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P. Federico

6 min

ESCUCHA LA MEDITACIÓN

TIERRA Y SEMILLA

Somos la tierra (el terreno) en que Jesús siembra. También estamos llamados a ser lo que Él ha sembrado.
Que estemos dispuestos a morir nosotros mismos y hacer crecer eso que Dios sueña. ¡Sé quién eres!

Antes que nada, te quiero pedir oraciones a ti que escuchas esta meditación.  Entre todos vamos a rezar, muy unidos a la Iglesia entera, por los frutos de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa.

Nos reuniremos cientos de miles de jóvenes procedentes de los distintos rincones del mundo para escuchar al Papa y celebrar una fiesta de fe.

Nos reuniremos.  Sí, has escuchado bien.  Es cierto que tampoco es que yo esté en la flor de la juventud, pero hemos venido con un grupo de jóvenes de Guatemala.

Estamos a punto de comenzar el Camino de Santiago, esa ruta que han seguido peregrinos desde hace ya muchos siglos para visitar la tumba del apóstol Santiago en Santiago de Compostela.  Ya luego iremos a Fátima, para terminar en Lisboa.

Así, le pediremos a Santiago apóstol y a la Virgen de Fátima por los frutos de estas jornadas y por nuestra propia conversión.

Y así como este grupo, hay muchos más, cada uno siguiendo su propia ruta.  Hay que rezar por todos, porque lo de estos días tiene que ser una siembra abundante de buena semilla que luego rinda sus frutos.

Depende, sí, de que cada uno lo aproveche, pero también depende de las oraciones de todos en la Iglesia, de la tuya y de la mía.  “Te pedimos Jesús que todo caiga en buena tierra”.

siembra

Las posibilidades son muy variadas y eso es lo que Tú Señor nos explicas hoy.

“Escuchen, pues, ustedes la parábola del sembrador.  A todo el que oye la Palabra del Reino y no entiende, viene el maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino.

Lo sembrado sobre terreno pedregoso es el que oye la Palabra y, al momento, la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropieza y cae.

Lo sembrado entre espinos es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril.

Y lo sembrado en buena tierra es el que oye la Palabra y la entiende y fructifica y produce el ciento o el sesenta o el treinta”

(Mt 13, 18-23).

De entrada, está claro que la siembra es generosa.

QUIERO, PERO AUMENTA MI QUERER

Dios

“ha salido para sembrar su semilla.  Es decir, lo que el Hijo eterno de Dios te ofrece no es cualquier cosa, es la propia Palabra de Dios.  Él mismo es quien se siembra en nosotros con su palabra.

No nos da cualquier cosa, por buena que fuera, sino a Sí mismo.  Y la siembra es abundante, generosa. 

Humanamente se trataría de un sembrador descuidado que no optimiza recursos, pues no raciona la semilla, ni se preocupa de que solo se eche en el lugar idóneo.  Va echando a puñados sin temor a que se vacíe la bolsa.

El sembrador divino manifiesta una generosidad inigualable.  Te da sin medida su palabra, la dirige a todos sin que esté garantizada la correspondencia.

¿No te conmueve esta generosidad? ¿No sientes el deseo de decirle a Jesús: “yo quiero recibir y acoger tu palabra”?”

(Septiembre 2016, con Él.  Antonio Fernández).

Díselo: “yo quiero, pero aumenta mi querer.  Yo quiero y te pido que todos queramos”.

Está claro que la siembra es generosa, pero que mucho depende de lo que cada uno aproveche de ella.  De las disposiciones para recibir la semilla y por las disposiciones para convertirse en eso que Dios siembra.

Porque la semilla, al menos así creo yo, es variada.  Cada uno somos seres únicos; cada uno llamados a ser alguien único, pero siempre de acuerdo con eso que Dios ha sembrado.  Cada uno, un proyecto de Dios; cada uno, un sueño de Dios.

siembra

Se me venía a la mente aquello que se cuenta:

“Había una vez, en un lugar que podría ser cualquier sitio y en un tiempo que podría ser cualquier época, un jardín esplendoroso con árboles de todo tipo: manzanos, perales, naranjos, grandes rosales…

Todo era alegría en el jardín y todos estaban muy satisfechos y felices.  Excepto un árbol, que se sentía profundamente triste.  Tenía un problema: no daba frutos.

–       No sé quién soy… -se lamentaba.

–       Te falta concentración… -le decía el manzano-. Si realmente lo intentas, podrás dar unas manzanas buenísimas… ¿Ves qué fácil es? Mira mis ramas…

–       No le escuches -exigía el rosal-. Es más fácil dar rosas. ¡Mira qué bonitas son!

Desesperado, el árbol intentaba todo lo que le sugerían.  Pero como no conseguía ser como los demás, cada vez se sentía más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín un búho, la más sabia de las aves.  Al ver la desesperación del árbol exclamó:

–       No te preocupes.  Tu problema no es tan grave… Tu problema es el mismo que el de muchísimos seres de la tierra.  No dediques tu vida a ser como los demás quieren que seas.  Sé tú mismo.  Conócete a ti mismo tal como eres.  Para conseguir esto, escucha tu voz interior…

–       ¿Mi voz interior?… ¿Ser yo mismo?… ¿Conocerme?… -se preguntaba el árbol, angustiado y desesperado.

Después de un tiempo de desconcierto y confusión se puso a meditar sobre estos conceptos.

Finalmente, un día llegó a comprender.  Cerró los ojos y los oídos, abrió el corazón y pudo escuchar su voz interior susurrándole:

–       Tú nunca en la vida darás manzanas porque no eres un manzano.  Tampoco florecerás cada primavera porque no eres un rosal.  Tú eres un roble.  Tu destino es crecer grande y majestuoso, dar nido a las aves, sombra a los viajeros y belleza al paisaje.  Esto es quien eres. ¡Sé quien eres!, ¡sé quien eres!”

(El buen carácter, Rosa Rabbani).

LA SIEMBRA ES GENEROSA

Me parece que la pregunta no está de más: ¿Quién eres? Es más, otra pregunta: ¿quién estás llamado a ser?

No dejes de preguntarle al sembrador, porque Él sabe qué semilla ha sembrado generosamente en ti.

Ojalá le escuchemos y que todos los jóvenes le escuchen en esta Jornada Mundial de la Juventud.  Esto hay que pedirlo, porque a veces no es que no sepamos qué tenemos que hacer, sino que nos resistimos a hacerlo o no sabemos cómo escuchar la voz de Dios en nuestro interior.

Porque implica cambios y vencimientos; implica morir a nosotros mismos, como la semilla.  Implica morir a lo que hay de malo en nosotros para poder dar un buen fruto.

Contaba que:

“Su primera visita a los museos vaticanos fue allá por 1960. Hoy, muchos años después, aquel turista de profundo sentido sobrenatural aún lo sigue contando.

Le llamó mucho la atención una tumba datada muchos siglos antes de Cristo. Dentro de ella se encontraba el difunto y un buen puñado de sus posesiones.  Allí, muy cerca de él, un ánfora con granos de trigo… un puñadito.  Simiente intacta.

Pensé entonces -contaba a su auditorio- que, si ese grano hubiera muerto hace tantos cientos de años, desde entonces hasta ahora habría dado muchísimo fruto: trigo, panes – ¡alimento! -, para pobres, para ricos, para todos…

Pero esos granos no quisieron morir. Prefirieron vivir para sí mismos y están muy bien custodiados en un museo, muy orgullosos ellos… y muy pobres… ¡¡¡miles de años de ausencia de fruto!!!… por no querer morir.

Morir es bonito.  Darse para alimentar a muchos es muy hermoso. Para que otros tengan vida.  Hoy.  Ni un minuto más. (…) Deja que sea Él quien proponga. Tú, escucha”

(Pascua 2015, vívela con Él. Fulgencio Espa).

Lo pedimos para nosotros y para todos en estas jornadas.  Yo, de paso, pongo las intenciones de todos, las tuyas, los que escuchan 10 min, a los pies de Santiago apóstol y de la Virgen del Rosario de Fátima.


Citas Utilizadas

Ex 20, 1-17
Sal 18
Mt 13, 18-23

Reflexiones

Jesús, que lo que Tú propongas, yo escuche.

Predicado por:

P. Federico

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