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P. Felipe

6 min

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SI QUIERES, PUEDES LIMPIARME

Jesús nos deja el sacramento de la confesión, para limpiarnos y fortalecer nuestro corazón.

El Evangelio de hoy nos presenta una escena que es bastante conocida, quizá ya la has leído, la has meditado, creo que nos puede ayudar mucho para nuestro rato de oración.

 Es un leproso que se acerca a Jesús, un leproso de estos que tenían una enfermedad en la piel que se iba pudriendo que, era muy contagiosa, que tenían que vivir alejados de la sociedad, rechazados por todos, de hecho, tenían que ir avisando cuando pasaban por un lugar que podría estar habitado para que la gente se retirara. 

Era una enfermedad que los dejaba totalmente aislados de la sociedad, así que junto con ese sufrimiento corporal, con ese dolor del cuerpo, esa enfermedad, hay un dolor espiritual tremendo, la soledad, el desamparo, el estar solo. 

Y ese leproso lo único que quería era volver a estar con las personas que quería, volver a tener una vida normal y entonces va corriendo donde el Señor.

“Señor, si quieres, puedes limpiarme”

(Mt, 8,2)

No solo está pidiendo una limpieza corporal, sino que le está pidiendo reintegrarse en la sociedad.

TENEMOS LA POSIBILIDAD DE LIMPIARNOS

leprosos

 A lo largo del tiempo en la Iglesia, a lo largo del tiempo en la historia se ha interpretado muchas veces con razón, que la lepra es un símbolo del pecado; que nos daña internamente, que es una enfermedad, una cosa que nos perjudica y al mismo tiempo que tenemos esta posibilidad de limpiarnos. 

Limpiarnos y tener esa carne limpia otra vez. El pecado es un drama, pero el pecado no tiene la última palabra. 

Eso lo vamos a ir viendo a lo largo de este rato de oración. 

Bueno, ponemos como primer punto, que es necesario, como este leproso, reconocer primero la suciedad, en reconocer que él no puede curarse solo. 

El leproso lo tenía muy claro, llevaba un tiempo, no sabemos cuánto, semanas, meses, años, incluso y reconoce que es imposible mejorar solo, de hecho, cuando uno se aísla, lo único que sucede es que empeora y el pecado nos hace lo mismo.

El pecado nos va consumiendo cuando estamos solos, cuando no queremos ayuda o cuando estamos aislados.

SER HUMILDES

 Lo primero que hay que hacer es reconocer esa suciedad y esta pregunta nos puede servir hacernosla, Tú y yo ¿Reconocemos nuestra debilidad o intentamos hacer todo solos por nuestra cuenta?, así como separados de todo el mundo. 

Es necesario ser humilde, reconocer que somos dependientes, que no podemos hacer nada, sino estamos con el Señor. 

Y esto es especialmente cierto con relación al pecado, no podemos limpiarnos solos. La lepra va consumiendonos, va entrando en nuestro corazón, nos va perjudicando. 

Pero necesitamos que alguien entre, necesitamos que alguien nos limpie y por eso es el leproso acudió corriendo a Jesús. 

Siglos atrás, se nos cuenta en el Antiguo Testamento, otra historia similar de Naamán, el sirio. 

Fue un gran funcionario de la Corte del Rey de Siria, que también él reconoció esa suciedad, tenía lepra, fue donde el Profeta Elíseo  y Eliseo le dice que se bañe siete veces en el Jordán. Él tiene un momento de duda porque dice, bueno, que tiene el Jordán que no tengan los ríos de mi ciudad.  

Pero bueno, él se baña en el río Jordán siete veces y queda limpio. 

Él reconoció esa suciedad y acudió a los medios que tenía por delante, los medios que Dios le había puesto delante.

SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN

pecadores

 Y nosotros tenemos un medio espectacular para acudir al Señor, es el sacramento de la confesión

Cuando nos damos cuenta de nuestra debilidad, de nuestra caída, de nuestra suciedad podemos acudir rápido a este sacramento y ganamos infinito  porque siempre, siempre, siempre escucharemos del Señor esa respuesta:

“Quiero queda limpio”

(Mt 8, 3)

Cuando nosotros le decimos que estamos arrepentidos, que queremos que Él nos perdone: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” el Señor siempre nos dice: “Quiero, queda limpio”.

 No hay nada que el Señor no pueda perdonar, excepto una cosa el que nosotros nos cerramos voluntariamente a su perdón, que lo rechacemos pero cuando buscamos el perdón del Señor a través de ese medio que el Señor nos ha puesto siempre nos va a decir: “Quiero, queda limpio”.

 Porque Él quiere entrar en nuestro corazón, quiere estar con nosotros, quiere que crezcamos en esa amistad, en esa intimidad con Él. 

QUEDAMOS LIMPIOS Y HABITA EL SEÑOR EN NUESTRO CORAZÓN

Y cuando pronuncia estas palabras esa lepra se va al instante, nuestra carne queda como la de un niño pequeño, queda una piel sana, suave, un corazón limpio, puro, donde habita el Señor. 

Cuando le decimos nuestros pecados a Jesús en la confesión, porque el que nos perdona los pecados no es el padre Fulanito, que estaba escuchando nuestra confesión, sino Jesús mismo, por eso el sacerdote dice: Yo te absuelvo de tus pecados, porque él está actuando en la persona de Jesucristo.

 Entonces, cuando le decimos nuestros pecados a Jesús en la confesión, con arrepentimiento, con dolor de nuestros pecados, que no es ese dolor físico, no es que nos duela el estómago o los huesos, sino que es ese dolor del que se da cuenta de que ofendido a la persona que quiere. 

CUANDO VAMOS ARREPENTIDOS SIEMPRE SALIMOS PERDONADOS

Aunque no sepa muy bien cómo, pero uno ve que a la otra persona le duele esa acción o esa omisión o ese pensamiento, entonces cuando vamos arrepentidos, siempre salimos perdonados, siempre. 

Y no solo perdonados, porque la confesión no sólo nos borra el pecado, no es una especie de lavadora espiritual simplemente, sino que se nos da la gracia sacramental para poder luchar en esas cosas que nos confesamos. 

Cuando vamos a la confesión, no sólo nos limpiamos, sino que nos fortalecemos. 

SACRAMENTO DE LA ALEGRÍA

Don Alvaro del Portillo

Gracias Jesús por este sacramento, gracias por habernos regalado la confesión. 

Te pedimos que nos ayudes a ser hombres y mujeres humildes, que se arrepienten y acuden frecuentemente a este sacramento. 

El Beato Álvaro del Portillo llamaba a la confesión, el sacramento de la Alegría.   Una vez le preguntaron en una entrevista: ¿Cuál había sido el momento más feliz de su vida?  Y el Beato Alvaro del Portillo tuvo momentos muy felices y uno podría pensar, quizá cuando conoció a San Josemaría o a San Juan Pablo II, o cuando pidió la admisión al Opus Dei, etcétera.

Pero dijo una respuesta que dejó a todos un poco desconcertados, dijo: “El momento más feliz de mi vida es cada vez que me confieso”

Ese es el momento más feliz de su vida y en nuestra vida también podemos pensar cuál es el momento más feliz de nuestra vida, cada vez que el Señor nos dice, como decíamos antes, no es el sacerdote sino que es el Señor que nos dice: Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y  del Espíritu Santo, Yo te perdono, quiero, queda limpio y no solo limpio sino que más fuerte.

 A veces nos cuesta abrir nuestra alma y es natural, es normal que nos cueste decir nuestros pecados pero Jesús mismo nos está diciendo: Anímate que vale la pena. 

RECIBIMOS TODO EL AMOR DE DIOS

Lo que ganas es mucho más de lo que das, muchísimo más, infinito más.

Recibes cada vez que te confiesas, todo el amor de Dios. 

El Señor no nos pide casi nada a cambio, una pequeña oración para agradecerle como penitencia, a veces será más, otras veces menos, pero en general es una simple oración. 

Es como el baño de Naaman en el río Jordán, una cosa pequeña pero que el  Señor nos pide como agradecimiento a ese don tan grande que nos regala.

Y cada vez que nos confesamos, quedamos llenos de fuerza, limpios para poder luchar, para poder hacer la voluntad de Dios. 

Pidámosle a María, Nuestra Madre del cielo, que nos ayude cada día más a valorar y agradecer este sacramento. 

 

 


Citas Utilizadas

Hebreos 3, 7-14

Salmo 94

Marcos 1, 40-45

 

Reflexiones

Gracias Señor por dejarnos el sacramento de la alegría, quiero quedar limpio y fuerte para seguir luchando a Tu lado.

 

Predicado por:

P. Felipe

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