el Sepulcro vacío y la que llevó la noticia de la Resurrección a los primeros seguidores del Señor.
En el Evangelio de la misa de hoy contemplamos, precisamente, ese momento en el que ella descubre el Sepulcro y, luego, cuando Jesús resucitado se le aparece.
Veamos qué nos dice san Juan:
“El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al Sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba y les dijo: “Se han llevado del Sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”
(Jn 20, 1-2).
María Magdalena acompañó a Jesús durante toda la Pasión y el sábado tiene que guardar el reposo establecido por la ley; tiene que esperar; tiene que estar tranquila.
Ahora, el domingo apenas sale el primer rayo de sol, va corriendo para estar con el Señor para darle los últimos servicios al cuerpo de Jesús. Pero su sorpresa es muy grande cuando descubre que el cuerpo de su Señor no estaba en el Sepulcro; Jesús no estaba ahí.
JESÚS YA NO ESTÁ
Si retrocedemos un poco en la historia, nos podemos dar cuenta qué significaba esta pérdida para María Magdalena. Dice el Evangelio que
“ella había tenido en su interior siete demonios”
(Lc 8, 2).
O sea, había estado mucho tiempo apartada de Dios y Jesús la había librado de esa desgracia; Jesús le había dado la posibilidad de volver a una vida en la que podía estar cerca de Él y ella, sin pensarlo dos veces, había tomado esa oportunidad porque sabía que era el camino para llegar a la felicidad verdadera.
Y ahora, después de que el Señor había sufrido tanto en la Pasión, parece que lo había perdido. “Se lo han llevado” es lo que dice a san Pedro y a san Juan.
“Se han llevado a mi Señor, se han llevado a Jesús, no sé dónde lo han puesto”.
Parece como que Jesús desaparece de su vista, parece que ya no está más a su lado. Quizá tú y yo en nuestra vida hemos sentido algo parecido; hemos experimentado alguna vez que parece que Jesús ya no está, que desaparece de nuestra vista.
Hemos encontrado en algún momento al Señor, lo seguimos, pero algo nos sucede: algún problema, alguna desilusión, algún dolor, alguna dificultad… y nos parece que el Señor ya no está presente, parece que Jesús se ha marchado, ha desaparecido.
Y podemos tener esa misma sensación de María Magdalena:
“Se han llevado del Sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
COMO OVEJAS SIN PASTOR
Perder al Señor nos pone triste; perder de vista al Señor nos pone triste porque Él es la verdadera alegría y sin Él estamos -como dice Jesús también en el Evangelio:
“como ovejas que no tienen pastor”
(Mt 9, 36).
Estamos perdidos, desorientados, sin dirección, pero lo que aprendemos de María Magdalena -de este pasaje del Evangelio- es que nunca, nunca, nunca, estamos solos.
Este nunca lo he repetido tres veces con intención para subrayar que el Señor está siempre a nuestro lado.
Cuando Jesús resucita se aparece a distintas personas y, al principio, a varios les pasa esto, que ven a Jesús, pero no lo reconocen.
Le pasa a María Magdalena, por ejemplo, en el pasaje que acabamos de leer. Les pasa a los discípulos de Emaús, a estos dos que iban volviendo después de la Pasión del Señor y que lo reconocen hasta el final.
Jesús pasa a nuestro lado con frecuencia. A veces nos puede pasar esto, que no nos damos cuenta, pero Él está ahí siempre.
SANTA CATALINA DE SIENA
Santa Catalina de Siena, esa santa tan grande, contaba en una ocasión que estaba en la santa misa y estaba luchando contra unas tentaciones muy fuertes.
No sabemos muy bien qué tipo de tentaciones, quizá eran distracciones, pensamientos de soberbia -por ejemplo- de desesperanza o de impureza…
Ella estaba luchando muy fuertemente y pedía al Señor que se alejaran esas tentaciones, que Él se encargara, pero no se iban.
Más adelante, cuando esa tentación ya había desaparecido y tenía más paz, se encontraba haciendo oración y le “reclama” un poco al Señor diciéndole:
“¿Por qué no me ayudaste en ese momento? ¿Por qué me dejaste sola?”
Entonces, en su interior, escuchó que el Señor le decía:
“Yo estuve siempre a tu lado viéndote luchar”.
A veces parece como que el Señor se escapa, pero como experimentó santa Catalina, como experimentó María Magdalena, podemos descubrir al Señor y lo descubrimos cuando interviene.
Porque Él interviene siempre que lo necesitamos; a veces de las formas más extraordinarias y, a veces, la mayor parte de las veces, en lo extraordinario de lo normal; en lo de siempre.
TESTIMONIO
Nos puede servir para entender esto, un testimonio que leía hace un tiempo de una persona que contaba su propia experiencia después de un momento difícil en su vida.
Fue justo después de un incendio en el que esta persona perdió todo. Decía:
“En quince minutos perdí lo que había estado construyendo durante cuarenta años. Sucedió mientras yo estaba en el trabajo.
Mi madre intentó encender una estufa y se incendió. Lo perdí todo; todas mis posesiones, todas mis fotografías fueron destruidas, todo parecía perdido.
No dormí durante muchas noches después de que ocurriera, pero mucha gente vino a ayudarme. Mis amigos me dejaron vivir con ellos durante meses, mis vecinos me ayudaron a limpiar el lugar y comenzamos a reconstruir.
La gente me daba materiales extra, 25 voluntarios del sindicato de construcción local se presentaron… la experiencia me cambió. Ahora veo a la gente de modo diferente”.
El Señor se hace presente, a veces, de estos modos que, por lo extraordinarios son normales o por lo normales son extraordinarios; no sabemos cómo decirlo.
BUSCAR A JESÚS
A veces pensamos que es simple coincidencia como María Magdalena que creyó que esa persona que le hablaba en el huerto era el cuidador; sin embargo, era Jesús, lo leemos en el mismo Evangelio.
Dice san Juan:
“Jesús le preguntó: “mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: “Señor, si Tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, yo iré a buscarlo”.
Jesús le dijo: “María”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: Rabunní; es decir, Maestro”
(Jn 20, 15-16).
Al principio parece que no lo reconocemos, pero después de un rato vemos que es Él. Lo mismo les pasó a los discípulos de Emaús que lo reconocieron cuando Él partió el pan.
“Jesús, ahora que estamos terminando estos diez minutos de oración, te pedimos que nos ayudes a darnos cuenta de que siempre estás a nuestro lado y que nunca debemos desesperar de tu ayuda y de tu compañía.
Te pedimos que nos ayudes a que cuando nos sintamos solos, nos acordemos de María Magdalena que te buscó, te buscó, te buscó hasta que te diste a conocer, hasta que te encontró; nunca perdió la esperanza de que Tú estabas por ahí.
Jesús, Tú eres mi amigo, mi hermano, el que más me quiere y sé que nunca me dejarás solo, aunque a veces se sienta así, aunque a veces me sienta abandonado.
Te pido que me ayudes a reconocerte en las cosas ordinarias de cada día, experimentar tu compañía en todas mis actividades.
Te lo pido por la intercesión de María Magdalena y de nuestra Madre, santa María, que también te está siempre acompañando”.