La liturgia, nos dice hoy en el evangelio de san Juan, que cuando el Señor acabó de lavar los pies a sus discípulos les dijo:
“Les aseguro, el criado no es más que su amo y enviado más que el que lo envía. Puesto que saben esto, dichosos ustedes si lo ponen en práctica. No lo digo por todos ustedes; yo sé bien a quien he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: el que compartía mi pan me ha traicionado. Se los digo ahora antes de que suceda, para que cuando suceda crean que Yo Soy. Les aseguro, el que me recibe a mí, recibe a mi enviado; el que a mí me recibe, recibe al que yo les envío”
(Juan 13, 16-20).
Bien, se acordarán los apóstoles, a posteriori, de esta palabra del Señor adelantándose a lo que iba a ser la traición de Judas: “…el que compartía mi pan me ha traicionado…”.
Cumpliéndose así aquellas palabras del Salmo, donde el salmista se queja de la traición del amigo. Reza así el salmo 41:
“Incluso mi amigo de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme”.
El Antiguo Testamento, como se ve, prefigura esa realidad de que tienen su plenitud en el Nuevo Testamento.
INGRATITUD
El cristiano, por el bautismo, ha sido hecho hijo de Dios. Ha sido llamado a compartir la vida divina, los bienes que Dios nos da, no solo en el cielo, sino los que nos da aquí ya en la tierra. Que hemos recibido su gracia y participamos de la eucaristía. Compartimos con los demás esa amistad de Jesús.
Por eso, de algún modo el pecado, no deja de ser como una traición, semejante a la de Judas. Nos queda, sin embargo, siempre el arrepentimiento, que confiamos a la misericordia divina, pues siempre nos lleva a recobrar la amistad perdida con Dios.
Bien, decíamos que al Señor le dolió mucho, por supuesto, la traición de Judas. Porque al Señor le duele mucho la ingratitud, especialmente de los que tiene cercanos, que somos tú y yo, por el bautismo ya somos cercanos a Dios, nuestro Señor. Participamos de su naturaleza divina.
Y decía un autor que:
«Pedir e implorar es humano, pero ser agradecido en los buenos y en los malos tiempos es tan solo propio de los mejores, de los realistas, de lo más sanos y sensibles”.
Se dice que esa ingratitud de los suyos, de los apóstoles, del pueblo a quien el Señor tanto enseñó, hizo esos milagros…, esa ingratitud fue como un añadido a los sufrimientos de Cristo en la cruz.
LA GRATITUD NOS DA FELICIDAD
Podemos tener muchas cosas, podemos compartir con la gente, con los necesitados, muestra de caridad con los demás, se puede decir que hemos aprendido a dar; pero muchas veces, no hemos aprendido a dar las gracias, ¿no?
Y sin gratitud, se puede decir que no es fácil la felicidad. Porque sin ser agradecidos, no se puede disfrutar de los bienes recibidos. Sin gratitud no nos damos cuenta de que todo es un regalo, un don.
Podemos pensar que todo lo merecemos, que la vida o Dios nos deben cosas, o que están obligados a concedérnoslo. Y en lugar de pensar en lo que ya poseemos, sólo pensamos en lo que todavía nos falta, y por eso no terminamos nunca de disfrutar de lo mucho que tenemos.
Santa Catalina de Siena, la santa a quien celebramos hoy, doctora de la Iglesia, decía una vez, que el Señor le dijo que:
“Una flor del árbol del alma, que me es muy desagradable, son los pensamientos de odio y desagrado hacia el prójimo”.
Para agradecer, es una forma muy buena, bonita de relacionarnos con Dios, de relacionarnos con los demás hombres, porque de un modo anticipa esa alabanza que le daremos por siempre a Dios en la eternidad.
Llamado precisamente “acción de gracias” al sacramento de la “Sagrada Eucaristía” porque nos adelantamos a esa unión con Dios, que tendremos (si Dios quiere) en la bienaventuranza eterna.
AGRADECIDOS COMO EL LEPROSO
Varios lugares en el evangelio donde el Señor se lamenta de la ingratitud de la personas. Recordemos aquellos leprosos que no supieron ser agradecidos, que después haber sido curados, ya no se acordaron de quien les había devuelto la salud.
Y con la salud, la familia, el trabajo, la vida…, el Señor se quedó esperándolos, ¿no? Solamente uno volvió, que era samaritano, volvió a dar gracias, y por eso se puede decir que se marchó con un don mayor: el don de la fe, el don de la amistad con el Señor.
“Levántate y vete tu fe te ha salvado»
(Lc 17, 19).
Le dijo Jesús. Y los otros nueve leprosos desagradecidos se quedaron sin la mejor parte que Jesús les había reservado y les esperaba.
En otra ocasión, se fue el Señor de la ciudad de Jerusalén, que no percibe esa infinita misericordia al visitarla. Un autor sagrado dice que:
“No hay en la tierra peor planta que la ingratitud”.
Autores también como el de la novela de El Quijote, se pueden leer esas palabras dirigidas a Sancho y dice:
«Entre los pecados mayores que los hombres cometen, algunos dicen que es la soberbia. Yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse, que de los desagradecidos está lleno el infierno”.
Agradecer es una forma de expresar la fe, de reconocer a Dios como fuente de todos los bienes. Es una manifestación también de esperanza… pues bueno, con Jesús decimos que Él está en todos los bienes. Lleva a la humildad, nos reconocemos siempre muy necesitados.
¡TODO ES BUENO!
San Pablo en una de sus cartas nos exhorta a dar gracias a Dios porque esto es lo que Dios quiere que hagan en Jesucristo y considera la ingratitud como una de las causas del paganismo.
Bien, del Dios no podemos ser sino esencialmente deudores. No sólo nuestra existencia se la debemos a Él, sino que todos los cuidados, gracias y beneficios, y algunos que ni siquiera conocemos. Dar gracias a Dios, por que todo es bueno.
El Señor nos enseñó a ser agradecidos hasta por los favores más pequeños, y nos dice que:
“Ni un vaso de agua que den en mi nombre, quedará sin recompensa”
(Mc 9, 41).
UN CORAZÓN AGRADECIDO
“Es de bien nacidos ser agradecidos”
Es un dicho popular. Pues, la persona agradecida con Dios, lo es también con quienes les rodean. Con más facilidad esa persona puede apreciar esos pequeño favores, puede agradecerlos. El que sólo está en sus cosas, ensimismado, es incapaz de agradecer, piensa que todo le es debido.
Hay que saber que toda existencia es coexistencia, no estamos solos en este mundo. Vivimos entre los demás, con los demás, y mejor si vivimos para los demás. Esa paradoja como la clave cristiana de la felicidad.
Toda convivencia humana está llena de pequeños servicios, unos a otros; y podemos imaginarnos: ¿Cómo cambiaría esa convivencia? ¿Cómo cambiaría el mundo, si además de pagar y de cobrar lo justo en cada caso, manifestáramos nuestro sincero agradecimiento?
Sabes que la gratitud en lo humano es propia sólo de un corazón grande.
Pidamos a la Virgen, nuestra Señora, que seamos muy agradecidos con lo grande, con lo pequeño, con lo que tiene importancia y con lo que no lo tiene. Un modo también de vivir la caridad con todos, primero con Dios y también con los demás.